VALOREN MÁS EL PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA: PALABRAS DEL PAPA A LA ASAMBLEA DIOCESANA DE ROMA (25/10/2024)

El Papa Francisco clausuró, este 25 de octubre por la tarde, el itinerario “Reparar el desgarro: más allá de las desigualdades” durante la Asamblea Diocesana de Roma en la Basílica de San Juan de Letrán. En su discurso, ofreció una sentida invitación a la comunidad, basándose en los testimonios compartidos por el periodista Marco Damilano, un abogado y una joven estudiante de la periferia de la ciudad que dedican su tiempo a atender a los necesitados. Compartimos a continuación, el texto de su discurso, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Les agradezco por estar aquí para celebrar juntos este momento importante para la Diócesis de Roma. Saludo a las autoridades presentes y a todos ustedes que están aquí representando también a sus comunidades parroquiales y a las realidades en las que se encuentran al servicio. Y agradezco también a todos los que han trabajado para traer a la memoria de todos el Congreso que se realizó hace 50 años y que pasó a la historia con el nombre de “Congreso sobre los males de Roma”. Se trató de un evento que marcó el camino eclesial y social de la ciudad y, en aquella ocasión, la Iglesia de Roma se puso a la escucha de los muchos sufrimientos que la marcaban, invitando a todos a reflexionar acerca de las responsabilidades de los cristianos ante los males de la Iglesia, los males de la ciudad, entrando en diálogo con ella y sacudiendo la conciencia civil, política y cristiana de muchos.

He seguido los distintos pasos del trabajo realizado durante este año y he escuchado con interés la síntesis y los testimonios que, desgraciadamente, nos colocan una vez más frente a una triste realidad: también hoy y todavía hoy son muchas las desigualdades y la pobreza que afectan a muchos habitantes de la ciudad. Si por una parte todo esto nos causa dolor, por la otra nos hace comprender qué largo es todavía el camino por recorrer. Saber que hay personas que viven en la calle, jóvenes que no logran encontrar un trabajo o una casa, enfermos y ancianos que no tienen acceso a cuidados, muchachos que se hunden en la dependencia de las drogas y en muchas otras dependencias “modernas”, personas marcadas por afecciones mentales que viven en estado de abandono o de desesperación. Y esto no puede ser sólo un dato estadístico: son rostros, son historias de nuestros hermanos y hermanas que nos tocan y nos interpelan: ¿qué podemos hacer?

Partiendo de estas interrogantes y de la Palabra que hemos escuchado, quisiera reflexionar con ustedes sobre tres aspectos: llevar a los pobres el alegre anuncio, reparar el desgarro, sembrar la esperanza.

Ante todo, llevar a los pobres el alegre anuncio. Los pobres siempre estarán con nosotros. Los pobres son la carne de Cristo y, como un sacramento, lo hacen visible ante nuestros ojos. Cuando yo confieso, cuando hay la oportunidad, pregunto a la persona: “Pero dime, ¿tú das limosna?” – “Sí, Padre” – “Y dime, cuando das limosna, ¿miras a los ojos al pobre al que le das limosna? ¿Le tocas la mano?” Y responden: “No”. Avientan la moneda y siguen. No se preocupan de ese sufrimiento humano que es un pobre. Los pobres siempre estarán con nosotros, son la carne de Cristo y, como un sacramento, lo hacen visible ante nuestros ojos. Jesús no nos ofrece una solución mágica para resolver la pobreza, pero nos pide que les llevemos “el alegre anuncio”. Y la buena noticia que hay que anunciar a los pobres es ante todo decirles que son amados por el señor y que a los ojos de Dios son valiosos, que su dignidad, a menudo pisoteada por el mundo, ante Dios es sagrada. Pero muchas veces, nosotros los cristianos decimos esto de palabra, y después no realizamos los gestos que lo hacen creíble. Por favor: el pobre no puede ser un número, no puede ser un problema o aún peor, un descartado. Él es nuestro hermano, es carne de nuestra carne. Estoy contento de que, en esta Diócesis, muchas personas se esfuerzan cada día por los pobres: pienso en los voluntarios, en los trabajadores de Cáritas y de las demás realidades y asociaciones presentes en el territorio, en los muchos ciudadanos que están en el silencio y que realizan el bien; al mismo tiempo, sin embargo, debemos sentir la cuestión de la pobreza como una urgencia eclesial, que se vuelve compromiso y responsabilidad de todos y siempre. La Iglesia está llamada a asumir un estilo que pone en el centro a aquéllos que están marcados por las distintas pobrezas – ¡hay tantas! –, Los pobres en alimento y esperanza, los hambrientos de justicia, los sedientos de futuro, los necesitados de vínculos verdaderos para enfrentar la vida. ¡Hagámonos presentes junto a los pobres y volvámonos para ellos signo de la ternura de Dios! Dios está presente con tres actitudes: la cercanía, la compasión y la ternura. Y un cristiano que no se hace cercano, que no es compasivo y no es tierno, no es cristiano. Cercanía, compasión y ternura. Así imitamos a Dios.

En segundo lugar, reparar el desgarro. Es una imagen que tomo del título que se ha querido dar al encuentro de esta tarde. ¡Es cierto, algo está desgarrado! El gran tejido social, debido a las desigualdades, sufre cotidianamente rupturas que causan daño. ¿Cómo podemos aceptar que en nuestra ciudad se tiren quintales de alimentos y al mismo tiempo haya familias que no tienen qué comer? Los pobres van a buscar la comida que los restaurantes tiran todas las noches. ¿Cómo podemos aceptar que haya miles de espacios vacíos y miles de personas que duermen sobre un tapete? ¿Que algunos ricos tengan acceso a todos los cuidados que necesitan y quien es pobre cuando está enfermo no logra curarse dignamente? Una ciudad que asiste inerme a estas contradicciones es una ciudad lacerada, así como lo está todo nuestro planeta. Es por ello por lo que entonces es necesario reparar este desgarro comprometiéndonos a construir alianzas que pongan en el centro a la persona humana, a su dignidad. Para hacer esto es necesario trabajar juntos, armonizar las diferencias, compartir cada uno el don y la misión que ha recibido. Y eso significa también crecer en el diálogo: el diálogo con las instituciones y las asociaciones, el diálogo con la escuela y la familia, el diálogo entre las generaciones, el diálogo con todos, incluso con quien piensa de manera distinta. Para reparar el desgarro hace falta la paciencia del diálogo sin prejuicios, confrontándose con pasión sobre las ideas, sobre los proyectos y las propuestas útiles para renovar el tejido de la ciudad. Juntos podemos arriesgarnos en caminos nuevos, venciendo el virus de la indiferencia, que a todos nos contagia como si todo lo que ocurre, en los rincones de nuestra ciudad y del planeta, no nos correspondiera. “No es cosa mía”. ¡Para reparar necesitamos ante todo salir de la indiferencia y dejarnos involucrar en primera persona! Sería hermoso si del encuentro de esta tarde se saliera con algún compromiso concreto, verificable en la línea de un esfuerzo común destinado a acciones capaces de ayudarnos a superar las desigualdades. Pero, mientras tanto, quisiera pedirles esto: valoren más, en la pastoral ordinaria y en la catequesis, el pensamiento social de la Iglesia. Es importante, es importante en efecto, formar la conciencia hacia la doctrina social de la Iglesia, para que el Evangelio se traduzca en las distintas situaciones de hoy y nos haga testigos de justicia, de paz, de fraternidad. Y tejedores de una nueva red social y solidaria en la ciudad, para reparar los desgarros que la laceran.

Finalmente, sembrar esperanza. Es un compromiso que estamos llamados a asumir también en vista del jubileo ya cercano, que he querido que estuviera marcado por la esperanza cristiana. En la bula de indicción del Jubileo, invité a todos a pensar en signos de esperanza en favor de la paz, de la vida humana, de los enfermos, de los encarcelados, de los migrantes, de los ancianos, de los pobres. Le dirijo a todos ustedes un fuerte llamado a realizar obras concretas de esperanza. La multiplicidad de problemáticas sociales examinadas y presentadas también esta tarde podrían desanimarnos hasta el punto de decir que “no podemos hacer nada”. Pero la esperanza cristiana, en cambio, siempre está activa porque está animada por la certeza de que es el Señor el que guía la historia y que en Él podemos construir lo que humanamente parece imposible. Hermanas, hermanos, ¡la esperanza no defrauda! Nunca defrauda. Caminemos en el camino de la esperanza. En esta ciudad han trabajado hombres y mujeres que ante los problemas no se han quedado viendo y mucho menos se han limitado a decir o escribir muchas cosas. Pienso especialmente en algunos sacerdotes, verdaderos hombres de esperanza, como don Luigi di Liegro; pienso también en tantos laicos que se han puesto a trabajar respondiendo a la necesidad de sembrar una semilla de bien, de activar procesos en la esperanza de que alguien más cuidaría a esa pequeña semilla hasta hacer que se convirtiera en un gran árbol. Si hoy, por ejemplo, es muy fuerte el impulso al voluntariado es porque alguien creyó y comenzó con pequeños pasos. Ese bien contagió a muchos otros hasta convertirse en un estilo compartido. Hoy debemos iniciar nuevos procesos, nuevos procesos de esperanza: soñar la esperanza y construir la esperanza a través de nuestro compromiso, que es un compromiso responsable y solidario. ¡Atrévanse! Todos ustedes atrévanse en la caridad, no tengan miedo de soñar grandes empresas aún si éstas comienzan con pequeños compromisos. El poeta Charles Peguy afirma así, y al respecto, concluyó con lo que decía sobre la esperanza: “La Fe es una Esposa fiel. La Caridad es una Madre. La Esperanza es una hija de nadie. Sin embargo, es esta niña la que atravesará los mundos”. Sigamos adelante con la esperanza.

Queridos hermanos, queridas hermanas, ¡también nosotros podemos atravesar los mundos de la pobreza llevando la esperanza del Evangelio! Gracias por todo lo que hacen en la Iglesia y en la ciudad de Roma. Pido por ustedes, para que sean testigos audaces del Evangelio capaces de llevar la alegre noticia de los pobres y la alegre noticia a los pobres, reparar los desgarros y sembrar la esperanza.

Y también ustedes, por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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