CATEQUESIS DEL PAPA: LA GENEALOGÍA DE CRISTO (18/12/2024)

En la Audiencia General de este 18 de diciembre, en el Aula Pablo VI, el Papa Francisco anunció que inicia un ciclo de catequesis que se extenderá por todo el Año Jubilar y tendrá como tema “Jesucristo, nuestra esperanza”. La primera parte, señaló, tratará sobre la infancia de Jesús, que nos narran los evangelistas Mateo y Lucas (cf. Mt 1-2; Lc 1-2). En su catequesis de este día, el Santo Padre pidió mantener vivo el recuerdo agradecido hacia nuestros antepasados. Y, sobre todo, demos gracias a Dios, dijo, que, a través de la Madre Iglesia, nos ha engendrado a la vida eterna, la vida de Jesús, nuestra esperanza. Compartimos a continuación, el texto de su catequesis, traducido del italiano:

I. La infancia de Jesús. 1. Genealogía de Jesús (Mt 1, 1-17). La entrada del Hijo de Dios en la historia.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy comenzamos el ciclo de catequesis que se desarrollará durante todo el Año Jubilar. El tema es “Jesucristo nuestra esperanza”: Él es, en efecto, la meta de nuestra peregrinación, y Él mismo es el camino, la senda a seguir.

La primera parte tratará de la infancia de Jesús, que es narrada por los evangelistas Mateo y Lucas (cf. Mt 1-2; Lc 1-2). Los Evangelios de la infancia relatan la concepción virginal de Jesús y su nacimiento del vientre de María; recuerdan las profecías mesiánicas que en Él se cumplen y hablan de la paternidad legal de José, que injerta al Hijo de Dios en el “tronco” de la dinastía davídica. Se nos presenta a Jesús recién nacido, niño y adolescente, sumiso a sus padres y, al mismo tiempo, consciente de estar totalmente dedicado al Padre y a su Reino. La diferencia entre los dos Evangelistas es que mientras Lucas relata los eventos con los ojos de María, Mateo lo hace con los de José, insistiendo en una paternidad tan inédita.

Mateo abre su Evangelio y todo el canon del Nuevo Testamento con la «genealogía de Jesucristo hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1, 1). Se trata de una lista de nombres ya presente en las Escrituras hebreas, para mostrar la verdad de la historia y la verdad de la vida humana. De hecho, «la genealogía del Señor está constituida por la verdadera historia, en la que están presentes algunos nombres, por así decirlo, problemáticos, y se subraya el pecado del rey David (cf. Mt 1, 6). Todo, sin embargo, termina y florece en María y en Cristo (cf. Mt 1,16)» (Carta sobre la renovación del estudio de la historia de la Iglesia, 21 de noviembre 2024). Aparece, pues, la verdad de la vida humana que pasa de una generación a otra entregando tres cosas: un nombre que encierra una identidad y una misión únicas; la pertenencia a una familia y a un pueblo; y finalmente la adhesión de fe al Dios de Israel.

La genealogía es un género literario, es decir, una forma adecuada para transmitir un mensaje muy importante: nadie se da la vida a sí mismo, sino que la recibe como don de otros; en este caso, se trata del pueblo elegido y quien hereda el depósito de la fe de sus padres, al transmitir la vida a sus hijos, les transmite también la fe en Dios.

A diferencia, sin embargo, de las genealogías del Antiguo Testamento, en las que aparecen sólo nombres masculinos, porque en Israel es el padre quien impone el nombre a su hijo, en la lista de Mateo entre los antepasados de Jesús aparecen también las mujeres. Encontramos a cinco: Tamar, la nuera de Judá que, al quedarse viuda, se hace pasar por prostituta para asegurar una descendencia a su marido (cf. Gen 38); Rajab, la prostituta de Jericó que permite a los exploradores judíos entrar en la tierra prometida y conquistarla (cf. Sant 2); Rut, la moabita que, en el libro del mismo nombre, permanece fiel a su suegra, cuida de ella y se convertirá en bisabuela del rey David; Betsabé, con la que David comete adulterio y, tras hacer matar a su marido, engendra a Salomón (cf. 2 Sam 11); y, por último, María de Nazaret, esposa de José, de la casa de David: de ella nace el Mesías, Jesús.

Las cuatro primeras mujeres están unidas no por el hecho de ser pecadoras, como a veces se dice, sino por el hecho de ser extranjeras con respecto al pueblo de Israel. Lo que Mateo hace surgir es que, como escribió Benedicto XVI, «a través de ellas entra... en la genealogía de Jesús el mundo de los gentiles – se hace visible su misión entre judíos y paganos» (La infancia de Jesús, Milán-Ciudad del Vaticano 2012, 15).

Mientras las cuatro mujeres anteriores son mencionadas junto al hombre que nació de ellas o a aquel que engendraron, María, en cambio, adquiere un particular relieve: marca un nuevo comienzo, ella misma es un nuevo comienzo, porque en su historia ya no es la criatura humana la protagonista de el hecho de engendrar, sino Dios mismo. Esto se percibe muy bien por el verbo «nació»: «Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1, 16). Jesús es hijo de David, injertado por José en esa dinastía y destinado a ser el Mesías de Israel, pero también es hijo de Abraham y de mujeres extranjeras, destinado por tanto a ser la «Luz de los pueblos» (cf. Lc 2, 32) y el «Salvador del mundo» (Jn 4, 42).

El Hijo de Dios, consagrado al Padre con la misión de revelar su rostro (cf. Jn 1, 18; Jn 14, 9), entra en el mundo como todos los hijos del hombre, tanto así que en Nazaret será llamado «hijo de José» (Jn 6, 42) o «hijo del carpintero» (Mt 13, 55). Verdadero Dios y verdadero hombre.

Hermanos y hermanas, despertemos en nosotros la memoria agradecida hacia nuestros antepasados. Y, sobre todo, demos gracias a Dios, que, a través de la Madre Iglesia, nos ha engendrado a la vida eterna, la vida de Jesús, nuestra esperanza.

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