CATEQUESIS DE LEÓN XIV: LA FRATERNIDAD NO ES UN HERMOSO SUEÑO IMPOSIBLE (12/11/2025)

“La fraternidad entregada por Cristo muerto y resucitado nos libera de las lógicas negativas de los egoísmos, de las divisiones, de las prepotencias, y nos restituye a nuestra vocación original, en nombre de un amor y de una esperanza que se renuevan cada día”: este fue el centro de la reflexión del Papa León XIV en la Audiencia General de este 12 de noviembre, continuando con su ciclo de catequesis sobre la persona de “Jesucristo, nuestra esperanza”, en esta ocasión reflexionando sobre los desafíos del mundo actual a la luz de la Resurrección de Cristo, sobre todo, señalando que, “la espiritualidad pascual inspira la fraternidad”. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Jesucristo, nuestra esperanza. IV. La Resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual. 4. La espiritualidad pascual inspira la fraternidad. «Ámense los unos a los otros como yo los he amado» (cf. Jn 15, 12)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Creer en la muerte y resurrección de Cristo y vivir la espiritualidad pascual infunde esperanza en la vida y anima a invertir en el bien. En particular, nos ayuda a amar y a alimentar la fraternidad, que es sin duda uno de los grandes desafíos para la humanidad contemporánea, como vio claramente el Papa Francisco.

La fraternidad nace de un dato profundamente humano. Somos capaces de relación y, si queremos, sabemos construir vínculos auténticos entre nosotros. Sin relaciones, que nos sostienen y que nos enriquecen desde el inicio de nuestra vida, no podríamos sobrevivir, crecer, aprender. Éstas son múltiples, diferentes en cuanto a modalidad y profundidad. Pero es cierto que nuestra humanidad se realiza mejor cuando estamos y vivimos juntos, cuando somos capaces de experimentar vínculos auténticos, no formales, con las personas que tenemos al lado. Si nos encerramos en nosotros mismos, corremos el riesgo de enfermarnos de soledad, e incluso de un narcisismo que se preocupa de los demás sólo por interés. El otro se reduce, entonces, a alguien de quien tomar, sin que nunca estemos dispuestos verdaderamente a dar, a entregarnos.

Sabemos bien que tampoco hoy la fraternidad puede darse por descontada, no es inmediata. Muchos conflictos, tantas guerras esparcidas por el mundo, tensiones sociales y sentimientos de odio parecerían incluso demostrar lo contrario. Sin embargo, la fraternidad no es un hermoso sueño imposible, no es un deseo de pocos ilusos. Pero para superar las sombras que la amenazan, es necesario ir a las fuentes y, sobre todo, obtener luz y fuerza de Aquel que es el único que nos libera del veneno de la enemistad.

La palabra “hermano” deriva de una raíz muy antigua, que significa cuidar, preocuparse, apoyar y sustentar. Aplicada a cada persona humana se convierte en un llamado, una invitación. A menudo pensamos que el papel de hermano, de hermana, se refiere al parentesco, al hecho de ser consanguíneos, a pertenecer a la misma familia. En realidad, sabemos bien de qué manera los desacuerdos, las fracturas, a veces el odio, pueden devastar incluso las relaciones entre parientes, no sólo entre extraños.

Esto demuestra la necesidad, hoy más que nunca urgente, de volver a meditar el saludo con el que San Francisco de Asís se dirigía a todas y a todos, independientemente de su procedencia geográfica y cultural, religiosa o doctrinal: omnes fratres era el modo inclusivo con el que San Francisco ponía en el mismo plano a todos los seres humanos, precisamente porque les reconocía en el destino común de dignidad, de diálogo, de acogida y de salvación. El Papa Francisco volvió a proponer este enfoque del Poverello de Asís, valorando su actualidad después de 800 años, en la Encíclica Fratelli tutti.

Ese “tutti” (todos) que significaba para San Francisco el signo acogedor de una fraternidad universal, expresa un rasgo esencial del cristianismo, que desde el inicio ha sido el anuncio de la Buena Noticia destinada a la salvación de todos, nunca de forma exclusiva o privada. Esta fraternidad se basa en el mandamiento de Jesús, que es nuevo en cuanto que fue realizado por Él mismo, cumplimiento sobreabundante de la voluntad del Padre: gracias a Él, que nos amó y se entregó por nosotros, nosotros podemos, a su vez, amarnos y dar la vida por los demás, como hijos del único Padre y verdaderos hermanos en Jesucristo.

Jesús nos amó hasta el final, dice el Evangelio de Juan (cf. 13, 1). Cuando ya estaba próxima la pasión, el Maestro sabe bien que su tiempo histórico está a punto de concluirse. Teme lo que está a punto de suceder, experimenta el suplicio más terrible y el abandono. Su Resurrección, al tercer día, es el inicio de una historia nueva. Y los discípulos se convierten plenamente en hermanos, después de tanto tiempo de vida en común, no sólo cuando viven el dolor de la muerte de Jesús, sino, sobre todo, cuando lo reconocen como el Resucitado, reciben el don del Espíritu y se convierten en sus testigos.

Los hermanos y las hermanas se apoyan mutuamente en las pruebas, no dan la espalda a quienes están necesitados: lloran y se alegran juntos en la perspectiva laboriosa de la unidad, de la confianza, en el encomendarse unos a otros. La dinámica es la que Jesús mismo nos entrega: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (cf. Jn 15, 12). La fraternidad entregada por Cristo muerto y resucitado nos libera de las lógicas negativas de los egoísmos, de las divisiones, de las prepotencias, y nos restituye a nuestra vocación original, en nombre de un amor y de una esperanza que se renuevan cada día. El Resucitado nos indicó el camino a recorrer junto a Él, para sentirnos y para ser “fratelli tutti” (hermanos todos).

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