INTERCEDER POR LAS ESPERANZAS, LOS SUFRIMIENTOS DEL MUNDO Y POR LA PAZ: REGINA COELI DEL 29/05/2022

Antes de la oración mariana del Regina Coeli al mediodía de este 29 de mayo, con los fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco comenzó recordando que hoy en Italia y en muchos países se celebra la Ascensión del Señor, es decir, su regreso al Padre. Y al comentar el Evangelio propuesto por la liturgia del día, que corresponde a San Lucas, se refirió a la última aparición del Resucitado a los discípulos. El Obispo de Roma invitó a todos a pensar hoy en “el don del Espíritu que hemos recibido de Jesús para ser testigos del Evangelio”. Compartimos a continuación, el texto de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy en Italia y en muchos países se celebra la Ascensión del Señor, es decir, su regreso al Padre. En la Liturgia, el Evangelio según Lucas narra la última aparición del Resucitado a los discípulos (cf. 24, 46-53). La vida terrenal de Jesús culmina precisamente con la Ascensión, que también profesamos en el Credo: «Subió al cielo, está sentado a la derecha del Padre». ¿Qué significa este acontecimiento? ¿Cómo debemos entenderlo? Para responder a esta pregunta, detengámonos en dos acciones que Jesús realiza antes de subir al cielo: Ante todo anuncia el don del Espíritu y luego bendice a los discípulos. Anuncia el don del Espíritu y bendice.

En primer lugar, Jesús dice a sus amigos: «Envío sobre ustedes a Aquel que mi Padre ha prometido» (v. 49). Está hablando del Espíritu Santo, del Consolador, de Aquél que los acompañará, los guiará, los apoyará en la misión, los defenderá en las batallas espirituales. Comprendemos entonces algo importante: Jesús no está abandonando a los discípulos. Asciende al cielo, pero no nos deja solos. Por el contrario, precisamente al subir hacia el Padre asegura la efusión del Espíritu Santo, de su Espíritu. En otra ocasión había dicho: «Es bueno para ustedes que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito» (Jn 16, 7), es decir, el Espíritu. También en esto se ve el amor de Jesús por nosotros: la suya es una presencia que no quiere limitar nuestra libertad. Al contrario, nos hace espacio, porque el verdadero amor siempre genera una cercanía que no aplasta, no es posesivo, es cercano, pero no posesivo; más aún, el verdadero amor nos hace protagonistas. Y así, Cristo asegura: “Voy al Padre, y ustedes serán revestidos de un poder de lo alto: les enviaré mi propio Espíritu, y con su fuerza continuarán mi obra en el mundo” (cf. Lc 24, 49). Por eso, subiendo al cielo, Jesús, en lugar de permanecer junto a unos pocos con el cuerpo, se hace cercano a todos con su Espíritu. El Espíritu Santo hace presente a Jesús en nosotros, más allá de las barreras del tiempo y del espacio, para hacernos sus testigos en el mundo.

Inmediatamente después – es la segunda acción – Cristo levanta las manos y bendice a los apóstoles (cf. v. 50). Es un gesto sacerdotal. Dios, desde los tiempos de Aarón, había confiado a los sacerdotes la tarea de bendecir al pueblo (cf. Nm 6, 26). El Evangelio quiere decirnos que Jesús es el gran sacerdote de nuestra vida. Jesús sube al Padre para interceder por nosotros, para presentarle nuestra humanidad. Así, ante los ojos del Padre, están y estarán siempre, con la humanidad de Jesús, nuestras vidas, nuestras esperanzas, nuestras heridas. Así, mientras realiza su “éxodo” hacia el Cielo, Cristo “nos abre camino”, va a prepararnos un lugar y, desde ahora, intercede por nosotros, para que siempre podamos estar acompañados y bendecidos por el Padre.

Hermanos y hermanas, pensemos hoy en el don del Espíritu que hemos recibido de Jesús para ser testigos del Evangelio. Preguntémonos si realmente lo somos; y también si somos capaces de amar a los demás, dejándolos libres y haciéndoles espacio. Y luego: ¿sabemos hacernos intercesores de los demás, es decir, sabemos orar por ellos y bendecir sus vidas? ¿O nos servimos de los demás para nuestros propios intereses? Aprendamos esto: la oración de intercesión, interceder por las esperanzas y los sufrimientos del mundo, interceder por la paz. Y bendigamos con la mirada y palabras a quienes encontramos cada día.

Ahora oremos a la Virgen, la bendita entre las mujeres que, llena del Espíritu Santo, ora e intercede siempre por nosotros.

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