SERVIR PRACTICANDO EL “COMPARTIR”: PALABRAS DEL PAPA A SIERVOS POBRES DE LA DIVINA PROVIDENCIA (30/05/2022)

El Papa Francisco, al recibir a los participantes en los Capítulos Generales de los Siervos Pobres de la Divina Providencia, en la Sala Clementina del Palacio Vaticano al mediodía de este 30 de mayo, les recordó que “no debemos refugiarnos en nostalgias estériles, pero sí recuperar ciertos valores: la mentalidad de los que parten el pan bendiciendo a Dios Padre, confiando en que ese pan será suficiente para nosotros y para el prójimo necesitado. Necesitamos cristianos que sirvan a la Providencia practicando el compartir”. Compartimos a continuación el texto de su intervención, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Estoy contento de encontrarles en ocasión de su Capítulo General. Dirijo a cada uno y a cada una mi saludo cordial. Al Superior General – a quien agradezco por sus palabras – y a la Superiora General, con sus respectivos consejos, deseo un sereno y fructífero servicio.

Han concluido los trabajos capitulares, que tenían este tema: La profecía de la comunión. Y me parece que han querido ponerlo en práctica ya en el marco de estos días. Nuestra comunión nace y se alimenta antes que nada en la relación con Dios Trinidad – lo hemos meditado con los textos de San Juan en este tiempo pascual –; y se manifiesta después de manera concreta en la fraternidad, en el espíritu de familia, que es típico también de su carisma, y en el estilo sinodal que han abrazado en plena sintonía con el camino de toda la Iglesia. Gracias por esto, es valiente, gracias. Es hermoso ver a las dos Congregaciones religiosas juntas, con la presencia de algunos laicos que han participado activamente en los Capítulos reforzando su identidad y su pertenencia. También eso es profecía de comunión.

Según su carisma, están llamados a reavivar en el mundo la fe en Dios Padre y el abandono filial a su providencia. ¡Esto es hermoso! Cuando contemplamos a Jesús en su vida pública, en su predicación, también en sus diálogos con los discípulos, vemos que en su corazón estaba en primer sitio este deseo: hacer conocer al Padre, hacer sentir su bondad. Jesús vivía así, plenamente inmerso en la voluntad del Padre, y toda su misión estaba orientada a hacernos entrar en esta relación filial, que tiene como rasgo esencial la confianza en la Providencia: Que el padre nos conoce mejor que nosotros mismos y sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. Bien, ustedes se han “fascinado” por esta dimensión esencial del misterio de Cristo. Sobre las huellas de San Giovanni Calabria han elegido hacerlo suyo y dar testimonio de ello, y quieren hacerlo especialmente en compañía de los más pobres, de los últimos, de los descartados por la sociedad, que son sus “perlas”, como les llamaba él, su Fundador.

Don Calabria, como todos los santos, fue un profeta. Les dejó una gran herencia y deben cuidarla. El camino que han hecho y están haciendo no es otro que releer hoy el camino que Dios le indicó a él: un hombre inserto en la Iglesia de su tiempo, que supo responder a las necesidades yendo a las periferias, para manifestar el rostro paterno y materno de Dios. Re leerlo con fidelidad creativa, buscando nuevos senderos para que se realice el “sueño de Dios” en sus comunidades religiosas. Retomarlo y releerlo.

Diría que cultivar junto a los pobres la confianza en la providencia divina nos hace artesanos de una “cultura de la providencia”. Eso es muy importante. Que no se pierda esta dimensión, esta cultura de la providencia que veo como antídoto respecto a la cultura de la indiferencia, desafortunadamente difundida en las sociedades del así llamado bienestar. De hecho, la espiritualidad cristiana de la providencia no es fatalismo, no quiere decir esperar que lluevan del cielo las soluciones a los problemas y los bienes que necesitamos. No. Al contrario, significa buscar asemejarse, en el Espíritu Santo, a nuestro padre celestial en el cuidado de sus creaturas, especialmente las más frágiles, las más pequeñas; significa compartir con los demás lo poco que tenemos para que a nadie le falte lo necesario. Es la actitud del cuidado, hoy más que nunca necesaria para enfrentar la indiferencia.

Quisiera subrayar una vez más el aspecto del compartir porque me parece que es parte esencial de la “profecía de la comunión”, sobre la que quieren caminar juntos. Y luego recordando el ejemplo que nos han dado nuestros viejos, nuestros abuelos. Para ellos, cuando llegaba a casa un huésped de improviso, o cuando una persona pobre tocaba a la puerta en busca de ayuda, era normal compartir un plato de sopa o de polenta. Esa era una forma muy concreta de vivir la Providencia, como el compartir. No debemos idealizar ese mundo, y mucho menos refugiarnos en estériles nostalgias, pero sí recuperar ciertos valores: la mentalidad de quien parte el pan bendiciendo a Dios Padre, confiado en que ese pan bastará para nosotros y para el prójimo que tiene necesidad. Así nos enseñó Jesucristo en el milagro de compartir – y no multiplicar – los panes y los peces. Hoy se necesitan cristianos que sirvan a la Providencia practicando el compartir. Y esto, hecho de manera abierta y con sinceridad, no como Ananías y Sáfira (cf. Hch 5, 1-11), no, abiertamente.

Queridos hermanos y hermanas, San Giovanni Calabria, con su ejemplo y su intercesión, los guía en este camino. Les recomiendo, no se replieguen sobre ustedes mismos, en la auto referencialidad. Busquen abrirse cada vez más a acoger la novedad y el estilo que Dios les ha inspirado y sueña para ustedes. Que la mentalidad sinodal y fraterna impregne el servicio de las autoridades de sus congregaciones y de toda la familia calabriana.

Las periferias geográficas y existenciales a las que el Señor les envía son el campo donde hay que anunciar el amor providente del padre a través de una sobre abundante misericordia, manifestando la ternura del rostro de Dios sin prejuicios y exclusiones. Amen a los pobres haciéndose pobres.

Los animo a valorar la riqueza de las distintas vocaciones que tienen al interior de su familia: religiosos, religiosos y laicos, en la comunión de las diferencias y viviendo la única vocación bautismal con radicalidad y entusiasmo.

Pueden sentirse portadores de un carisma que es un don para la Iglesia y que crece en la medida en que lo viven y lo comparten. Esto les da alegría: dar su testimonio con sencillez, con humildad pero con valentía, sin mediocridad; y sobre todo diría con gran sentido de humanidad. ¡Se necesita tanto, la humanidad! Y también entre ustedes, en sus comunidades. Encuentro que una cosa terrible, en las comunidades, es cuando falta esta dimensión de humanidad. Y una de las cosas que destruye esta comunión humana, de humanidad, es el chismorreo: por favor, tengan cuidado. Nunca hablen mal unos de otros. Si tienes un problema con una hermana o un hermano, ve y díselo a la cara. Y si no puedes decírselo a la cara, deshazte de ello. Pero no vayan sembrando inquietudes que hacen mal y destruyen. El chismorreo es un veneno mortal. Y muchas veces está de moda, en las comunidades. No, ¡entre ustedes es seguro que no sucede! Pero lo digo para que tengan cuidado. Sería hermoso que de este Capítulo se formara en cada uno de ustedes la determinación de nunca hablar mal del otro o de la otra, nunca. Si tengo un problema lo digo a la cara. “No, no se puede porque es un poco neurótica, un poco neurótico...”. Entonces díselo al superior o a la superiora, que puede poner remedio, pero no vayan sembrando inquietudes que hacen mal. Que sea un bello propósito: nada de habladurías.

Les agradezco por haber venido y les deseo un buen camino: que sean profecía de comunión dando testimonio del Evangelio de la providencia, en él compartir con los más pobres, enfrentando la cultura del descarte y de la indiferencia. Que la Virgen, que por excelencia es la pobre sierva de la providencia de Dios, los acompañe y los proteja. Los bendigo de corazón. Por favor, les pido orar por mí, porque yo también lo necesito. Gracias.

[Bendición]

Vean la cubierta de este librito: eso hacen las habladurías. Esta pintura es bellísima. Las habladurías destruyen la identidad de las personas. Por eso, ¡nada de habladurías!

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