LA MISERICORDIA DE DIOS LO PUEDE TODO, DISUELVE EL ODIO Y EL ESPÍRITU DE VENGANZA: MENSAJE NAVIDEÑO DEL PAPA (25/12/2024)
Queridas hermanas y queridos hermanos, ¡feliz Navidad!
Anoche se ha renovado el misterio que no cesa de asombrarnos y conmovernos: la Virgen María dio a luz a Jesús, el Hijo de Dios, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Así lo encontraron los pastores de Belén, llenos de alegría, mientras los ángeles cantaban: “Gloria a Dios y paz a los hombres” (cf. Lc 2, 6-14). Paz a los hombres.
Sí, este acontecimiento, ocurrido hace más de dos mil años, se renueva por obra del Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Amor y de Vida que fecundó el vientre de María y de su carne humana formó a Jesús. Y así hoy, en los afanes de nuestro tiempo, se encarna de nuevo y realmente la Palabra eterna de salvación, que dice a cada hombre y a cada mujer; que dice al mundo entero – este es el mensaje –: “Yo te amo, yo te perdono, vuelve a mí, la puerta de mi corazón está abierta para ti”.
Hermanas, hermanos, la puerta del corazón de Dios está siempre abierta, ¡regresemos a Él! ¡Volvamos al corazón que nos ama y nos perdona! ¡Dejémonos perdonar por Él, dejémonos reconciliar con Él! ¡Dios perdona siempre! Dios perdona todo. Dejémonos perdonar por Él.
Esto significa la Puerta Santa del Jubileo, que ayer por la noche abrí aquí en San Pedro: representa a Jesús, Puerta de salvación abierta a todos. Jesús es la Puerta; es la Puerta que el Padre misericordioso ha abierto en medio del mundo, en medio de la historia, para que todos podamos volver a Él. Todos somos como ovejas perdidas y necesitamos un Pastor y una Puerta para regresar a la casa del Padre. Jesús es el Pastor, Jesús es la Puerta.
Hermanas, hermanos, ¡no tengan miedo! ¡La Puerta está abierta, la Puerta está abierta de par en par! No es necesario tocar a la puerta. Está abierta. ¡Vengan! Dejémonos reconciliar con Dios, y entonces nos reconciliaremos con nosotros mismos y podremos reconciliarnos entre nosotros, incluso con nuestros enemigos. La misericordia de Dios lo puede todo, desata todo nudo, derrumba todo muro de división, la misericordia de Dios disuelve el odio y el espíritu de venganza. ¡Vengan! Jesús es la Puerta de la paz.
Con frecuencia nos detenemos sólo en el umbral; no tenemos el valor de atravesarlo, porque nos interpela. Entrar por la Puerta requiere el sacrificio de dar un paso – pequeño sacrificio; dar un paso para algo tan grande –, requiere dejar a las espaldas contiendas y divisiones, para abandonarse en los brazos abiertos del Niño que es el Príncipe de la paz. En esta Navidad, inicio del Año jubilar, invito a cada persona, a cada pueblo y nación a tener el valor de cruzar la Puerta, a hacerse peregrinos de esperanza, a hacer callar las armas y superar las divisiones.
¡Que callen las armas en la martirizada Ucrania! Que se tenga la audacia de abrir la puerta a la negociación y a gestos de diálogo y de encuentro, para llegar a una paz justa y duradera.
¡Que callen las armas en Medio Oriente! Con los ojos fijos en la cuna de Belén, dirijo mi pensamiento a las comunidades cristianas de Palestina e Israel, y en particular a la querida comunidad de Gaza, donde la situación humanitaria es gravísima. Que cese el fuego, que se libere a los rehenes y se ayude a la población agotada por el hambre y la guerra. Estoy cerca también de la comunidad cristiana en el Líbano, sobre todo al sur, y a la de Siria, en este momento tan delicado. Que se abran las puertas del diálogo y de la paz en toda la región, lacerada por el conflicto. Y quiero recordar aquí también al pueblo libio, animándolo a buscar soluciones que permitan la reconciliación nacional.
Que el nacimiento del Salvador pueda traer un tiempo de esperanza a las familias de miles de niños que están muriendo por una epidemia de sarampión en la República Democrática del Congo, así como a las poblaciones del Este de ese país y a las de Burkina Faso, de Malí, de Níger y de Mozambique. La crisis humanitaria que las afecta es causada principalmente por conflictos armados y por la plaga del terrorismo y se agrava por los efectos devastadores del cambio climático, que provocan la pérdida de vidas humanas y el desplazamiento de millones de personas. Pienso también en las poblaciones de los países del Cuerno de África para los que imploro los dones de la paz, la concordia y la fraternidad. Que el Hijo del Altísimo sostenga el compromiso de la comunidad internacional para favorecer el acceso a las ayudas humanitarias para la población civil de Sudán y para poner en marcha nuevas negociaciones con el propósito de un cese al fuego.
Que el anuncio de la Navidad traiga consuelo a los habitantes de Myanmar que, a causa de los continuos enfrentamientos armados, padecen grandes sufrimientos y son obligados a huir de sus casas.
Que el Niño Jesús inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad en el continente americano, para que se encuentren lo antes posible soluciones eficaces en la verdad y la justicia, para promover la armonía social, en particular pienso en Haití, Venezuela, Colombia y Nicaragua, y se trabaje, especialmente en este Año jubilar, para edificar el bien común y redescubrir la dignidad de cada persona, superando las divisiones políticas.
Que el Jubileo sea ocasión para derribar todos los muros de separación: los ideológicos, que tantas veces marcan la vida política, y también los físicos, como la división que afecta desde hace ya cincuenta años a la isla de Chipre y que ha lacerado el tejido humano y social. Espero que se pueda alcanzar una solución compartida, una solución que ponga fin a la división en el pleno respeto a los derechos y la dignidad de todas las comunidades chipriotas.
Jesús, el Verbo eterno de Dios hecho hombre, es la Puerta abierta de par en par; es la Puerta abierta de par en par que estamos invitados a atravesar para redescubrir el sentido de nuestra existencia y la sacralidad de toda vida – cada vida es sagrada –, y para recuperar los valores fundamentales de la familia humana. Él nos espera en el umbral. Nos espera a cada uno de nosotros, especialmente a los más frágiles: espera a los niños, a todos los niños que sufren por la guerra y sufren por el hambre; espera a los ancianos – nuestros ancestros –, obligados a menudo a vivir en condiciones de soledad y abandono; espera a cuantos han perdido la propia casa o huyen de su tierra, en el intento de encontrar un refugio seguro; espera a cuantos han perdido o no encuentran un trabajo; espera a los encarcelados que, a pesar de todo, siguen siendo hijos de Dios, siempre hijos de Dios; espera a cuantos son perseguidos por su fe. Son tantos.
En este día de fiesta, que no falte nuestra gratitud hacia quien se esmera por el bien de manera silenciosa y fiel: pienso en los padres, los educadores, los maestros, que tienen la gran responsabilidad de formar a las nuevas generaciones; pienso en los trabajadores de la salud, en las fuerzas del orden, en cuantos están comprometidos con obras de caridad, especialmente en los misioneros esparcidos por el mundo, que llevan luz y consuelo a tantas personas en dificultad. A todos ellos queremos decirles: ¡gracias!
Hermanos y hermanas, que el Jubileo sea la ocasión para perdonar las deudas, especialmente aquellas que gravan sobre los países más pobres. Cada uno está llamado a perdonar las ofensas recibidas, porque el Hijo de Dios, que nació en el frío y la oscuridad de la noche, perdona todas nuestras ofensas. Él ha venido a curarnos y perdonarnos. ¡Peregrinos de esperanza, vayamos a su encuentro! Abrámosle las puertas de nuestro corazón. Abrámosle las puertas de nuestro corazón, como Él nos ha abierto de par en par la puerta de su Corazón.
A todos les deseo una serena y santa Navidad.
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