NO SUSTITUYAN LAS RELACIONES REALES POR LAS DIGITALES: PALABRAS DE LEÓN XIV A LA ASAMBLEA DE SUPERIORES GENERALES (26/11/2025)

Por la tarde de este 26 de noviembre, el Papa León XIV se reunió en la nueva Aula del Sínodo con unos 160 consagrados, quienes hasta el 28 de noviembre participarán en la 104ª Asamblea de la Unión de Superiores Generales en Sacrofano, cerca de Roma. El Pontífice los exhortó a cultivar la oración y a no descuidar el encuentro con los hermanos. Después los invitó a aprovechar las “extraordinarias oportunidades” de la tecnología, pero sin que ello vaya en detrimento de las personas. Transcribimos a continuación, el texto de su intervención, traducido del italiano:

Muchas gracias, Padre Arturo [Sosa, Presidente de la Unión de Superiores Generales], por sus palabras.

Queridos hermanos:

Estoy contento de encontrarlos en ocasión de su 104ª Asamblea General. Como saben, también yo realicé el ministerio que se les ha encomendado y conozco la importancia de encontrarse juntos para escuchar y discernir, a la luz del Espíritu Santo, lo que el Señor les pide a ustedes y a sus Órdenes y Congregaciones para el bien de la Iglesia.

Para esta asamblea han elegido el tema “Fe conectada: vivir la oración en la era digital”. Éste toca tres áreas muy importantes hoy en día para la vida religiosa: la relación con Dios, el encuentro con los hermanos y el encuentro con el mundo digital.

Comencemos por considerar la primera: la relación con Dios. En la Bula de Indicción del Jubileo que está en curso, el Papa Francisco, invitándonos a ser “peregrinos de esperanza”, escribía: «La historia de la humanidad es la de cada uno de nosotros que no corre hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que es orientado al encuentro con el Señor de la gloria […]: es con este espíritu que hacemos nuestra la conmovida invocación de los primeros cristianos, con la que termina toda la Escritura: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20)» (Spes non confundit, 19).

Nuestra esperanza se funda en la conciencia de que caminamos hacia el encuentro y la plena comunión con Dios, que nos ofreció primero su amistad (cf. S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Vita consecrata, 27). Por eso, fundamental en la existencia de todo consagrado es la oración: espacio de relación en el que el corazón se abre al Señor, aprendiendo a pedir y recibir con confianza y gratitud su amor que cura, transforma e inflama para la misión (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae caritatis, 6). Así damos testimonio de lo que realmente somos: criaturas necesitadas de todo, abandonadas en las manos providentes y buenas del Creador.

Y es importante, para nuestra vida y nuestro apostolado, que cultivemos esta fe para que no se desvanezca, quizá debido a fugas o defensas, o sofocada por el ansia con la presunción de sentirnos “administradores de muchos servicios” (cf. Lc 10, 40). Entonces, deslumbrados por los reflectores del eficientismo, aturdidos por los humos del compromiso o bloqueados por la parálisis del miedo, corremos el riesgo de detenernos, o transformar nuestro camino de peregrinos en una carrera desordenada y desgastante, que se olvida de su fuente y su meta. Con tal objetivo el jubileo nos ofrece una ocasión valiosa para volver a lo que cuenta, abrazándonos al corazón encendido de Dios, para que sean su luz y su calor los que guíen y alimenten nuestro proceder personal y nuestros caminos comunitarios.

Esto nos lleva al segundo valor sobre el cual detenernos: el encuentro con los hermanos. Al respecto, el Papa Francisco nos invitó a «encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades» (Carta Enc. Fratelli tutti, 78), a «descubrir y transmitir la “mística” de vivir juntos» (Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 87). En dicha dinámica los Institutos, las Órdenes y Congregaciones que representan son, por así decirlo, cuerpos carismáticos, en los que todos están profundamente conectados por la misma humanidad, por la misma fe, por la pertenencia a Cristo y por la llamada que une en la fraternidad. Así en la Iglesia, «sujeto comunitario e histórico de la sinodalidad y la misión» (Documento Final de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 17), los vínculos se transfiguran en vínculos sagrados, en canales de gracia, en venas y arterias vivas que irrigan un único cuerpo con la misma sangre.

Y esto nos lleva al tercer aspecto: el encuentro con el mundo digital. La tecnología informática representa, de hecho, un desafío también para los consagrados. Por un lado ofrece posibilidades inmensas de bien, tanto para la vida común como para el apostolado. Sería miope ignorar las extraordinarias oportunidades que provee para la comunión y la misión, permitiéndonos alcanzar a personas lejanas, compartir la fe a través de nuevos lenguajes, llegar también a quienes, por vías ordinarias, les cuesta trabajo acercarse a nuestras comunidades. Al mismo tiempo, sin embargo, estos recursos pueden influenciar fuertemente, vino siempre de la mejor manera, nuestra forma de construir y mantener relaciones. Es fácil, por ejemplo, dejarse tentar por la idea de sustituir con la mera conexión virtual las relaciones reales entre las personas, donde son indispensables presencia, escucha prolongada y paciente y el compartir profundo de ideas y sentimientos (cf. Francisco, Exhort. ap. Christus vivit, 88).

Como Superiores, ustedes tienen la responsabilidad de custodiar también en este ámbito la fraternidad y la comunión, vigilando para que los medios técnicos no comprometan la autenticidad de las relaciones, ni reduzcan los espacios necesarios que deben cultivarse. En particular quisiera subrayar qué instrumentos tradicionales de comunión como los Capítulos, los Consejos, las Visitas canónicas y los momentos de formación no pueden ser relegados al ámbito de conexiones “a distancia”. El trabajo que cuesta encontrarse para dialogar y discutir es parte integral de nuestra identidad evangélica. En este paisaje de luces y sombras nos espera un desafío: el de integrar con equilibrio nova et vetera (cf. Mt 13, 52), custodiando y cultivando la relación con Dios y con los hermanos, sin olvidar o sepultar, por pereza o por temor, los nuevos talentos que el Señor pone en nuestras manos (cf. Mt 25, 14-30).

Muy queridos todos, les agradezco por la difícil y delicada tarea que realizan, los bendigo de corazón y pido por todos ustedes y por sus comunidades. Gracias.

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