SER PASTORES POBRES EN LO MATERIAL PERO RICOS EN EVANGELIO: PALABRAS DEL PAPA A INTEGRANTES DEL COLEGIO PÍO RUMANO (19/05/2022)

El Papa Francisco se encontró este 19 de mayo en la Sala del Consistorio con religiosos, alumnos y empleados del Colegio Pío Rumano en ocasión del 85º aniversario de fundación. A ellos el Papa les habló sobre la importancia de las raíces, de las tradiciones religiosas y culturales. Les pidió también que sean apóstoles alegres de la fe, reconciliados con todos, tejiendo la unidad. Compartimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra recibirles en ocasión del 85º aniversario de la Fundación del Colegio Pío Rumano. Saludo a todos ustedes, Superiores de la Congregación para las Iglesias Orientales, sacerdotes, estudiantes y trabajadores del Colegio, y agradezco al Rector, el P. Gabriel, por las palabras que me dirigió a nombre suyo.

Hace dos años, durante la Divina Liturgia que presidí en Blaj, en el Campo de la Libertad, animé a resistir a las nuevas ideologías que buscan imponerse y erradicar a los pueblos, a veces de manera sutil, de sus tradiciones religiosas y culturales. Durante esa celebración proclamé Beatos a siete Obispos mártires, señalándolos como ejemplo para todo el pueblo rumano. Ustedes, aquí en Roma, en la ciudad que custodia el testimonio de Pedro, Pablo y muchos otros mártires, pueden redescubrir de manera completa sus raíces, a través del estudio y la meditación. Es una oportunidad muy valiosa poder reflexionar sobre cómo se forman las raíces. Durante la Segunda Guerra mundial, cuando la Iglesia Greco-católica Rumana no tenía Obispos activos, pues habían sido asesinados o encarcelados, el Obispo Ioan Ploscaru de Lugoj, prisionero durante quince años, escribió en su diario: «Los sacerdotes y Obispos de la Iglesia Greco-católica han considerado este período como el más valioso de su existencia. Es una gracia poder ofrecer a Dios los propios sufrimientos y el testimonio de la propia fe, incluso a costo de la vida». Quien da la vida por el Evangelio piensa así, abraza la respuesta de Dios al mundo: se entrega a sí mismo, imita el amor manso y gratuito del señor Jesús, que se ofrece por los cercanos y los lejanos. Esta es la fuente que ha permitido a las raíces insertarse en la tierra, crecer robustas y dar fruto. Y ustedes son ese fruto.

Queridos amigos, sin alimentar las raíces toda tradición religiosa pierde fecundidad. Ocurre de hecho un proceso peligroso: con el paso del tiempo nos enfocamos cada vez más en nosotros mismos, en la propia pertenencia, perdiendo el dinamismo de los orígenes. Entonces nos concentramos en aspectos institucionales, exteriores, en la defensa del propio grupo, de la propia historia y los propios privilegios, perdiendo, quizás sin darse cuenta, el sabor del don. Continuando con la metáfora, es como quedarse viendo el tronco, las ramas y las hojas, olvidándose que todo está sostenido por las raíces. Pero sólo si las raíces son bien regadas el árbol sigue creciendo vigoroso; de otro modo se repliega sobre sí mismo y muere. Esto sucede cuando se alentá y es atacado por el virus de la mundanidad espiritual, que es el peor mal que puede ocurrir en la Iglesia: la mundanidad espiritual. Entonces se marchita en una vida mediocre, autorreferencial, hecha de arribismos, búsqueda de satisfacciones personales y fáciles placeres. La actitud que busca escalar, tener poder, tener dinero, tener fama, estar cómodos, hacer carrera. Esto es querer crecer sin las raíces. Es cierto que hay otros que van a las raíces para esconderse ahí, porque tienen miedo del crecimiento. Es verdad. A las raíces hay que ir para tomar fuerza, tomar el jugo y seguir creciendo. No se puede vivir en las raíces y no se puede vivir en el árbol sin las raíces. La tradición es un poco el mensaje que nosotros recibimos de las raíces: es lo que te da fuerza para seguir adelante, hoy, sin repetir las cosas de ayer, pero con la misma fuerza de la primera inspiración.

Aquí en Roma, además de profundizar en las raíces, tienen la posibilidad de pensar en cómo actualizarlas, para que su ministerio no sea una estéril repetición del pasado o un mantenimiento del presente, sino que sea fecundo, que mire hacia adelante. Y este es el secreto de la fecundidad y el mismo de los Obispos y sacerdotes: es decir, el don de la vida, el Evangelio que hay que poner en práctica con corazón de pastores. Pienso en el Cardenal Mureşan, que en pocos días cumplirá 91 años: años de servicio en el sacerdocio, iniciado hace casi 60 años en un humilde sótano, después de la liberación de la cárcel de los Obispos sobrevivientes. Pastores pobres de posesiones, pero ricos en Evangelio. Sean así, apóstoles alegres de la fe que han heredado, dispuestos a no retener nada para sí mismos y listos a reconciliarse con todos, a perdonar y a tejer unidad, superando todo rencor y victimismo. Entonces también su semilla será evangélica y dará fruto. Sin olvidarse del pasado pero vivan en el presente, con fecundidad.

Después de las raíces, quisiera decirles algo también sobre el terreno. Mientras estudian, no se olviden del terreno bueno de la fe. Es aquel trabajado por sus abuelos, por sus padres, el del Santo Pueblo fiel de Dios. Mientras se preparan para transmitir la fe, piensen en ellos y recuerden que el Evangelio no se anuncia con palabras complicadas, sino en la lengua de la gente, como nos enseñó Jesús, la Sabiduría encarnada: se transmite “en dialecto”, en el dialecto del pueblo de Dios, el que entiende el pueblo, con sencillez. Por favor, tengan cuidado de no convertirse en “clérigos de Estado”, sean pastores del pueblo: cercanía con el pueblo del que ustedes vienen. Pablo decía a Timoteo: “Acuérdate de tu madre y de tu abuela”. Tus raíces, y el pueblo al que perteneces. Y el profeta Samuel decía al rey David: “Acuérdate que fuiste elegido precisamente del rebaño: no te olvides del rebaño del que fuiste elegido”, es tu primera pertenencia. El autor de la Carta a los Hebreos nos recomienda: “Acuérdense de sus antepasados, aquellos que les anunciaron la Palabra de Dios”. Por favor, no se olviden del pueblo del que vienen. No sean curas de laboratorio teológico, no. Curas del pueblo, con el olor del pueblo, con el olor del rebaño. Dije que el Evangelio no se anuncia con palabras complicadas sino “en dialecto”. El terreno bueno es también el que los hace tocar la carne de Cristo, presenten los pobres, en los enfermos, en los que sufren, en los pequeños y los sencillos, en quien sufre y en el que está Jesús, en los descartados, en esta cultura del descarte en la cual nos toca vivir. Pienso en particular en los muchos refugiados de la cercana Ucrania que también Rumanía está recibiendo y asistiendo.

Quisiera decir una palabra también a ustedes, queridos estudiantes de lengua árabe pertenecientes al anterior Colegio San Efrén. Desde hace unos diez años forman todos una única comunidad. Su experiencia de compartir la vida no debe sentirse como una disminución de los respectivos rasgos distintivos, sino como una fecunda promesa de futuro. Los colegios nacionales, orientales y latinos, no deben ser “enclaves” a los cuales volver después del día de estudios para vivir como si se estuviera en la patria, sino que deben ser laboratorios de comunión fraterna, donde experimentar la auténtica catolicidad, la universalidad de la Iglesia. Esta universalidad es el aire bueno que hay que respirar para no ser absorbidos por particularismos que frenan la evangelización.

Las raíces, el terreno, el aire bueno. Les deseo que cultiven así su vocación en los años romanos. Y les pido por favor orar por mí. Ahora bendigo de corazón a ustedes y a sus seres queridos. Gracias.

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