LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS ES UN CAMINO DE SINODALIDAD: HOMILÍA DEL PAPA EN LA VIGILIA ECUMÉNICA DE ORACIÓN DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS (11/10/2024)
«Yo les he dado la gloria que tú me diste» (Jn 17, 22). Estas palabras de la oración de Jesús antes de la Pasión, se pueden referir de manera eminente a los mártires, glorificados por el testimonio que dieron de Cristo. En este lugar recordamos a los primeros mártires de la Iglesia de Roma: sobre su sangre se construyó esta basílica, sobre su sangre ha sido edificada la Iglesia. Que estos mártires puedan fortalecer nuestra certeza de que, acercándonos a Cristo, nos acercamos los unos a los otros, sostenidos por la oración de todos los santos de nuestras Iglesias, ya perfectamente unidos en su participación en el Misterio Pascual. Como afirma el Decreto Unitatis redintegratio, del que se cumple el sexagésimo aniversario, cuanto más cerca estén los cristianos de Cristo, más cerca están entre sí (cf. n. 7).
En este día, en el que recordamos la apertura del Concilio Vaticano II, que marcó el ingreso oficial de la Iglesia católica en el movimiento ecuménico, estamos reunidos junto con los Delegados fraternos, con nuestros hermanos y hermanas de las demás Iglesias. Por ello hago mías las palabras que San Juan XXIII dirigió a los observadores en la apertura del Concilio: «Su estimada presencia aquí, la emoción que abraza mi corazón de sacerdote, de obispo de la Iglesia de Dios […] me invitan a confiarles el anhelo de mi corazón, que arde en deseos de trabajar y sufrir porque se aproxime la hora en que se realice, para todos, la oración de Cristo en la última Cena» (13 octubre 1962). Entremos en esta oración de Jesús, hagámosla nuestra en el Espíritu Santo, acompañada de la de los mártires.
Unidad de los cristianos y sinodalidad están relacionadas. En efecto, si «el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio» (Discurso en el 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 octubre 2015), éste hay que recorrerlo con todos los cristianos. «El camino de la sinodalidad […] es y debe ser ecuménico, así como el camino ecuménico es sinodal» (Discurso a Su Santidad Mar Awa III, 19 noviembre 2022). En ambos procesos, se trata no tanto de construir algo sino de acoger y hacer dar fruto el don que ya hemos recibido. ¿Y cómo se presenta el don de la unidad? La experiencia sinodal nos ayuda a descubrir algunos de sus aspectos.
La unidad es una gracia, un don imprevisible. El verdadero protagonista no somos nosotros, sino el Espíritu Santo que nos guía hacia una mayor comunión. Como no sabemos con anticipación cuál va a ser el resultado del Sínodo, así tampoco sabemos exactamente cómo será la unidad a la que estamos llamados. El Evangelio nos dice que Jesús, en aquella gran oración suya, “levantó los ojos al cielo”: la unidad no es, ante todo, un fruto de la tierra, sino del cielo. Es un don del cual no podemos prever los tiempos y modos; debemos recibirlo «sin poner ningún obstáculo a la Providencia y sin prejuiciar las sugerencias futuras del Espíritu Santo» como sigue diciendo el Decreto conciliar (UR, 24). El padre Paul Couturier solía decir que le unidad de los cristianos debe implorarse “como Cristo quiere” y “con los medios que Él quiere”.
Otra enseñanza que viene del proceso sinodal es que la unidad es un camino: madura en el movimiento, haciendo camino. Crece en el servicio recíproco, en el diálogo de la vida, en la colaboración de todos los cristianos que «hace surgir más claramente el rostro de Cristo Siervo» (UR, 12). Pero debemos caminar según el Espíritu (cf. Ga 5, 16-25); o, como dice San Ireneo, como tôn adelphôn synodía, “una caravana de hermanos”. La unión entre los cristianos crece y madura en la común peregrinación “al ritmo de Dios”, como los peregrinos de Emaús acompañados por Jesús resucitado.
Una tercera enseñanza es que la unidad es armonía. El Sínodo nos está ayudando a redescubrir la belleza de la Iglesia en la variedad de sus rostros. Así, la unidad no es uniformidad, ni fruto de compromisos o de equilibrismos. La unidad de los cristianos es armonía en la diversidad de los carismas suscitados por el Espíritu para la edificación de todos los cristianos (cf. UR, 4). La armonía es el camino del Espíritu, porque Él mismo, como dice San Basilio, es armonía (cf. Sobre el Salmo 29, 1). Nosotros necesitamos recorrer el sendero de la unidad en virtud de nuestro amor a Cristo y a todas las personas que estamos llamados a servir. A lo largo de este camino, ¡nunca nos dejemos paralizar por las dificultades! Tengamos confianza en el Espíritu Santo, que impulsa hacia la unidad en una armonía de diversidad multicolor.
Finalmente, como la sinodalidad, la unidad de los cristianos es necesaria para su testimonio: la unidad es para la misión. «Que todos sean uno… para que el mundo crea» (Jn 17, 21). Esta era la convicción de los padres conciliares al afirmar que nuestra división «es escándalo para el mundo y daña la más santa de las causas: la predicación del Evangelio a toda criatura» (UR, 1). El movimiento ecuménico nació del deseo de dar testimonio juntos, con los demás y no alejados unos de otros, o peor aún, unos contra otros. En este lugar los protomártires nos recuerdan que hoy, en muchas partes del mundo, cristianos de diferentes tradiciones dan su vida juntos por la fe en Jesucristo, viviendo el ecumenismo de la sangre. Su testimonio es más fuerte que cualquier palabra, porque la unidad viene de la Cruz del Señor.
Antes de comenzar esta Asamblea tuvimos una celebración penitencial. Hoy también expresamos la vergüenza por el escándalo de la división de los cristianos, el escándalo de no dar, unidos, testimonio del Señor Jesús. Este Sínodo es una oportunidad para mejorar, superando los muros que aún existen entre nosotros. Concentrémonos en el terreno común de nuestro común Bautismo, que nos impulsa a convertirnos en discípulos misioneros de Cristo, con una misión común. El mundo necesita un testimonio común, el mundo necesita que seamos fieles a nuestra misión común.
Queridos hermanos y hermanas, ante el Crucifijo San Francisco de Asís recibió la llamada a restaurar la Iglesia. Que la Cruz de Cristo nos guíe también a nosotros, cada día, en el camino hacia la plena unidad, en la armonía entre nosotros y con toda la creación, «porque quiso Dios hacer habitar en él toda la plenitud y por medio suyo reconciliar consigo todas las cosas, restableciendo la paz con la sangre de su cruz, es decir por medio suyo, las cosas que están en la tierra y las que están en los cielos» (Col 1, 19-20).
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