LA VERDADERA ALEGRÍA RESIDE EN LA COMUNIÓN CON EL SEÑOR: PALABRAS DE LEÓN XIV A RELIGIOSAS DE LA FEDERACIÓN DE MONASTERIOS AGUSTINOS DE ITALIA (13/11/2025)

El Papa León XIV recibió en audiencia en la Sala del Consistorio, este 13 de noviembre, a las religiosas de la Federación de Monasterios Agustinos de Italia y reflexionó sobre tres aspectos de su “misión de ser contemplativas en la Iglesia hoy”: “Vivir y dar testimonio de la alegría de la unión con Dios” y “el testimonio de la caridad”. “Que su ejemplo de amor silencioso y oculto sea de ayuda” para el mundo de hoy, les dijo el Pontífice en el mensaje cuyo texto reproducimos a continuación, traducido del italiano:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
La paz esté con ustedes.

Buenos días, bienvenidas:

No sé si sea la Providencia, la coincidencia que precisamente el 13 de noviembre, fiesta de todos los santos de la Orden (Agustina), nos encontremos: un hermoso regalo para todos.

Estoy muy contento de encontrarlas en ocasión de su Asamblea Federal Ordinaria. Saludó a la Presidente recién elegida, con mis mejores deseos, y agradezco a quien la precedió por el trabajo desarrollado.

La Federación de Monasterios Agustinos de Italia une realidades monásticas distintas, unidas, sin embargo, por el mismo carisma, y eso es particularmente significativo en un momento en el que toda la Iglesia está comprometida en profundizar y promover su propia dimensión sinodal. El Papa Francisco nos recordó qué importante es, en el seguimiento de Cristo, caminar juntos: escuchar unidos la voz del Espíritu y «dirigirse al rostro y la palabra del otro, encontrarnos de tú a tú, dejarnos tocar por las preguntas de las hermanas y hermanos, […] para que la diversidad […] nos enriquezca» (Homilía en la Misa de apertura del Sínodo sobre la sinodalidad, 10 de octubre 2021). Se trata de un valor intrínseco a la naturaleza misma del pueblo de Dios y de un testimonio profético de caridad particularmente útil hoy, en un mundo por muchas razones cada vez menos dispuesto al diálogo y a compartir.

En este contexto, quisiera hacer referencia a algunos aspectos de su presencia y su misión de contemplación, misión de ser contemplativas en la Iglesia hoy.

El primero es el de vivir y dar testimonio de la alegría de la unión con Dios. San Agustín nos dejó páginas muy hermosas al respecto. En las Confesiones habla de una alegría concedida a quienes sirven al Señor por puro amor (cf. 10, 22.32) y concluye: «Esta es la felicidad, gozar por ti, de ti, a causa tuya, y fuera de ella no hay otra» (ibid.). La alegría plena del hombre, en particular para el cristiano, está en la comunión con el Señor, en esa intimidad con el Esposo celestial al que ustedes, por vocación, dedican toda la vida.

Como sabemos, éste era también el gran deseo del Santo Obispo de Hipona: un sueño al que tuvo que renunciar debido a los compromisos del ministerio. La primera invitación que les dirijo, entonces, es a desgastarse con amor indivisible en esta llamada, abrazando con gusto la vida del claustro: la liturgia, la oración común y personal, la adoración, la meditación de la Palabra de Dios, la ayuda recíproca en la vida comunitaria. Esto les dará paz y consuelo, y a quienes tocan la puerta de sus monasterios un mensaje de esperanza más elocuente que mil palabras.

Llegamos así a la segunda dimensión de su presencia en la Iglesia que deseo subrayar: el testimonio de la caridad. En el ideal agustino están llamadas, fieles a la Regla, a imitar en la comunión fraterna la vida de la primera Comunidad cristiana (cf. Regula 1, 1-3). Decía el Doctor gratiae: «Que el Señor les conceda observar con amor estas normas, como quiénes están enamorados de la belleza espiritual (cf. Sir 44, 6) y exhalando de su santa convivencia el buen perfume de Cristo (cf. 2 Cor 2, 15)» (Regula, 8, 1). Para esparcir en el mundo el buen aroma de Dios, entonces, esfuércense por amarse con afecto sincero, como hermanas, y llevar en el corazón, en lo oculto, a cada hombre y mujer de este mundo, para presentarlos al Padre en su oración. Sin ruido, tengan atención y preocupación una por la otra y háganse modelo de cuidado hacia todos, donde sea que la necesidad lo requiera y las circunstancias lo permitan. En una sociedad tan proyectada hacia la exterioridad, en la cual con tal de encontrar escenarios y aplausos no se duda, a veces, en violar el respeto a las personas y los sentimientos, que su ejemplo de amor silencioso y oculto sea de ayuda para un redescubrimiento del valor de la caridad cotidiana y discreta, dirigida a la sustancia de quererse y libre de la esclavitud de las apariencias.

Un tercer tema importante sobre el que quisiera detenerme es precisamente el de la Federación. Ya el Venerable Pío XII abogaba para que dicha forma de asociación se promoviera en la vida monástica «dónde obtener una más fácil y conveniente distribución de los oficios, un tránsito temporal útil y a menudo necesario, por varias razones, de las religiosas de uno a otro Monasterio, una ayuda económica mutua, una coordinación de trabajo, una defensa de la observancia común y otros motivos» (Const. ap. Sponsa Christi Ecclesia, 21 novembre 1950). El Papa Francisco fuertemente reiteró la importancia de moverse en dicha dirección en la Constitución Apostólica Vultum Dei quaerere (cf. n. 30), A la que han seguido indicaciones precisas para su puesta en práctica en la Instrucción Cor orans, para que «monasterios que comparten el mismo carisma no permanezcan aislados sino que lo custodien en la fidelidad y, prestándose ayuda fraterna mutua, vivan el valor irrenunciable de la comunión». (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción Cor orans, 25 de marzo 2018, 86).

Todo esto hace evidente cuánto la iglesia aprecia las formas de colaboración mencionadas, así como también la exigencia para todos de promover y vivir concretamente su pertenencia a ellas, adhiriéndose a las iniciativas que se proponen, también a nivel nacional, y abriéndose, donde sea necesario, a oportunidades de apoyo particulares como la de la afiliación. Es un desafío exigente, del que sin embargo no se puede volver atrás, incluso a costa de tomar decisiones difíciles y sacrificios, y venciendo una cierta tentación de “auto referencialidad” que a veces puede insinuarse en nuestros ambientes. Vendrán de ello ciertamente grandes beneficios para las comunidades, en varios campos, y no en último término en ese fundamental que es el de la formación. Recordemos lo que decía San Agustín: «Lo que deseas es hermoso, es digno en sumo grado de ser amado […]. Que este ardor te valga no para rechazar la orden, sino más bien para aceptarla, que sin ella no se puede llegar a lo que con tanto ardor se ama» (Contra Faustum, 22,53).

Muy queridas todas, una vez más gracias por su presencia y por el apoyo en la oración que dan a todo el Pueblo de Dios. También yo les prometo mi recuerdo en la oración y las bendigo de corazón. Gracias.

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