EL SÍNODO, UN DON DEL ESPÍRITU, AHORA PASAR DE LAS PALABRAS A LOS HECHOS: DISCURSO DEL PAPA EN LA CONGREGACIÓN GENERAL CONCLUSIVA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS (26/10/2024)

La tarde de este 26 de octubre, en su discurso conclusivo a la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo, el Santo Padre anunció su intención de “no publicar” una Exhortación Apostólica Postsinodal. El Papa Francisco señaló que en el Documento “ya hay indicaciones muy concretas que pueden servir de guía para la misión de las Iglesias”, por eso lo pone a “disposición de todos” y al entregárselo al santo Pueblo de Dios, quiere “reconocer el valor del camino sinodal realizado”. Compartimos a continuación, el texto de su discurso, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Con el Documento Final, hemos recogido el fruto de años, al menos tres, en los cuales nos hemos puesto a la escucha del Pueblo de Dios para comprender mejor cómo ser Iglesia sinodal, y a la escucha del Espíritu Santo, en este tiempo.

Las referencias bíblicas que abren cada capítulo disponen el mensaje confrontándolo con los gestos y las palabras del Señor resucitado que nos llama a ser testigos de su Evangelio con la vida antes que con las palabras.

El Documento sobre el que hemos expresado nuestro voto es un triple don. A mí, Obispo de Roma, convocando a la Iglesia de Dios en Sínodo, que era consciente de necesitarlos a ustedes, Obispos y testigos del camino sinodal. Gracias. También el Obispo de Roma – me lo recuerdo a mí mismo frecuentemente y a ustedes – necesita practicar la escucha, más aún, quiere practicar la escucha para poder responder a la Palabra que cada día le repite: “Confirma a tus hermanos y hermanas, apacienta a mis ovejas”. Mi tarea, lo saben bien, es custodiar y promover, como nos enseña San Basilio, la armonía que el Espíritu sigue infundiendo en la Iglesia de Dios, en las relaciones entre las Iglesias, a pesar de todas las dificultades, las tensiones, las divisiones, que marcan su camino hacia la plena manifestación del Reino de Dios, que la visión del profeta Isaías nos invita a imaginar como un banquete preparado por Dios para todos los pueblos. Todos, en la esperanza de que no falte ninguno. Todos, todos, todos. Nadie fuera, todos. Y la palabra clave es esta: la armonía. Y lo que hace el Espíritu desde la primera manifestación fuerte la mañana de Pentecostés es armonizar todas esas diferencias, todas estas lenguas, todas estas cosas. Armonía.

Es esto lo que enseña el Concilio Vaticano II cuando dice que la Iglesia es como sacramento, “ésta es signo, instrumento de la espera de Dios que ya ha puesto la mesa y espera”. Su gracia, a través del Espíritu, susurra en el corazón de cada uno palabras de amor. Y a nosotros se nos ha dado el amplificar la voz de este susurro. Sin obstaculizarlo. El abrir las puertas, sin levantar muros. ¡Cuánto mal hacen las mujeres y hombres de Iglesia cuando levantan muros! ¡Cuánto mal! Todos, todos, todos.

No debemos comportarnos como “dispensadores de la gracia” que se apropian del tesoro amarrando las manos al Dios misericordioso. Acuérdense que hemos iniciado esta Asamblea Sinodal pidiendo perdón, sintiendo vergüenza, reconociendo que todos somos “misericordiados”.

Hay una poesía de Madeleine Delbrêl, la mística de las periferias, que exhortaba sobre todo a no ser rígidos. La rigidez es un pecado. Es un pecado que muchas veces en los clérigos, en los consagrados, las consagradas… Les leo algunos de sus versos, de Madeleine Delbrêl, que son una oración. Ella dice así:

“Porque yo pienso que Tú quizás ya has tenido suficiente de la gente que siempre habla de servirte con actitud de capitanes, de conocerte con aire de profesor, de manejarte con reglas deportivas, de amarte como se ama en un matrimonio envejecido. […] Haznos vivir nuestra vida, no como en un juego de ajedrez, donde todo está calculado. No como en una partido donde todo es difícil, no como un teorema que nos quiebra la cabeza, sino haznos vivir nuestra vida como una fiesta, una fiesta sin fin, donde tu encuentro se renueva como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia, en la música que llena el universo de amor”.

Estos versos, pueden convertirse en la música de fondo con la cual acoger el Documento Final. Y entonces, a la luz de lo que ha surgido del camino sinodal, hay y habrá decisiones que se tendrán que tomar. En este tiempo de guerras, debemos ser testigos de paz, incluso aprendiendo a darle forma real a la convivencia de las diferencias. Por tal razón, no pretendo publicar una Exhortación Apostólica, basta con lo que hemos aprobado. En el Documento ya hay indicaciones muy concretas que pueden servir como guía para la misión de las Iglesias en los distintos continentes, en los contextos diversos, por lo cual lo pongo de inmediato a disposición de todos, por eso he dicho que sea publicado. Quiero así reconocer el valor del camino sinodal realizado que, a través de este Documento, entrego al Santo Pueblo fiel de Dios.

Sobre algunos aspectos de la vida de la Iglesia señalados en el Documento, así como también sobre los temas encomendados a los diez grupos de estudio, que deben trabajar con libertad pero firmes propuestas, se necesita tiempo para llegar a decisiones que involucren a toda la Iglesia. Entonces yo seguiré escuchando a los Obispos y a las Iglesias a ellos encomendadas. Esta no es la forma clásica de posponer hasta el infinito las decisiones, es lo que corresponde al estilo sinodal, con el cual, también el ministerio petrino debe ser ejercido: escuchar, convocar, discernir, decidir y evaluar. En estos pasos son necesarias las pausas, los silencios, la oración… Es un estilo que estamos aprendiendo juntos, un paso a la vez, y el Espíritu Santo nos llama y sostiene en este aprendizaje que debemos comprender como proceso de conversión. La Secretaría General del Sínodo y todos los Dicasterios de la Curia me ayudarán en esta tarea.

El Documento es un don para todo el Pueblo fiel de Dios en la variedad de sus expresiones. Es obvio que no todos se pondrán a leerlo. Serán sobre todo ustedes, junto con muchos otros, los que hagan accesible, en las Iglesias locales, lo que éste contiene. El texto, sin el testimonio de la experiencia realizada, perdería mucho de su valor.

Queridos hermanos y hermanas, lo que hemos vivido es un don y no podemos mantenerlo para nosotros mismos. El impulso que viene de esta experiencia, del cual el Documento es reflejo, nos da la valentía de dar testimonio de que es posible caminar juntos en la diversidad, sin condenarnos uno al otro. Venimos de todas partes del mundo, marcados por la violencia, la pobreza, la indiferencia… Juntos, con la esperanza que no defrauda, unidos en el amor de Dios infundido en nuestros corazones, podemos no sólo soñar la paz, sino comprometernos con todas nuestras fuerzas para que, quizá sin hablar tanto de sinodalidad, la paz se realice a través de procesos de escucha, diálogo, reconciliación… La Iglesia sinodal para la misión, hoy, necesita que las palabras compartidas sean acompañadas de hechos. Y ese es el camino. Y todo esto es don del Espíritu Santo, es Él quien crea la armonía, Él es la armonía. San Basilio tiene una teología muy hermosa sobre esto. Si pueden, lean el tratado de San Basilio sobre el Espíritu Santo. Él es la armonía.

Hermanos y hermanas, que la armonía siga, aún al salir de esta Aula, y el soplo del Resucitado nos ayude a compartir los dones recibidos. Y recuerden, son nuevamente palabras de Madeleine Delbrêl, que “hay lugares en que sopla el Espíritu, pero existe un Espíritu que sopla en todos los lugares”.

Quisiera agradecer a todos ustedes, y agradezcámonos mutuamente. Agradezco al Card. Grech, Secretario, al Card. Hollerich, por el trabajo que han hecho, a los dos Subsecretarios Natalie y San Martín, que lo hicieron bien, a los dos jóvenes caprichosos, Battocchio, Costa, que nos ayudado tanto. Saludo a todos los que han trabajado tras bambalinas, que están detrás y que sin ellos no habríamos podido hacer todo esto. Muchas gracias, que el Señor los bendiga y oremos el uno por el otro. Gracias.

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