NO OLVIDEMOS LAS OTRAS GUERRAS: PALABRAS DEL PAPA A LOS EMBAJADORES NO RESIDENTES ACREDITADOS ANTE LA SANTA SEDE (19/05/2022)

En su discurso de la mañana de este 19 de mayo a los nuevos embajadores de Pakistán, Emiratos Árabes Unidos, Burundi y Qatar, recibidos en la Sala Clementina, el Papa subrayó cómo la fraternidad y el apoyo humanitario se deben destinar a toda la familia humana sin ninguna distinción, abierta a las situaciones de injusticia como pobreza, hambruna, acceso al mundo del trabajo. “La guerra es siempre una derrota para la humanidad”, recordó una vez más el Sucesor de Pedro. Transcribimos a continuación, el texto de su intervención, traducido del italiano:

Excelencias:

Les extiendo una calurosa bienvenida y recibo con gusto las Cartas que les acreditan ante la Santa Sede como Embajadores Extraordinarios y Plenipotenciarios de sus países: Pakistán, Emiratos Árabes Unidos, Burundi y Qatar. Al transmitir mis saludos a sus respectivos Jefes de Estado, les pido gentilmente asegurarles un recuerdo en mis oraciones por el desarrollo de su importante servicio.

Aunque no existe para ello un momento ideal, ciertamente están comenzando su nueva misión en un periodo particularmente exigente. La última vez que me encontré con sus colegas en enero, la familia humana estaba comenzando a sentir un respiro de alivio, porque nos estábamos lentamente pero sin duda alguna liberando de la mordida de la pandemia. Parecía que podríamos finalmente volver a un cierto sentido de normalidad, aún teniendo en mente las lecciones aprendidas en los últimos dos años. Después, la nube oscura de la guerra cayó sobre Europa del este, envolviendo después directa o indirectamente a todo el mundo. Después de haber experimentado los efectos devastadores de dos guerras mundiales y las amenazas nucleares durante la guerra fría, junto a un creciente respeto por el papel del derecho internacional y la creación de organizaciones políticas y económicas multinacionales enfocadas en la cohesión de la comunidad global, la mayor parte de las personas creían que la guerra en Europa era un recuerdo lejano. Y se pensaba en los niños que habrían preguntado a su mamá: “¿Mamá, qué era la guerra?”. Pero no fue así.

Sin embargo, como vimos en él culmen de la pandemia, incluso en una tragedia de esta magnitud puede surgir lo mejor de la humanidad. Quizás más que nunca, las modernas formas de comunicación han sacudido nuestras conciencias presentando en tiempo real imágenes fuertes y, en ocasiones, espantosas de sufrimiento y muerte. Estas mismas imágenes también inspiraron un sentido de solidaridad y fraternidad, que llevó a muchos países e individuos a proporcionar la asistencia humanitaria. Pienso en particular en esos países que están recibiendo a los refugiados del conflicto sin detenerse en los costos. Hemos visto a familias abrir sus casas a otros miembros de la familia, a amigos y también a desconocidos.

Al mismo tiempo, no debemos olvidar que hay otros numerosos conflictos en desarrollo en el mundo que reciben poca o ninguna atención, especialmente de los medios. Somos una única familia humana y el grado de indignación expresado, el apoyo humanitario ofrecido y el sentido de fraternidad probado por aquellos que sufren no debe estar basado en la geografía o en los intereses personales. Porque «si cada persona tiene una dignidad inalienable, si cada ser humano es mi hermano o mi hermana, y si verdaderamente el mundo es de todos, no importa si alguno nació aquí o si vive fuera de las fronteras del propio país» (Fratelli tutti, 125). Esto es válido no sólo para la guerra y los conflictos violentos, sino también para las demás situaciones de injusticia que afligen a la familia humana: el cambio climático, la pobreza, el hambre, la falta de agua potable, el acceso a un trabajo respetable y a una instrucción adecuada, por citar sólo algunas.

La Santa Sede sigue trabajando a través de numerosos canales para favorecer soluciones pacíficas en situaciones de conflicto y para aliviar el sufrimiento causado por otros problemas sociales. Lo hace con la convicción de que los problemas que conciernen a toda la familia humana requieren una respuesta unitaria por parte de la comunidad internacional, en la que cada miembro haga su parte. Queridos embajadores, ustedes tienen un papel privilegiado que desarrollar en este sentido. Saben demasiado bien que la guerra siempre es una derrota para la humanidad y es contraria al importante servicio que realizan buscando construir una cultura del encuentro a través del diálogo e impulsando la comprensión recíproca entre los pueblos, siempre sosteniendo los nobles principios del derecho internacional. No es de hecho un servicio fácil, el suyo, pero quizás las situaciones de desigualdad e injusticia de las que somos testigos en el mundo de hoy nos ayudan a apreciar aún más su trabajo. A pesar de los desafíos y los reveses, no debemos nunca perder la esperanza en los esfuerzos dirigidos a construir un mundo en que prevalezcan la fraternidad y la comprensión recíproca y los desacuerdos sean resueltos a través de medios pacíficos.

Queridos Embajadores, al inicio de su nueva misión, les formuló mis mejores deseos y les aseguro que las oficinas de la Santa Sede están a su disposición para afrontar cuestiones de interés común. De corazón invoco divinas bendiciones de sabiduría y de paz sobre ustedes, sobre sus familias, sus colaboradores diplomáticos y el personal. Gracias.

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