LA VERDADERA RIQUEZA NO SON LOS BIENES MATERIALES SINO SER AMADOS POR DIOS: ÁNGELUS DEL 13/10/2024
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
El Evangelio de la liturgia de este día (Mc 10, 17-30) nos habla de un hombre rico que corre al encuentro de Jesús y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (v. 17). Jesús lo invita a dejar todo y a seguirlo, pero aquél, entristecido, se va, porque – dice el texto – «de hecho poseía muchos bienes» (v. 23). Cuesta dejarlo todo.
Podemos ver los dos movimientos de este hombre: al principio corre, para ir con Jesús; al final, sin embargo, se va entristecido, se va triste. Primero corre al encuentro, y luego se va. Detengámonos en esto.
Ante todo, este hombre va con Jesús corriendo. Es como si algo en su corazón lo impulsara: en efecto, a pesar de tener tantas riquezas, está insatisfecho, lleva dentro una inquietud, está en busca de una vida más plena. Como hacen a menudo los enfermos y los endemoniados (cf. Mc 3, 10; 5, 6), en el Evangelio se ve, se lanza a los pies del Maestro; es rico, sin embargo, necesita ser sanado. Es rico, pero necesita ser sanado. Jesús lo mira con amor (v. 21); luego, le propone una “terapia”: vender todo lo que tiene, darlo a los pobres y seguirlo. Pero, en este punto, llega una conclusión inesperada: ¡ese hombre pone cara triste y se va! Tan grande e impetuoso ha sido el deseo de encontrar a Jesús, como fría y rápida su despedida de Él.
También nosotros, llevamos en el corazón una necesidad irreprimible de felicidad y de una vida llena de sentido; sin embargo, podemos caer en la ilusión de pensar que la respuesta se encuentra en poseer cosas materiales y en las seguridades terrenas. Jesús, en cambio, quiere llevarnos a la verdad de nuestros deseos y hacernos descubrir que, en realidad, el bien que anhelamos es Dios mismo, su amor por nosotros y la vida eterna que Él y solo Él puede darnos. La verdadera riqueza es ser mirados con amor por el Señor – esta es una gran riqueza –, y, como hace Jesús con aquel hombre, amarnos entre nosotros haciendo de nuestra vida un don para los demás. Hermanos y hermanas, por eso, Jesús nos invita a arriesgarnos, a “arriesgarnos a amar”: vender todo para darlo a los pobres, que significa despojarnos de nosotros mismos y de nuestras falsas seguridades, prestando atención a quien está necesitado y compartiendo nuestros bienes, no sólo las cosas, sino lo que somos: nuestros talentos, nuestra amistad, nuestro tiempo, etc.
Hermanos y hermanas, aquel hombre rico no quiso arriesgarse, ¿arriesgar qué? No quiso arriesgarse a amar y se fue con rostro triste. ¿Y nosotros? Preguntémonos: ¿a qué está apegado nuestro corazón? ¿Cómo saciamos nuestra hambre de vida y de felicidad? ¿Sabemos compartir con el que es pobre, con quien está en dificultad o necesita un poco de escucha, que necesita una sonrisa, una palabra que le ayude a reencontrar esperanza? O que necesita que lo escuchen… Recordemos esto: la verdadera riqueza no son los bienes de este mundo, la verdadera riqueza es ser amados por Dios y aprender a amar como Él.
Y ahora pidamos la intercesión de la Virgen María, para que nos ayude a descubrir en Jesús el tesoro de la vida.
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