CATEQUESIS DEL PAPA: DIOS NO NOS QUIERE SÓLO SANTOS, SINO QUIERE “SANTOS INTELIGENTES” (20/03/2024)

La prudencia, junto con la justicia, la fortaleza y la templanza, constituyen las virtudes que se definen “cardinales” y, a esta virtud, estuvo dedicada la catequesis de la Audiencia General de este 20 de marzo en la Plaza de San Pedro. Las virtudes cardinales, explicó el Papa, no son “prerrogativa exclusiva” de los cristianos, porque ya eran patrimonio de la sabiduría de los antiguos, en particular de los filósofos griegos. Jesús en los Evangelios habla de prudencia y exhorta repetidamente a sus seguidores a ser prudentes. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

La prudencia

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

La catequesis de hoy la dedicamos a la virtud de la prudencia. Ella, junto con la justicia, la fortaleza y la templanza, forma las virtudes llamadas cardinales, que no son prerrogativa exclusiva de los cristianos, sino que pertenecen al patrimonio de la sabiduría antigua, en particular, la de los filósofos griegos. Por eso, uno de los temas más interesantes en la obra de encuentro y de inculturación fue precisamente el de las virtudes.

En los escritos medievales, la presentación de las virtudes no es una simple enumeración de cualidades positivas del alma. Retomando a los autores clásicos a la luz de la revelación cristiana, los teólogos imaginaron el septenario de las virtudes - las tres teologales y las cuatro cardinales– como una especie de organismo vivo, en el que cada virtud ocupa un espacio armónico. Hay virtudes esenciales y virtudes accesorias, como pilares, columnas y capiteles. Por ello, quizá nada como la arquitectura de una catedral medieval puede dar la idea de la armonía que existe en el hombre y de su continua tensión hacia el bien.

Entonces, comencemos por la prudencia. Esta no es la virtud de la persona temerosa, siempre titubeante ante la acción que debe emprender. No, ésta es una interpretación errónea. No es tampoco solamente la cautela. Conceder una primacía a la prudencia significa que la acción del hombre está en manos de su inteligencia y libertad. La persona prudente es creativa: razona, evalúa, trata de comprender la complejidad de la realidad y no se deja llevar por las emociones, la pereza, las presiones, las ilusiones.

En un mundo dominado por las apariencias, por los pensamientos superficiales, por la banalidad tanto del bien como del mal, la antigua lección de la prudencia merece ser recuperada.

Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, la llamaba “recta ratio agibilium”. Es la capacidad de gobernar las acciones para dirigirlas hacia el bien; por este motivo recibe el sobrenombre de “conductor de las virtudes”. Prudente es aquel o aquella que es capaz de elegir: mientras permanece en los libros, la vida es siempre fácil, pero en medio de los vientos y las olas de lo cotidiano es totalmente algo diferente, a menudo estamos inseguros y no sabemos hacia dónde ir.  Quien es prudente no elige por casualidad: ante todo, sabe lo que quiere; por tanto, pondera las situaciones, se deja aconsejar y, con amplitud de miras y libertad interior, elige qué camino tomar. No es que no pueda cometer errores, en el fondo sigue siendo humano; pero al menos evitará grandes “bandazos”. Desafortunadamente, en todos los ambientes hay quien tiende a liquidar los problemas con bromas superficiales o a suscitar siempre polémicas. La prudencia, en cambio, es la cualidad de quien está llamado a gobernar: sabe que administrar es difícil, que los puntos de vista son muchos y es preciso tratar de armonizarlos, que no se debe hacer el bien de algunos, sino el de todos.

La prudencia enseña también que, como se suele decir, “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. Demasiado celo, de hecho, en algunas situaciones, puede provocar desastres: puede arruinar una construcción que hubiera requerido gradualidad; puede generar conflictos e incomprensiones; puede incluso desencadenar la violencia.

La persona prudente sabe custodiar la memoria del pasado, no porque tenga miedo al futuro, sino porque sabe que la tradición es un patrimonio de sabiduría. La vida está hecha de una continua superposición de cosas antiguas y cosas nuevas, y no es bueno pensar siempre que el mundo empieza con nosotros, que tenemos que afrontar los problemas desde cero. Y la persona prudente también es previsora. Una vez decidida la meta a la cual se tiende, hay que procurarse todos los medios para alcanzarla.

Muchos pasajes del Evangelio nos ayudan a educar la prudencia. Por ejemplo: es prudente quien construye su casa sobre la roca, e imprudente el que la construye sobre la arena (cf. Mt 7, 24-27). Sabias son las vírgenes que llevan consigo el aceite para sus lámparas, y necias las que no lo hacen (cf. Mt 25, 1-13). La vida cristiana es una combinación de sencillez y astucia. Al preparar a sus discípulos para la misión, Jesús les recomienda: «He aquí que yo los envío como ovejas entre lobos; sean entonces prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas». (Mt 10, 16). Es como si dijera que Dios no nos quiere solamente santos, sino que quiere santos inteligentes, porque sin la prudencia ¡es cuestión de un momento equivocarse de camino!

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