LA RAÍZ DEL BIEN SOCIAL DEL HOMBRE EN LOS ESTUDIOS DE TOMÁS DE AQUINO: MENSAJE DEL PAPA A PARTICIPANTES EN TALLER ACERCA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO (07/03/2024)

¿Qué tiene que ver el pensamiento de uno de los teólogos más destacados de la historia de la Iglesia con el desarrollo de las ciencias sociales? ¿Un investigador de la relación entre fe y razón con las formas en que se articulan y crecen las relaciones entre las personas? Mucho más de lo que podría parecer, y el Papa Francisco lo deja claro en un mensaje a los participantes en el Taller que la Pontificia Academia de Ciencias Sociales ha organizado este 7 y 8 de marzo para tratar el tema “Ontología social y derecho natural a partir del Aquinate. Profundizaciones para y desde las Ciencias Sociales”. Compartimos a continuación el texto del Santo Padre, traducido del italiano:

Me dio mucho gusto enterarme de que la Pontificia Academia de Ciencias Sociales haya elegido celebrar el 750º aniversario de la muerte de Santo Tomás de Aquino patrocinando un Laboratorio acerca del tema: “Ontología social y derecho natural a partir del Aquinate. Profundizaciones para y desde las Ciencias Sociales”. Expresó mi gratitud a todos los participantes en este importante encuentro y en la oración ofrezco mis deseos por la fecundidad de sus discusiones.

Seguramente Santo Tomás no cultivó las ciencias sociales así como nosotros las entendemos hoy. Sin embargo, su estudio riguroso de las implicaciones filosóficas y teológicas del dato bíblico de que el hombre es creado: «a imagen de Dios» (Gen 1, 27), que encontró expresiones sus varios escritos, se puede decir que haya contribuido a preparar el camino hacia el desarrollo de estas ciencias modernas. La obra de Tomás demuestra tanto su compromiso por comprender la Palabra de Dios revelada en todas sus dimensiones, como, al mismo tiempo, su notable apertura a toda verdad accesible a la razón humana. El Doctor Angélico estaba profundamente convencido de que, desde el momento en que Dios es la verdad y la luz que ilumina toda comprensión, no puede existir alguna contradicción de fondo entre la verdad revelada y aquella descubierta a través de la razón. Central para su comprensión de la relación entre fe y razón era su convicción del poder del don divino de la gracia de sanar la naturaleza humana debilitada por el pecado y elevar la mente a través de la participación en el conocimiento y el amor de Dios, y como consecuencia habilitarnos para comprender y ordenar de manera correcta nuestras vidas como individuos y como sociedades.

Las ciencias sociales contemporáneas se acercan a los temas del hombre y a la búsqueda del desarrollo humano a través de una serie de enfoques y métodos que deberían estar fundados en la irreductible realidad y dignidad de la persona humana. El Aquinate ha sido capaz de obtener de una rica herencia filosófica que interpretó a través de los lentes del Evangelio, al grado de afirmar que la persona, como «lo más noble que se encuentra en todo el universo» (ST I, q.29, a. 3) [texto tomado de Somma Teologica, nueva edición a cargo de P. Tito S. Centi e P. Angelo Z. Belloni, 2009, ndt], es el Pilar del orden social. Creados a imagen y semejanza del Dios Uno y Trino, los individuos están destinados, a través de relaciones personales e interpersonales, a vivir, crecer y desarrollarse en comunidad. Por esta razón, «es natural que los seres humanos vivan en sociedad con muchos otros, para procurarse, con su trabajo manual y físico, iluminados por la luz de su inteligencia y por la fuerza de su voluntad, los bienes materiales y espirituales para su bienestar y buen vivir, para su felicidad» (De regno, B. I. c. 1).

Abrevando de principios ya establecidos por Aristóteles, Tomás así sostenía que los bienes espirituales preceden a los materiales y que el bien común de la sociedad precede al de los individuos, en cuanto que el hombre es por naturaleza un “animal político”. Su vínculo con las obras éticas y políticas de los grandes pensadores clásicos parece evidente por sus comentarios y se refleja especialmente en las cuestiones que dedica a la justicia, en particular en su célebre Tratado sobre el Derecho (ST I-II, qq. 90-108). Mientras que es indudable su influencia en dar forma al pensamiento moral y jurídico moderno, una recuperación de la perspectiva filosófica y teológica que informó su obra puede resultar también prometedora para nuestra disciplina de reflexión sobre las acuciantes cuestiones sociales de nuestro tiempo.

El Aquinate sostiene la intrínseca dignidad y unidad de la persona humana, que pertenece tanto al mundo físico en virtud del cuerpo como al espiritual en virtud del alma racional: una criatura capaz de distinguir entre verdadero y falso con base en el principio de no contradicción, pero también de discernir el bien del mal. Esta capacidad innata para discernir y ordenar o disponer actos hacia su fin último a través del amor, llamada tradicionalmente “ley natural”, como declara el Catecismo de la Iglesia Católica, citando a Tomás: «no es otra cosa más que la luz de la inteligencia infusa en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe realizar y lo que se debe evitar. Esta luz o esta ley Dios la ha entregado a la creación» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1955).

Hoy es esencial recuperar una consideración de esta «inclinación natural a conocer la verdad sobre Dios y a vivir en sociedad» (ST I-II, qq. 90-108) con el fin de moldear el pensamiento social y las políticas actuales que promuevan, antes que impedir, el auténtico desarrollo humano de los individuos y los pueblos. Por este motivo, mi Predecesor y yo reafirmamos constantemente la importancia de la ley natural en las discusiones concernientes a los desafíos éticos y políticos de nuestro tiempo. Con las palabras de Benedicto XVI, «tal ley moral universal es sólido fundamento de cualquier diálogo cultural, religioso y político y permite al multiforme pluralismo de las distintas culturas no separarse de la búsqueda común de lo verdadero, del bien y de Dios» (Carta Enc. Caritas in Veritate, 59).

La confianza de Tomás en una ley natural escrita en el corazón del hombre puede así ofrecer frescos y válidos puntos de partida a nuestro mundo globalizado, dominado por el positivismo jurídico y por la casuística, aún si continúa buscando cimientos sólidos para un justo y humano orden social. De hecho, siguiendo a Aristóteles, Tomás era muy consciente de la complejidad que implica aplicar la ley a las acciones concretas y por ello enfatizaba la importancia de la virtud de la epikeia. Con sus palabras: «los actos humanos, que son objeto de la ley, consisten en hechos contingentes e individuales, que pueden variar de modos infinitos […]. Pero en ciertos casos observar estas leyes sería contra la justicia y contra el bien común, que es el objetivo de la ley». Como consecuencia: «es en cambio un bien seguir aquello que exige el sentido de la justicia y el bien común, dejando a un lado la letra de la ley» (ST II_II, q. 120, a. 1).

Si el Doctor Angélico funda su comprensión de la dignidad del hombre y las exigencias de una “ontología social” en la naturaleza humana, y por tanto en el orden de la creación, como pensador cristiano él, necesariamente, agrega también que nuestra naturaleza humana, herida por el pecado, es curada y elevada por la gracia, fruto de la redención realizada por Cristo. Al inicio de su gran Cristología, la tercera parte de la Summa Theologiae, Tomás afirma, en continuidad con la enseñanza de las Escrituras y de los Padres de la Iglesia, que la Encarnación del Hijo de Dios revela la suprema dignidad de la naturaleza humana. Esta convicción fue elocuentemente reafirmada en nuestro tiempo por las enseñanzas del Concilio Vaticano II, es decir: «Cristo, que es el nuevo Adán, precisamente revelando el misterio del padre y de su amor revela también plenamente al hombre a sí mismo y le manifiesta su altísima vocación» (Const. Past. Gaudium et spes, 22). La plenitud de gracia presente en la humanidad del Redentor es después comunicada a los miembros de su Cuerpo, la Iglesia, a la cual toda la humanidad está llamada. Como Cabeza de ese Cuerpo, Cristo distribuye su gracia en distintos modos a cada miembro, según sus únicos dones y vocaciones.

La intuición de Tomás acerca de esta efusión de gracia redentora y la variedad de las formas en que tal gracia es comunicada para la edificación del Cuerpo tiene ricas implicaciones para la comprensión de las dinámicas de un sólido orden social fundado en las reconciliación, en la solidaridad, en la justicia y el cuidado recíprocos. En este sentido Benedicto XVI podía afirmar que, precisamente como objeto del amor de Dios, el hombre y la mujer se vuelven a su vez sujetos de caridad, llamados a reflejar tal caridad y a tejer redes de caridad (cf. Caritas in Veritate, 5) al servicio de la justicia y el bien común.

Es esta mayor dinámica de caridad recibida y entregada la que ha dado vida a la Doctrina Docial de la Iglesia (cf. ibid), que busca explorar cómo los beneficios sociales de la redención pueden hacerse visibles en la vida de hombres y mujeres, en cuanto seres sociales cuya individualidad está de manera ineludible inmersa en una historia, cultura y tradición más grande. Aquí, hace notar Tomás, vemos el corazón de la vida cristiana como acto de culto sacerdotal dirigido a la glorificación de Dios y a la santificación del mundo. En esta perspectiva, el Doctor Angélico sostiene de manera resuelta la prioridad de las obras de misericordia. Con sus palabras: «nosotros no ejercemos el culto hacia Dios con sacrificios y ofrendas exteriores en beneficio suyo, sino en nuestro beneficio y el del prójimo: él, de hecho, no necesita nuestros sacrificios, sino que quiere que estos le sean ofrecidos por nuestra devoción y en beneficio del prójimo. Por ello la misericordia… es un sacrificio más aceptable para él, asegurando éste, más de cerca, el bien del prójimo» (ST II-II, q. 30, a. 4 ad 1).

Queridos amigos, en estos años de mi pontificado he buscado privilegiar el gesto del lavatorio de pies, siguiendo el ejemplo de Jesús, que en la Última Cena se quitó el manto y lavó los pies de sus discípulos uno a uno. El lavatorio de pies es sin duda un símbolo elocuente de las bienaventuranzas proclamadas por el Señor en el Sermón de la Montaña y de su concreta expresión en obras de misericordia. Con este gesto, el Señor quiso dejarnos: «un ejemplo, de hecho, para que también ustedes hagan como yo lo he hecho con ustedes» (Jn 13, 15). De hecho, como enseña el Aquinate, con una acción tan extraordinaria Cristo: «mostró todas las obras de misericordia» (En Ioan. XIII). Jesús sabía que, cuando se trata de inspirar al corazón del hombre, los ejemplos son más importantes que un río de palabras.

En estos días, mientras se acercan al rico patrimonio de pensamiento religioso, ético y social que Santo Tomás de Aquino nos dejó en herencia, tengo confianza en que encontrarán inspiración e iluminación para sus propias contribuciones a las distintas ciencias sociales, en el respeto de sus propios métodos y objetivos. Renuevo mis buenos deseos por sus decisiones y pido para que cada uno de ustedes, en su propio trabajo y en su propia vida, encuentro y realización en nuestro común esfuerzo por contribuir a un futuro de fraternidad, justicia y paz para todos los miembros de nuestra familia humana. Sobre cada uno de ustedes y sobre sus seres queridos, invoco de corazón abundantes bendiciones del Señor.

Desde el Vaticano, 7 de marzo 2024

FRANCISCO

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