EL SERVICIO CRISTIANO NO DICE “YA SERVÍ, AHORA LE TOCA A OTRO”: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA CON CANONIZACIONES (20/10/2024)
A Santiago y Juan, Jesús les pregunta: «¿Qué quieren que haga por ustedes?» (Mc 10, 36). E inmediatamente después los presiona: «¿Pueden beber el cáliz que yo bebo, o ser bautizados en el bautismo en que yo soy bautizado?» (Mc 10, 38). Jesús plantea preguntas y, precisamente así, nos ayuda a discernir, porque las preguntas nos hacen descubrir lo que hay dentro de nosotros, iluminan lo que llevamos en el corazón y que a veces no sabemos.
Dejémonos interrogar por la Palabra del Señor. Imaginemos que nos pregunta a nosotros, a cada uno de nosotros: «¿Qué quieres que haga por ti?» y la segunda pregunta «¿Puedes beber mi mismo cáliz?».
A través de estas preguntas, Jesús hace surgir el vínculo y las expectativas que los discípulos tienen sobre él, con las luces y sombras típicas de toda relación. De hecho, Santiago y Juan, están unidos a Jesús, pero tienen pretensiones. Ellos expresan el deseo de estar cerca de Él, pero sólo para ocupar un lugar de honor, para desempeñar un papel importante, para «sentarse, en su gloria, a la derecha y a la izquierda» (Mc 10, 37). Evidentemente, piensan en Jesús como Mesías, un Mesías victorioso, glorioso, y esperan de Él que comparta su gloria con ellos. Ven en Jesús al Mesías, pero se lo imaginan según la lógica del poder.
Jesús no se detiene en las palabras de los discípulos, sino que profundiza, escucha y lee el corazón de cada uno de ellos y también de cada uno de nosotros. Y, en el diálogo, a través de dos preguntas, busca hacer surgir el deseo que hay dentro de esas peticiones.
Primero pregunta: «¿Qué quieren que haga por ustedes?»; y esta pregunta revela los pensamientos de sus corazones, saca a la luz las expectativas ocultas y los sueños de gloria que los discípulos cultivan en secreto. Es como si Jesús preguntara: “¿Quién quieres que sea yo para ti?” y, así, desenmascara lo que realmente desean: un Mesías poderoso, un Mesías victorioso que les dé un puesto de honor. Y a veces en la Iglesia viene este pensamiento: el honor, el poder…
Luego, con la segunda pregunta, Jesús desmiente esta imagen de Mesías y de este modo los ayuda a cambiar la mirada, es decir, a convertirse: «¿Pueden beber el cáliz que yo bebo, o ser bautizados en el bautismo con el que yo soy bautizado?». De esta manera, les revela que Él no es el Mesías que ellos piensan; es el Dios del amor, que se abaja para alcanzar a los que están abajo; que se hace débil para levantar a los débiles; que trabaja por la paz y no por la guerra; que vino para servir y no para ser servido. El cáliz que el Señor beberá es la ofrenda de su vida, es su vida entregada a nosotros por amor, hasta la muerte y una muerte de cruz.
Y entonces, a su derecha y a su izquierda estarán dos ladrones, colgados como Él en la cruz y no acomodados en puestos de poder; dos ladrones clavados con Cristo en el dolor y no sentados en la gloria. El rey crucificado, el justo condenado se hace esclavo de todos: ¡este es verdaderamente el Hijo de Dios! (cf. Mc 15, 39). Vence no el que domina, sino el que sirve por amor. Repitamos: vence no el que domina, sino el que sirve por amor. Nos lo recordó también la Carta a los Hebreos: «No tenemos un Sumo Sacerdote que no sabe participar de nuestras debilidades: él mismo fue sometido a la prueba en todo como nosotros» (4, 15).
En este punto, Jesús puede ayudar a los discípulos a convertirse, a cambiar de mentalidad: «Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes de las naciones, dominan sobre ellas y sus jefes las oprimen» (Mc 10, 42). Pero no debe ser así, para quienes siguen a un Dios que se hizo siervo para alcanzar a todos con Su amor. Los que siguen a Cristo, si quieren ser grandes, deben servir, aprendiendo de Él.
Hermanos y hermanas, Jesús revela pensamientos, revela deseos y proyecciones de nuestro corazón, desenmascarando a veces nuestras expectativas de gloria, de dominio, de poder, de vanidad. Él nos ayuda a pensar ya no según los criterios del mundo, sino según el estilo de Dios, que se hace último para que los últimos sean levantados y se vuelvan los primeros. Y estas preguntas de Jesús, con su enseñanza sobre el servicio, a menudo son incomprensibles, incomprensibles para nosotros, como lo eran para los discípulos. Pero siguiéndolo a Él, caminando tras Sus huellas y acogiendo el don de Su amor que transforma nuestra manera de pensar, también nosotros podemos aprender el estilo de Dios: el estilo de Dios, el servicio. No olvidemos las tres palabras que hacen ver el estilo de Dios para servir: cercanía, compasión y ternura. Dios se hace cercano para servir; se hace compasivo para servir; se hace tierno para servir. Cercanía, compasión y ternura.
Esto es lo que debemos anhelar: no el poder, sino el servicio. El servicio es el estilo de vida cristiano. No se trata de una lista de cosas que hay que hacer, como si, una vez hechas, pudiéramos considerar que terminó nuestro turno; quien sirve con amor no dice: “ahora le tocará a otro”. Este es un pensamiento de empleados, no de testigos. El servicio nace del amor y el amor no conoce fronteras, no hace cálculos, se consume y se da. El amor no se limita a producir para obtener resultados, no es una prestación ocasional, sino algo que nace del corazón, de un corazón renovado por el amor y en el amor.
Cuando aprendemos a servir, cada gesto nuestro de atención y cuidado, cada expresión de ternura, cada obra de misericordia, se convierten en un reflejo del amor de Dios. Y así todos nosotros — y cada uno de nosotros — continúa la obra de Jesús en el mundo.
Bajo esta luz podemos recordar a los discípulos del Evangelio que hoy son canonizados. A lo largo de la historia atormentada de la humanidad, ellos fueron siervos fieles, hombres y mujeres que sirvieron en el martirio y en la alegría, como Fray Manuel Ruiz López y sus compañeros. Son sacerdotes y consagradas fervientes, y fervientes de pasión misionera, como el Padre Giuseppe Allamano, Sor Marie Leonie Paradis y Sor Elena Guerra. Estos nuevos santos vivieron el estilo de Jesús: el servicio. La fe y el apostolado que llevaron a cabo no alimentaron en ellos deseos mundanos ni manías de poder, sino que, por el contrario, se hicieron siervos de sus hermanos, creativos para hacer el bien, firmes en las dificultades, generosos hasta el final.
Pidamos con confianza su intercesión, para que también nosotros podamos seguir a Cristo, seguirlo en el servicio y convertirnos en testigos de esperanza para el mundo.
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