EN EL ESTILO SINODAL PARA SER PROFETAS DE PAZ: PALABRAS DE LEÓN XIV EN LA CLAUSURA DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA (20/11/2025)

Al clausurar la 81ª Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana en la Basílica de Santa María de los Ángeles en Asís, este 20 de noviembre, el Papa León XIV exhortó a construir cada vez más “una Iglesia sinodal”, promoviendo “un humanismo integral”. Recomendó intervenir proféticamente en el debate público para difundir una cultura de legalidad y solidaridad, y animó a continuar por el camino emprendido de la escucha y el cuidado a las víctimas de abusos. Compartimos a continuación el texto de su discurso, traducido del italiano:

Muy queridos hermanos en el Episcopado, ¡buenos días!

Agradezco vivamente al Cardenal Presidente las palabras de saludo que me ha dirigido y por la invitación a estar hoy con ustedes para concluir la 81ª Asamblea General. Y estoy contento de esta mi primera parada, aunque muy breve, en Asís, lugar altamente significativo por el mensaje de fe, fraternidad y paz que transmite, del que el mundo tiene urgente necesidad.

Aquí San Francisco recibió del Señor la revelación de que debía «vivir según la forma del santo Evangelio» (2Test 14: FF 116). Cristo, de hecho, «que era rico por encima de todas las cosas, quiso elegir en este mundo, junto con la Santísima Virgen, su madre, la pobreza» (2Lf 5: FF 182).

Mirar a Jesús es lo primero a lo que también nosotros estamos llamados. La razón de nuestro estar aquí, de hecho, es la fe en Él, crucificado y resucitado. Como les decía en junio: en este tiempo necesitamos más que nunca «poner a Jesucristo en el centro y, siguiendo el camino indicado por Evangelii gaudium, ayudar a las personas a vivir una relación personal con Él, para descubrir la alegría del Evangelio. En un tiempo de gran fragmentación es necesario volver a los fundamentos de nuestra fe, al kerygma» (Discurso a los Obispos de la Conferencia Episcopal Italiana, 17 de junio de 2025). Y esto vale, ante todo, para nosotros: volver a partir del acto de fe que nos hace reconocer en Cristo al Salvador y que se declina en todos los ámbitos de la vida cotidiana.

Mantener la mirada fija en el Rostro de Jesús nos hace capaces de mirar los rostros de los hermanos. Es su amor el que nos impulsa hacia ellos (cf. 2 Cor 5, 14). Y la fe en Él, nuestra paz (cf. Ef 2, 14), nos pide ofrecer a todos el don de su paz. Vivimos un tiempo marcado por fracturas, en los contextos nacionales como internacionales: se difunden a menudo mensajes y lenguajes en sintonía con la hostilidad y la violencia; la carrera por la eficiencia deja atrás a los más frágiles; la omnipotencia tecnológica comprime la libertad; la soledad consume la esperanza, mientras numerosas incertidumbres pesan como incógnitas sobre nuestro futuro. Sin embargo, la Palabra y el Espíritu nos exhortan aún a ser artífices de amistad, de fraternidad, de relaciones auténticas en nuestras comunidades, donde, sin reticencias ni temores, debemos escuchar y armonizar las tensiones, desarrollando una cultura del encuentro y convirtiéndonos, así, en profecía de paz para el mundo. Cuando el Resucitado se aparece a los discípulos, sus primeras palabras son: «La paz esté con ustedes» (Jn 20, 19.21). Y enseguida los envía, como el Padre lo envió a Él (v. 21): el don pascual es para ellos, ¡pero para que sea para todos!

Muy queridos todos, en nuestro anterior encuentro señalé algunas coordenadas para ser una Iglesia que encarna el Evangelio y es signo del Reino de Dios: el anuncio del mensaje de salvación, la construcción de la paz, la promoción de la dignidad humana, la cultura del diálogo, la visión antropológica cristiana. Hoy quisiera subrayar que estas instancias corresponden a las perspectivas surgidas en el Camino sinodal de la Iglesia en Italia. A ustedes, Obispos, les corresponde ahora trazar las líneas pastorales para los próximos años, por lo que deseo ofrecerles algunas reflexiones para que crezca y madure un espíritu verdaderamente sinodal en las Iglesias y entre las Iglesias de nuestro país.

Ante todo, no olvidemos que la sinodalidad indica el «caminar juntos de los cristianos con Cristo y hacia el Reino de Dios, en unión con toda la humanidad» (Documento final de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 28). Del Señor recibimos la gracia de la comunión que anima y da forma a nuestras relaciones humanas y eclesiales.

En cuanto al reto de una comunión efectiva deseo que sea el compromiso de todos, para que tome forma el rostro de una Iglesia colegial, que comparte pasos y decisiones comunes. En este sentido, los desafíos de la evangelización y los cambios de las últimas décadas, que afectan al ámbito demográfico, cultural y eclesial, nos piden que no demos marcha atrás en el tema de las fusiones de las Diócesis, sobre todo allí donde las exigencias del anuncio cristiano nos invitan a superar ciertos límites territoriales y a hacer nuestras identidades religiosas y eclesiales más abiertas, aprendiendo a trabajar juntos y a repensar la acción pastoral uniendo fuerzas. Al mismo tiempo, observando la fisonomía de la Iglesia en Italia, encarnada en los diferentes territorios, y considerando el esfuerzo y a veces la desorientación que dichas decisiones pueden provocar, espero que los Obispos de cada Región realicen un atento discernimiento y, tal vez, logren sugerir propuestas realistas sobre algunas de las pequeñas Diócesis que cuentan con pocos recursos humanos, para evaluar si y cómo podrían continuar ofreciendo su servicio.

Lo que importa es que, en este estilo sinodal, aprendamos a trabajar juntos y que en las Iglesias particulares nos comprometamos todos a edificar comunidades cristianas abiertas, hospitalarias y acogedoras, en las que las relaciones se traduzcan en una corresponsabilidad mutua en favor del anuncio del Evangelio.

La sinodalidad, que implica un ejercicio efectivo de colegialidad, requiere no solamente la comunión entre ustedes y conmigo, sino también una escucha atenta y un serio discernimiento de las instancias que provienen del pueblo de Dios. En este sentido, la coordinación entre el Dicasterio para los Obispos y la Nunciatura Apostólica, con miras a una corresponsabilidad común, debe poder promover una mayor participación de personas en la consulta para el nombramiento de nuevos Obispos, además de la escucha de los Ordinarios en funciones en las Iglesias locales y de aquellos que se disponen a terminar su servicio.

También sobre este último aspecto, permítanme ofrecerles algunas indicaciones. Una Iglesia sinodal, que camina por los surcos de la historia afrontando los desafíos emergentes de la evangelización, necesita renovarse constantemente. Hay que evitar que, aún con buenas intenciones, la inercia frene los cambios necesarios. A este respecto, todos nosotros debemos cultivar la actitud interior que el Papa Francisco definió como “aprender a despedirse”, una actitud valiosa cuando hay que prepararse para dejar el cargo. Es bueno que se respete la norma de los 75 años para la conclusión del servicio de los Ordinarios en las Diócesis y, solo en el caso de los Cardenales, se podrá evaluar una continuación del ministerio, eventualmente por otros dos años.

Queridos hermanos, volviendo al horizonte de la misión de la Iglesia en Italia, los exhorto a hacer memoria del camino recorrido después del Concilio Vaticano II, marcado por las Convenciones eclesiásticas nacionales. Y los exhorto a preocuparse de que sus comunidades, diocesanas y parroquiales, no pierdan la memoria, sino que la mantengan viva, porque esto es esencial en la Iglesia: recordar el camino que el Señor nos hace recorrer a través del tiempo en el desierto (cf. Dt 8).

En esta perspectiva, la Iglesia en Italia puede y debe seguir promoviendo un humanismo integral, que ayuda y sostiene los caminos existenciales de los individuos y de la sociedad; un sentido de lo humano que exalta el valor de la vida y el cuidado de cada criatura, que interviene proféticamente en el debate público para difundir una cultura de la legalidad y la solidaridad.

Que no se olvide en dicho contexto el desafío que nos plantea el universo digital. La pastoral no puede limitarse a “usar” los medios de comunicación, sino que debe educar para habitar lo digital de manera humana, sin que la verdad se pierda tras la multiplicación de las conexiones, para que la red pueda ser verdaderamente un espacio de libertad, responsabilidad y fraternidad.

Caminar juntos, caminar con todos, significa también ser una Iglesia que vive entre la gente, acoge sus preguntas, alivia sus sufrimientos, comparte sus esperanzas. Sigan estando cerca de las familias, de los jóvenes, de los ancianos, de quienes viven en soledad. Continúen gastándose en el cuidado de los pobres: las comunidades cristianas arraigadas de manera capilar en el territorio, los muchos agentes pastorales y voluntarios, las Cáritas diocesanas y parroquiales ya hacen un gran trabajo en este sentido y les estoy agradecido.

En esta línea del cuidado, quisiera también pedir la atención a los más pequeños y vulnerables, para que se desarrolle también una cultura de la prevención de toda forma de abuso. La acogida y la escucha de las víctimas son el rasgo auténtico de una Iglesia que, en la conversión comunitaria, sabe reconocer las heridas y se compromete a aliviarlas, porque «donde profundo es el dolor, aún más fuerte debe ser la esperanza que nace de la comunión» (Vigilia del Jubileo de la Consolación, 15 de septiembre de 2025). Les agradezco lo que ya han hecho y los animo a seguir adelante con su compromiso en la protección de los menores y los adultos vulnerables.

Muy queridos hermanos, en este lugar San Francisco y los primeros frailes vivieron plenamente lo que, en lenguaje actual, llamamos “estilo sinodal”. Juntos, de hecho, compartieron las diferentes etapas de su camino; juntos se dirigieron con el Papa Inocencio III; juntos, año tras año, perfeccionaron y enriquecieron el texto inicial que había sido presentado al Pontífice, compuesto, dice Tomás de Celano, «sobre todo de expresiones del Evangelio» (1Cel 32: FF 372), hasta convertirlo en lo que hoy conocemos como la primera Regla. Esta elección convencida de fraternidad, que es el corazón del carisma franciscano junto con la minoridad, fue inspirada por una fe intrépida y perseverante.

Que el ejemplo de San Francisco pueda darnos también a nosotros la fuerza para tomar decisiones inspiradas en una fe auténtica y para ser, como Iglesia, signo y testimonio del Reino de Dios en el mundo. ¡Gracias!

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