NO CEDER A LA COMPETENCIA CORROSIVA Y CONSTRUIR UNIDAD: HOMILÍA DEL PAPA EN EL CONSISTORIO PÚBLICO ORDINARIO PARA LA CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES (07/12/2024)
Pensemos un poco en esta narración: Jesús está subiendo hacia Jerusalén. Su ascenso no es un ascenso a la gloria de este mundo, sino a la gloria de Dios, que implica el descendimiento a los abismos de la muerte. En la Ciudad Santa, de hecho, Él morirá en la cruz, para darnos vida a nosotros. Sin embargo, Santiago y Juan, que imaginan en cambio un destino distinto para su Maestro, le hacen su petición y le solicitan dos lugares de honor: «concédenos sentarnos, en tu gloria, uno a tu derecha y uno a tu izquierda» (Mc 10, 37).
El Evangelio subraya este dramático contraste: mientras Jesús está haciendo un camino agotador y en ascenso que lo llevará al Calvario, los discípulos piensan en un camino aplanado y en descenso del Mesías vencedor. Y no debemos escandalizarnos de ello, sino humildemente tomar conciencia de que – para decirlo con Manzoni – «así está hecho este revoltijo del corazón humano» (Los novios, cap. 10). Así está hecho.
Esto nos puede suceder también en nosotros: que nuestro corazón pierda el camino, dejándose deslumbrar por la fascinación del prestigio, por la seducción del poder, por un entusiasmo demasiado humano por nuestro Señor. Por eso es importante mirar a nuestro interior, colocarnos con humildad ante Dios y con honestidad frente a nosotros mismos y preguntarnos: ¿hacia dónde va mi corazón? ¿Hacia dónde va mi corazón hoy? ¿En qué dirección se mueve? ¿Estoy quizá perdiendo el camino? Así nos advierte San Agustín: «¿Por qué entran en caminos desiertos? Vuelvan de su vagabundeo que los ha llevado fuera del camino; ¡regresen! ¿A dónde? Al Señor. Pero aún es muy pronto: primero vuelve a tu corazón […]. Vuelve, vuelve al corazón, […] porque allí se encuentra la imagen de Dios; en la interioridad del hombre habita Cristo, en tu interioridad eres renovado según la imagen de Dios» (Comentario al Evangelio de Juan, 18, 10).
Volver al corazón para ponerse de nuevo en el mismo camino de Jesús, esto necesitamos. Y hoy, en particular a ustedes, queridos hermanos que reciben el cardenalato, quisiera decirles: fíjense bien en hacer el camino de Jesús. ¿Y qué significa eso?
Hacer el camino de Jesús significa ante todo regresar a él y volver a ponerlo en el centro de todo. En la vida espiritual como en la pastoral, corremos el riesgo a veces de concentrarnos en los contornos, olvidando lo esencial. Muy a menudo las cosas secundarias toman el lugar de lo que es necesario, la exterioridad prevalece sobre lo que realmente cuenta, nos sumergimos en actividades que consideramos urgentes, sin llegar al corazón. Y, en cambio, siempre necesitamos volver al centro, recuperar el fundamento, despojarnos de lo que es superfluo para revestirnos de Cristo (cf. Rom13, 14). Incluso la palabra “cardine” (eje) nos recuerda eso, señalando el perno sobre el que se inserta la bisagra de una puerta: es un punto firme de apoyo, de sostén. He ahí, queridos hermanos: Jesús es el punto de apoyo fundamental, el centro de gravedad de nuestro servicio, el “punto cardinal” que orienta toda nuestra vida.
Hacer el camino de Jesús significa también cultivar la pasión del encuentro. Jesús nunca hace el camino solo; su vínculo con el Padre no lo aísla de los acontecimientos y el dolor del mundo. Al contrario, precisamente para curar las heridas del hombre y aligerar los pesos de su corazón, para remover las piedras del pecado y romper las cadenas de la esclavitud, precisamente para eso ha venido. Y, así, a lo largo del camino, el Señor se encuentra con los rostros de las personas marcadas por el sufrimiento, se hace cercano a quienes han perdido la esperanza, levanta a los que han caído, cura a los que se encuentran enfermos. Los caminos de Jesús están poblados de rostros e historias y, mientras pasa, Él enjuga las lágrimas de los que lloran, «sana los corazones destrozados y venda sus heridas» (Sal 147, 3).
La aventura del camino, la alegría del encuentro con los demás, el cuidado hacia los más frágiles: esto debe animar su servicio de Cardenales. La aventura del camino, la alegría del encuentro con los demás, el cuidado hacia los más frágiles. Decía un grande del clero italiano, Don Primo Mazzolari: «A lo largo del camino comenzó la Iglesia; a lo largo de los caminos del mundo la Iglesia continúa. No hace falta para entrar en ella y tocar la puerta, ni hacer sala de espera. Caminen y la encontrarán; caminen y estará junto a ustedes; caminen y estarán en la Iglesia» (Tiempo de creer, Bolonia 2010, 80-81). No olvidemos que estar detenidos arruina el corazón y el agua estancada es la primera en echarse a perder.
Hacer el camino de Jesús significa, finalmente, ser constructores de comunión y unidad. Mientras en el grupo de los discípulos la polilla de la competencia destruye la unidad, el camino que Jesús recorre lo lleva al Calvario. Y en la cruz Él cumple la misión que le fue encomendada: que ninguno se pierda (cf. Jn 6, 39), que sea derribado finalmente el muro de la enemistad (cf. Ef 2, 14) y que todos podamos descubrirnos como hijos del mismo Padre y hermanos entre nosotros. Por eso, posando su mirada en ustedes, que provienen de historias y culturas distintas y representan la catolicidad de la Iglesia, el Señor los llama a ser testigos de fraternidad, artesanos de comunión y constructores de unidad. ¡Esa es su misión!
Precisamente hablando de un grupo de nuevos cardenales, el gran San Pablo VI dijo que nosotros, como los discípulos, a veces cedemos a la tentación de dividirnos; en cambio, «es en el ardor puesto en la búsqueda de la unidad que se reconoce a los verdaderos discípulos de Cristo». Y agregaba el Santo Papa: «Deseemos que todos se sientan a gusto en la familia eclesial, sin exclusiones o aislamientos nocivos para la unidad en la caridad, y que no se busque la prevalencia de algunos en detrimento de otros. […] Debemos trabajar, orar, sufrir, luchar para dar testimonio de Cristo Resucitado» (Discurso en ocasión del Consistorio, 27 de junio 1977).
Animados por este espíritu, queridos hermanos, ustedes harán la diferencia; según las palabras de Jesús que, hablando sobre la competencia corrosiva de este mundo, dice a los discípulos: «Sin embargo entre ustedes no es así» (Mc 10, 43). Y es como si dijera: vengan tras de mí, por mi camino, y serán distintos; vengan tras de mí y serán un signo luminoso en una sociedad obsesionada por la apariencia y la búsqueda de los primeros sitios. “Que entre ustedes no sea así”, repite Jesús: ámense el uno al otro con amor fraterno y sean servidores los unos de los otros, servidores del Evangelio.
Queridos hermanos, en el camino de Jesús, caminemos juntos; y caminemos con humildad, caminemos con asombro, caminemos con alegría.
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