EL TRABAJO DE LAS MUJERES AYUDA A LA IGLESIA, CREA CULTURA Y CONVIVENCIA: CARTA DEL PAPA EN OCASIÓN DEL TRASLADO TEMPORAL DEL CUERPO DE SANTA LUCÍA A SIRACUSA (13/12/2024)
Al querido hermano Mons. Francisco Lomanto
Arzobispo Metropolitano de Siracusa
Me enteré con alegría que la Iglesia de Siracusa celebra el Año Luciano, dedicado a la Virgen y Mártir Lucía, su conciudadana. El afecto que los une a Santa Lucía los ha conducido, así, a una de las más antiguas conciencias cristianas: «Dios es luz y en él no hay que tiniebla alguna» (1 Jn 1, 5). Y recuerden que de inmediato el Apóstol agrega: «si decimos que estamos en comunión con él y caminamos en las tinieblas, somos mentirosos y no ponemos en práctica la verdad. Pero si caminamos en la luz, como él está en luz, estamos en comunión unos con otros» (1 Jn, 6-7). En el día de la fiesta de su Patrona te escribo, querido hermano, y a toda la comunidad arquidiocesana, para que estas palabras de salvación orienten también hoy su camino y renueven en el espíritu del Evangelio los vínculos familiares, eclesiales y sociales de los que está tejida su hermosa ciudad.
El mes de diciembre culminará este año con el inicio del Jubileo que quiere que seamos “Peregrinos de esperanza”, pero está marcado para ustedes por otro peregrinaje, el de Santa Lucía desde Venecia hasta Siracusa, es decir de la ciudad que desde hace ocho siglos custodia su cuerpo a aquella en la que su testimonio inicialmente brilló, difundiendo luz en todo el mundo. En este movimiento suyo hacia ustedes se refleja el misterio de un Dios que siempre da el primer paso, que nunca pide lo que Él mismo no está dispuesto a hacer. Santa Lucía viene a ustedes, para que ustedes mismos sean hombres y mujeres del primer paso, hijas e hijos de un Dios que se hace encuentro. La comunión entre dos Iglesias particulares, que ha hecho posible este traslado temporal, indica a su vez una forma de vivir en el mundo que puede vencer las tinieblas que nos rodean: hay luz donde se intercambian dones, donde el tesoro de uno es riqueza para el otro. La mentira que destruye la fraternidad y devasta la creación sugiere, en cambio, lo contrario: que el otro es un antagonista y su fortuna, una amenaza. Muy a menudo los seres humanos se miran así.
Muy queridos todos, Lucía es una mujer y su santidad señala a la suya y a todas las Iglesias qué tanto las mujeres tienen formas propias de seguir al Señor. Desde las narraciones evangélicas, las discípulas de Jesús son testigos de una inteligencia y un amor sin los cuales el mensaje de la resurrección no podría alcanzarnos. El ejemplo de su Patrona, si lo observan bien, expresa vigorosamente la dignidad y la capacidad de mirar lejos, que las mujeres cristianas llevan incluso hoy al centro de la vida social, no dejando que algún poder mundano encierre su testimonio en la invisibilidad y el silencio. Necesitamos el trabajo y la palabra femenina en una Iglesia en salida, que sea levadura y luz en la cultura y la convivencia. Y esto aún más en el corazón del Mediterráneo, cuna de civilización y humanismo, trágicamente en el centro de injusticias y desequilibrios que, desde mi primer viaje apostólico, a Lampedusa, sugerí que había que transformar de cultura del descarte a cultura del encuentro. Que el martirio de Santa Lucía nos eduque para el llanto, la compasión y la ternura: son virtudes confirmadas por las Lágrimas de la Virgen en Siracusa. Son virtudes no sólo cristianas, sino también políticas. Representan la verdadera fuerza que edifica a la ciudad. Nos dan nuevamente ojos para ver, esa vista que la insensibilidad nos hace perder dramáticamente. ¡Y qué importante es orar para que se curen nuestros ojos!
Estar del lado de la luz, queridos hermanos y hermanas, también nos expone al martirio. Quizá no nos echarán mano, pero elegido de qué lado estar nos quitará algo de tranquilidad. Existen formas de tranquilidad, de hecho, que se asemeja en la paz del cementerio. Ausentes, como si ya estuviéramos muertos; o presentes, pero como sepulcros: hermosos por fuera, pero vacíos por dentro. En cambio, nosotros elegimos la vida. No podríamos hacerlo de otro modo: «La vida de hecho se manifestó, nosotros la hemos visto» (1 Jn 1, 2). Reunirse alrededor de una Santa – y pienso en la inmensa multitud que en Siracusa rodea a Santa Lucía – significa haber visto manifestarse la vida y ya elegir el lado de la luz. Ser personas límpidas, transparentes, sinceras; comunicarse con los demás de manera abierta, clara, respetuosa; salir de las ambigüedades de la vida y de las complicidades criminales; no tener miedo de las dificultades. No nos cansemos nunca de educar a las niñas y niños, adolescentes y adultos – comenzando por nosotros mismos – para escuchar el corazón, para reconocer a los testigos, para cultivar el sentido crítico, para obedecer la conciencia. Dios es luz y su reverberación es una Comunidad de hermanos y hermanas formados para la libertad, que no se detienen de manera escéptica en lo que – se dice – nunca cambiará. Elegir: ese es el núcleo incandescente de toda vocación, la respuesta personal a la llamada que los santos representan en nuestro camino. Ellos revelan cómo salir de «esos refugios personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nodo del drama humano. […] Cuando lo hacemos, la vida se nos complica siempre de forma maravillosa y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270).
Querido hermano, queridos fieles de Siracusa, no olviden llevar espiritualmente en su fe a las hermanas y hermanos que en todo el mundo sufren por causa de la persecución y la injusticia. Incluyen a los migrantes, a los refugiados, a los pobres que están entre ustedes. Y, por favor, acuérdense de orar también por mí. Que la intercesión de Santa Lucía y de la Virgen de las Lágrimas acompañe a su pueblo, sobre el cual con afecto imparto la Bendición apostólica.
Roma, desde San Juan de Letrán, 13 de diciembre 2024
FRANCISCO
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