APRENDAMOS A DECIR CADA DÍA “SEÑOR, DAME TU PAZ”: REGINA COELI DEL 22/05/2022

Las frases de Jesús en la última cena fueron el centro de la reflexión del Papa Francisco sobre el Evangelio del día, que, como cada domingo se asomó desde la ventana del Palacio Apostólico Vaticano, este 22 de mayo, para orar junto con los fieles presentes en la Plaza de San Pedro, a la Madre de Dios. “Aprendamos a decir cada día: ‘Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo’”, animó el Papa, exhortando a pedirlo también “para quienes viven junto a nosotros, para quienes encontramos todos los días y para los responsables de las naciones”. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

En el Evangelio de la Liturgia de hoy, Jesús, diciendo adiós a sus discípulos durante la última cena, dice, casi como una especie de testamento: «Les dejo la paz». Y enseguida añade: «Les doy mi paz» (Jn 14, 27). Detengámonos en estas breves frases.

Ante todo, les dejo la paz. Jesús se despide con palabras que expresan afecto y serenidad, pero lo hace en un momento que no es precisamente sereno: Judas ha salido para traicionarlo, Pedro está por negarlo y casi todos por abandonarlo: el Señor lo sabe, sin embargo no reprocha, no usa palabras severas, no hace discursos duros. En vez de mostrar agitación, permanece gentil hasta el final. Un proverbio dice que se muere como se ha vivido. Las últimas horas de Jesús son, en efecto, como la esencia de toda su vida. Experimenta miedo y dolor, pero no da espacio al resentimiento y a la protesta. No se deja llevar por la amargura, no se desahoga, no es intolerante. Está en paz, una paz que viene de su corazón manso, habitado por la confianza. Y de ahí surge la paz que Jesús nos deja. Porque no se puede dejar la paz a los demás si uno no la tiene en sí mismo. No se puede dar paz si no se está en paz.

Les dejo la paz: Jesús demuestra que la mansedumbre es posible. Él la ha encarnado precisamente en el momento más difícil; y desea que nos comportemos así también nosotros, que somos los herederos de su paz. Nos quiere mansos, abiertos, disponibles a la escucha, capaces de aplacar las disputas y tejer concordia. Esto es dar testimonio de Jesús y vale más que mil palabras y que muchas predicaciones. El testimonio de paz. Preguntémonos si, en los lugares en los que vivimos, nosotros, los discípulos de Jesús, nos comportamos así: ¿aliviamos las tensiones, apagamos los conflictos? ¿Estamos también nosotros en conflicto con alguien, estamos siempre listos a reaccionar, a estallar, o sabemos responder con la no violencia, sabemos responder con gestos y palabras de paz? ¿Cómo reacciono yo? Que cada uno se lo pregunte.

Cierto, esta mansedumbre no es fácil: ¡qué difícil es, a todos los niveles, desactivar los conflictos! Aquí viene en nuestra ayuda la segunda frase de Jesús: les doy mi paz. Jesús sabe que solos no somos capaces de custodiar la paz, que necesitamos una ayuda, un don. La paz, que es nuestro compromiso, es ante todo don de Dios. Jesús de hecho dice: «Les doy mi paz. No como la da el mundo, yo se las doy a ustedes» (v. 27). ¿Qué es esta paz que el mundo no conoce y que el Señor nos da? Esta paz es el Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Jesús. Es la presencia de Dios en nosotros, es la “fuerza de paz” de Dios. Es Él, el Espíritu Santo, que desarma el corazón y lo llena de serenidad. Es Él, el Espíritu Santo, que deshace las rigideces y apaga las tentaciones de agredir a los demás. Es Él, el Espíritu Santo, que nos recuerda que junto a nosotros hay hermanos y hermanas, no obstáculos y adversarios. Es Él, el Espíritu Santo, que nos da la fuerza de perdonar, de recomenzar, de volver a partir, porque con nuestras fuerzas no podemos. Y es con Él, con el Espíritu Santo, que nos transformamos en hombres y mujeres de paz.

Queridos hermanos y hermanas, ningún pecado, ningún fracaso, ningún rencor debe desanimarnos al pedir con insistencia el don del Espíritu Santo que nos da la paz. Cuanto más sentimos que el corazón está agitado, cuanto más advertimos dentro de nosotros nerviosismo, intolerancia, rabia, más debemos pedir al Señor el Espíritu de la paz. Aprendamos a decir cada día: “Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo”. Es una hermosa oración; ¿la decimos juntos?: “Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo”. No escuché bien, otra vez: “Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo”. Y pidámoslo también para quienes viven junto a nosotros, para quienes encontramos todos los días y para los responsables de las naciones.

Que la Virgen nos ayude a acoger al Espíritu Santo para ser trabajadores de la paz.

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