EL BIEN NO HACE RUIDO PERO CONSTRUYE EL MUNDO: PALABRAS DEL PAPA A VOLUNTARIOS DEL SERVICIO NACIONAL DE PROTECCIÓN CIVIL (23/05/2022)

Tres puntos de reflexión sugirió el Papa Francisco la mañana de este 23 de mayo a los miembros del Servicio Nacional de Protección Civil italiano, a quienes recibió en la Sala Clementina del Palacio Apostólico: Proteger del aislamiento social, de las catástrofes medio-ambientales y prevenir, que son todas formas de cuidar como lo hace Dios Padre con sus hijos. Compartimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Agradezco al Presidente por las palabras de saludo que me ha dirigido a nombre de todo el Servicio Nacional de Protección Civil. Se lo benemérita que es su obra Y me da gusto recordar cuánto bien han hecho durante la reciente pandemia, sobre todo en sus fases más agudas. Se hicieron disponibles para ayudar a las familias más frágiles; realizaron servicios de acompañamiento y seguridad con ancianos y personas vulnerables; asistieron a muchos que estaban enfermos, pobres o solos en casa. Apoyaron la campaña de vacunación con competencia y gratuidad a través de la acción de voluntarios. Igualmente no ha faltado su esfuerzo para la asistencia humanitaria y la acogida en Italia de los refugiados provenientes de Ucrania, especialmente mujeres y niños que han huido de esta guerra absurda. Gracias por lo que han hecho y lo que siguen haciendo en el silencio. El bien no hace ruido pero construye el mundo.

Quisiera compartir con ustedes tres puntos de reflexión y de acción, sugeridos por la palabra que inspira su servicio: protección. Ustedes se han colocado para proteger a las personas más expuestas a peligros y fragilidad. Se trata de una misión que recuerda la del Buen Samaritano del Evangelio . Dedican tiempo, cuidan y ofrecen capacidades y servicios. Cuando esto sucede, la sociedad resulta mejorada. El verbo “proteger” indica cuidar del hermano desde el hermano, una fraternidad concreta, custodiar la vida, preservarla, vigilarla. La “protección civil” que ustedes garantizan me hace pensar en estos tres aspectos.

La primera protección que necesitamos es la que nos preserva del aislamiento social: proteger para no caer en el aislamiento social. Es una forma muy importante de dar voz a la esperanza. No olvidemos que «la reciente pandemia nos ha permitido recuperar y apreciar a muchos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, han reaccionado entregando la propia vida. Hemos sido capaces de reconocer que nuestras vidas están intercaladas y apoyadas por personas ordinarias que, sin lugar a dudas, han escrito los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida [...]. Han entendido que nadie se salva solo» (Enc. Fratelli tutti, 54).

En esta descripción encuentro también su compromiso y su testimonio. En verdad no nos salvamos solos. Necesitamos entender y ver que nuestra vida depende de la de los demás y que el bien es contagioso. Hacerse prójimo de los hermanos nos hace mejores, más disponibles y solidarios. Y al mismo tiempo nuestra sociedad se vuelve un poco más vivible. En la medida en que estas actitudes crezcan y se conecten en un estilo de ciudadanía solidaria, entonces verdaderamente construyen una “protección civil”. Las emergencias de estos años, ligadas a la acogida de refugiados que huyen de guerras o de cambios climáticos, recuerdan lo importante que es encontrar a alguien que tienda la mano, que ofrece una sonrisa, que gasta tiempo de manera gratuita, que hace sentirse en casa. Cada guerra marca una rendición ante la capacidad humana de proteger. Un desmentido de lo que está escrito en los solemnes compromisos de las Naciones Unidas. Por ello San Pablo VI, hablando en la ONU, proclamó: «¡Nunca más la guerra!» (4 de octubre 1965). Lo repetimos hoy ante lo que ocurre en Ucrania y protejamos el sueño de paz de la gente, el sagrado derecho de los pueblos a la paz.

La segunda protección que debemos promover es la de los desastres ambientales – a él lo conocí [al Presidente] precisamente en una zona afectada por un terremoto –. A menudo he recordado un antiguo dicho español que dice: «Dios perdona siempre, los hombres perdonan de vez en cuando, la naturaleza no perdona nunca». Los cambios climáticos de nuestro tiempo han multiplicado los eventos atmosféricos extremos, con consecuencias dramáticas para la población civil. El impacto es catastrófico para personas que pierden la casa Debido a inundaciones provocadas por ríos, tornados, y desastres hidrológicos. ¡La tierra grita! Cuando le forzamos la mano, la naturaleza muestra su rostro cruel y el hombre es pisoteado, obligado a gritar su miedo. La intervención de la Protección Civil ha sido fundamental incluso en caso de terremotos, dando testimonio de la vocación de proteger a las personas impactadas por tragedias similares. La protección es signo de cuidado por el territorio que habitan: son refugio para salvar vidas humanas y promover a las comunidades. Estamos llamados a proteger el mundo y no a depredarlo.

La tercera protección ocurre a través de la prevención. «Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad su propia tierra y se preocupa por su propio país, así como cada uno debe amar y cuidar su propia casa para que no se derrumbe, ya que no lo harán los vecinos. También el bien del mundo requiere que cada uno proteja y ame a su propia tierra» (Fratelli tutti, 143). La prevención se puede realizar involucrando a los distintos sujetos responsables de la administración de un territorio. Es necesario formar las conciencias para que los bienes comunes no sean abandonados o se utilicen sólo a favor de pocos. Y vigilar para que eventos adversos no desencadenen desastres irreparables para la gente. En sentido positivo, es importante educar para la belleza, para custodiar historias de vida y tradiciones, culturas y experiencias sociales. Al hacer esto, se convierten en artesanos de esperanza, esa virtud que «es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que restringen el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna» (ibid., 55).

Proteger es entonces cuidar. Sabemos hacerlo con ternura sólo si reconocemos que nosotros en primer término somos cuidados. Dios es Padre, cuida de nosotros y no deja que nos falte su amor. El profeta Isaías recuerda que Dios nos ha diseñado «en la palma de su mano» (49, 16). Nunca abandona, siempre toma de la mano y acompaña, protege y sostiene. También un salmo nos recuerda que «el Señor protege a los pequeños» (116, 6). Si nos sentimos cuidados por Él, aprendemos a brindar una generosa protección a los hermanos y hermanas, como nos enseñan muchos ejemplos de santos y santas.

Y no quisiera terminar sin subrayar una palabra: voluntariado. Ustedes son voluntarios. He encontrado tres cosas en Italia que no he visto en otros lados. Una de estas tres cosas es el fuerte voluntariado del pueblo italiano, la fuerte vocación al voluntariado. Es un tesoro: ¡cuídenlo! Es un tesoro cultural de ustedes, ¡cuídenlo bien!

Queridos amigos, les animo a continuar con su obra de bien hacia los más necesitados, según el testimonio luminoso de su patrón San Pío de Pietrelcina. Les acompaño en la oración, bendigo a todos ustedes y a sus familias. Y les pido, por favor, orar por mí, porque este trabajo no es fácil. Gracias.

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