QUE ROMA SEA ACOGEDORA CON TODOS, OBRA DE FRATERNIDAD: HOMILÍA DEL PAPA EN LAS VÍSPERAS SOLEMNES DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS (31/12/2024)
Esta es la hora de dar gracias y tenemos la alegría de vivirla celebrando a la Santa Madre de Dios. Ella, que custodia en su corazón el misterio de Jesús, nos enseña también a nosotros a leer los signos de los tiempos a la luz de este misterio.
El año que concluye fue un año exigente para la ciudad de Roma. Los ciudadanos, los peregrinos, los turistas y todos los que estaban de paso experimentaron la típica fase que precede a un Jubileo, con la multiplicación de obras grandes y pequeñas. Esta noche es el momento de una reflexión sapiencial, para considerar que todo este trabajo, además del valor que tiene en sí mismo, ha tenido un sentido que corresponde a la vocación propia de Roma, su vocación universal. A la luz de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, esta vocación podría expresarse así: Roma está llamada a acoger a todos para que todos puedan reconocerse como hijos de Dios y hermanos entre ellos.
En este momento queremos elevar nuestra acción de gracias al Señor porque nos ha permitido trabajar, y trabajar mucho, y sobre todo porque nos ha permitido hacerlo con este sentido grande, con este horizonte amplio que es la esperanza de la fraternidad.
El lema del Jubileo, “Peregrinos de esperanza”, es rico en significados, según las distintas posibles perspectivas, que son como otros muchos “caminos” de peregrinación. Y una de estas grandes sendas de esperanza sobre la cual caminar es la fraternidad: es el camino que propuse en la Encíclica Fratelli tutti. Sí, ¡la esperanza del mundo está en la fraternidad! Y es hermoso pensar que en nuestra ciudad en los meses pasados se ha convertido en una construcción con este fin, con este sentido de conjunto: prepararse para acoger a hombres y mujeres de todo el mundo, católicos y cristianos de otras confesiones, creyentes de todas las religiones, buscadores de verdad, de libertad, de justicia y paz, todos peregrinos de esperanza y fraternidad.
Pero debemos preguntarnos: ¿esta perspectiva tiene un fundamento? La esperanza de una humanidad fraterna ¿es sólo un slogan retórico o tiene una base “en la roca” sobre la cual poder construir algo estable y duradero?
La respuesta nos la da la Santa Madre de Dios mostrándonos a Jesús. La esperanza de un mundo fraterno no es una ideología, no es un sistema económico, no es el progreso tecnológico. La esperanza de un mundo fraterno es Él, el Hijo encarnado, enviado por el Padre para que todos podamos convertirnos en lo que somos, es decir hijos del Padre que está en los cielos, y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros.
Y entonces, mientras admiramos con gratitud los resultados de los trabajos realizados en la ciudad – agradecemos por el trabajo de tantos, tantos hombres y mujeres que lo hicieron, y agradecemos al señor alcalde por este trabajo de llevar adelante a la ciudad –, tomemos conciencia de cuál es la obra decisiva, la obra que involucra a cada uno de nosotros: esta obra es esa en la cual, cada día, permitiré a Dios cambiar en mí lo que no es digno de un hijo – ¡cambiar! –, lo que no es humano, y en la que me esforzaré, cada día, por vivir como hermano y hermana de mi prójimo.
Que nuestra Santa Madre nos ayude a caminar juntos, como peregrinos de esperanza, por el camino de la fraternidad. Que el Señor nos bendiga, a todos nosotros; perdone nuestros pecados y nos dé la fuerza para seguir adelante en nuestra peregrinación el próximo año. Gracias.
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