CAMINEN JUNTOS, “MIGRANTES ENTRE MIGRANTES”: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL DE LOS SCALABRINIANOS (28/10/2024)
Queridos hermanos, ¡bienvenidos!
Saludo al Superior General y a todos ustedes. Estoy muy contento de encontrarme con ustedes con motivo de su XVI Capítulo General. Lo celebran en vísperas del Año Santo y es hermoso que, en la programación de la futura pastoral misionera y caritativa en favor de los migrantes, hayan elegido inspirarse en el tema jubilar: “Peregrinos de esperanza”. Podemos entonces reflexionar juntos sobre esta virtud, refiriéndonos a tres aspectos de su servicio: los migrantes, el ministerio pastoral y la caridad.
Primero: los migrantes. Ellos son maestros de esperanza. Yo soy hijo de migrantes, y en casa siempre vivimos ese sentido de ir allí para hacer la América, para avanzar. Parten con la esperanza de “encontrar en otra parte el pan de cada día” – como decía San Juan Bautista Scalabrini –, y no se rinden, incluso cuando todo parece “remar en su contra”, incluso cuando encuentran cerrazones y rechazos. Su tenacidad, a menudo sostenida por el amor a las familias que se quedan en la patria, nos enseña mucho, especialmente a ustedes que, “migrantes entre los migrantes” – como quería su fundador – comparten su camino. Así, a través de las dinámicas del encuentro, del diálogo, de la acogida de Cristo presente en el extranjero, crecen junto a ellos, solidarios los unos con los otros, abandonados «en Dios y sólo en Dios». No olviden el Antiguo Testamento: la viuda, el huérfano y el extranjero. Son los privilegiados de Dios. La búsqueda de futuro que anima al migrante, por lo demás, expresa una necesidad de salvación que une a todos, más allá de razas o condiciones. Más aún, la “itinerancia”, correctamente entendida y vivida, puede convertirse, incluso en el dolor, en una valiosa escuela de fe y de humanidad tanto para los que asisten como para los que son asistidos (cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2019, 27 de mayo 2019). No olvidemos que la propia historia de la salvación es una historia de migrantes, de pueblos en camino.
Y esto nos lleva al segundo punto: la necesidad de una pastoral de la esperanza. Si, de hecho, por una parte, la migración, con un apoyo adecuado, puede convertirse en un momento de crecimiento para todos, por otra, si se vive en la soledad y el abandono, puede degenerar en dramas de desarraigo existencial, de crisis de valores y perspectivas, hasta llevar a la pérdida de la fe y a la desesperación. Las injusticias y la violencia por las que pasan tantos de nuestros hermanos y hermanas, arrancados de sus hogares, son a menudo tan inhumanas, que pueden arrastrar incluso a los más fuertes a las tinieblas del abatimiento o de la más sombría resignación. No olvidemos que el migrante debe ser acogido, acompañado, promovido e integrado. Acogido, acompañado, promovido e integrado. Si se quiere que en ellos no se pierdan la fuerza y la resiliencia necesarias para proseguir los viajes emprendidos, hace falta alguien que se incline hasta sus heridas, ocupándose de su extrema vulnerabilidad física, y también vulnerabilidad espiritual y psicológica. Se necesitan sólidas intervenciones pastorales de proximidad, a nivel material, religioso y humano, para sostener en ellos la esperanza, y con ella los caminos interiores que llevan a Dios, fiel compañero de viaje, siempre presente junto a los que sufren (cf. Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2013, 12 de octubre 2012). Y hoy muchos países necesitan migrantes. Italia no tiene hijos, no tiene hijos. La edad promedio es de 46 años. Italia necesita migrantes y debe acogerlos, acompañarlos, promoverlos e integrarlos. Debemos decir esta verdad.
Y esto nos lleva al tercer punto: la caridad. Ante la inminencia del Jubileo de 1900, San Juan Bautista Scalabrini decía: «El mundo gime bajo el peso de grandes catástrofes». Son palabras pesadas que, sin embargo, desgraciadamente siguen sonando muy actuales. Incluso en nuestros días, de hecho, los que migran a menudo lo hacen a causa de trágicas e injustas desigualdades de oportunidades, de democracia, de futuro, o por devastadores escenarios de guerra que asolan el planeta. A esto se agregan la cerrazón y la hostilidad de los países ricos, que ven en los que llaman a la puerta una amenaza para su propio bienestar. Esto lo vemos también entre nosotros: está el escándalo de que, para la cosecha de manzanas, en el Norte, hacen venir a migrantes de Europa Central, pero luego los echan. Los utilizan para recoger las manzanas y después los corren. Esto, hoy. Así, en el dramático enfrentamiento entre los intereses de quienes protegen su prosperidad y la lucha de quienes tratan de sobrevivir, huyendo del hambre y la persecución, muchas vidas humanas se pierden, ante la mirada indiferente de quienes se limitan a ver el espectáculo, o peor aún, a especular con la piel de los que sufren. En la Biblia, una de las leyes del Jubileo era la restitución de la tierra a los que la habían perdido (cf. Lev 25, 10-28). Hoy, ese acto de justicia puede concretarse, en otro contexto, en una caridad que vuelva a poner en el centro a la persona, sus derechos, su dignidad (cf. San Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el IV Congreso Mundial promovido por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, 9 de octubre 1998, 2), superando estereotipos excluyentes, para reconocer en el otro, sea quien sea y proceda de donde proceda, un don de Dios, único, sagrado, inviolable, valioso para el bien de todos.
Queridos hermanos, el carisma scalabriniano está vivo en la Iglesia: lo atestiguan muchos jóvenes que, desde diversos países del mundo, siguen uniéndose a ustedes. Estén agradecidos al Señor por la vocación que han recibido. Más aún, si quieren que el Capítulo se convierta en una ocasión para profundizar y renovar su vida y misión, hagan de él, ante todo, un tiempo de humilde y gozosa acción de gracias, ante la Eucaristía, a Jesús crucificado y a María, Madre de los migrantes, como les enseñó san Juan Bautista Scalabrini. Es sólo a partir de ahí que se comienza a caminar juntos, con esperanza, en la caridad (cf. Ef 5, 2).
Y pensando en ustedes he querido crear un Cardenal [P. Fabio Baggio]. Habría querido hacerlo antes, pero él no quería. Ahora, por obediencia, lo he hecho. Y con él serán dos Cardenales Scalabrinianos, aquí en Roma. Tómenlo como un gesto de estima, de gran estima. Ya los conozco de la otra Diócesis y sé cómo trabajan: mucho.
Gracias por el inmenso trabajo que realizan. Los bendigo y pido por ustedes, y les pido, por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.
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