ESTOY CON USTEDES, SEDIENTOS DE PAZ: CARTA DEL PAPA A LOS CATÓLICOS DE MEDIO ORIENTE (07/10/2024)
Queridos hermanos y hermanas:
Pienso y pido por ustedes. Deseo llegar hasta ustedes en este día triste. Hace un año se encendió la mecha del odio; no se ha apagado, pero explotó en una espiral de violencia, la vergonzosa incapacidad de la comunidad internacional y de los países más poderosos para hacer que callen las armas y poner fin a la tragedia de la guerra. La sangre corre, como las lágrimas; la rabia aumenta, junto con el deseo de venganza, mientras parece que a pocos les interesa lo que más hace falta y la gente desea: diálogo, paz. No me canso de repetir que la guerra es una derrota, que las armas no construyen el futuro sino lo destruyen, que la violencia nunca trae paz. La historia lo demuestra, sin embargo, años y años de conflictos parecen no haber enseñado nada.
Y ustedes, hermanos y hermanas en Cristo que viven en los Lugares de los que hablan las Escrituras, son un pequeño rebaño indefenso, sediento de paz. Gracias por lo que son, gracias porque quieren permanecer en sus tierras, gracias porque saben orar y amar a pesar de todo. Son una semilla amada por Dios. Y como una semilla, aparentemente ahogada por la tierra que la cubre, siempre sabe encontrar el camino hacia lo alto hacia la luz, para dar fruto y dar vida, así ustedes no se dejen engullir por la oscuridad que los rodea sino, plantados en sus tierras sagradas, conviértanse en brotes de esperanza, porque la luz de la fe los lleva a dar testimonio del amor mientras se habla de odio, del encuentro mientras se extiende el desencuentro, de la unidad mientras todo se dirige al enfrentamiento.
Con corazón de padre me dirijo a ustedes, pueblo santo de Dios; a ustedes, hijos de sus antiguas Iglesias, hoy mártires; a ustedes, semillas de paz en el invierno de la guerra; a ustedes que creen en Jesús «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29) y en Él se convierten en testigos de la fuerza de una paz sin armas.
Los hombres hoy no saben buscar la paz y nosotros los cristianos no debemos cansarnos de pedirla a Dios. Por ello hoy he invitado a todos a vivir una jornada de oración y ayuno. Oración y ayuno son las armas del amor que cambian la historia, las armas que derrotan a nuestro único verdadero enemigo: el espíritu del mal que fomenta la guerra, porque es «homicida desde el principio», «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 44). ¡Por favor, dediquemos tiempo a la oración y redescubramos la potencia salvadora del ayuno!
Tengo en el corazón algo que quiero decirles, hermanos y hermanas, pero también a todos los hombres y mujeres de cualquier confesión y religión que en Medio Oriente sufren por la locura de la guerra: estoy cerca de ustedes, estoy con ustedes.
Estoy con ustedes, habitantes de Gaza, martirizados hasta el extremo, que cada día están en mis pensamientos y mis oraciones.
Estoy con ustedes, forzados a dejar sus casas, abandonar la escuela y el trabajo, a vagar en busca de una meta para escapar de las bombas.
Estoy con ustedes, madres que derraman lágrimas mirando a sus hijos muertos o heridos, como María viendo a Jesús; con ustedes, pequeños que habitan las grandes tierras de Medio Oriente, donde las tramas de los poderosos les quitan el derecho a jugar.
Estoy con ustedes, que tienen miedo de levantar la mirada hacia lo alto, porque del cielo llueve fuego.
Estoy con ustedes, que no tienen voz, porque se habla mucho de planes y estrategias, pero poco de la situación concreta de quienes padecen la guerra, que los poderosos provocan que otros hagan; sobre ellos, sin embargo, recae el juicio inflexible de Dios (cf. Sap 6, 8).
Estoy con ustedes, sedientos de paz y justicia, que no se rinden a la lógica del mal y en el nombre de Jesús «aman a sus enemigos y oran por los que los persiguen» (Mt 5, 44).
Gracias a ustedes, hijos de la paz, porque consuelan en el corazón de Dios, herido por el mal del hombre. Y gracias a cuantos, en todo el mundo, los ayudan; a ellos, que cuidan en ustedes a Cristo hambriento, enfermo, extranjero, abandonado, pobre y necesitado, les pido que sigan haciéndolo con generosidad. Y gracias, hermanos obispos y sacerdotes, que llevan el consuelo de Dios a la soledad humana. Les pido que miren al pueblo santo al que están llamados a servir y se dejen tocar el corazón por ellos, dejando, por amor a sus fieles, cualquier división y ambición.
Hermanos y hermanas en Jesús, los bendigo y abrazo con afecto, de corazón. Que la Virgen, Reina de la paz, los cuide. Que San José, Patrono de la Iglesia, los proteja.
Fraternalmente,
FRANCISCO
Roma, San Juan de Letrán, 7 de octubre 2024
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