GRACIAS PORQUE SABEN ESPERAR CONTRA TODA ESPERANZA: CARTA DEL PAPA A LOS CATÓLICOS DE TIERRA SANTA (27/03/2024)

En una carta dada a conocer este 27 de marzo, dirigida a los fieles de todos los ritos y confesiones que se preparan para celebrar la Pascua, el Papa Francisco expresa cercanía, afecto y aliento a quienes “están padeciendo de manera más dolorosa el drama absurdo de la guerra”. “Gracias por su testimonio de fe, gracias por la caridad que existe entre ustedes, gracias porque saben esperar contra toda esperanza”, escribe el Papa Francisco en la carta con vistas a la Pascua, que algunas comunidades celebran el 31 de marzo, según el calendario gregoriano, y otras el 5 de mayo, según el calendario juliano. Reproducimos a continuación el texto completo de la carta, traducida del italiano:

Queridos hermanos y hermanas:

Desde hace tiempo pienso en ustedes y cada día pido por ustedes. Pero ahora, en vísperas de esta Pascua, que para ustedes tiene sabe tanto a Pasión y todavía poco a Resurrección, siento la necesidad de escribirles para decirles que los llevo en el corazón. Estoy cerca de todos ustedes, en sus varios ritos, queridos fieles católicos esparcidos por todo el territorio de la Tierra Santa: en particular a cuantos, en estos momentos, están padeciendo de manera más dolorosa el drama absurdo de la guerra, a los niños a los que se les niega un futuro, a cuantos se encuentran en el llanto y el dolor, a cuantos experimentan angustia y desorientación.

La Pascua, corazón de nuestra fe, es aún más significativa para ustedes que la celebran en los lugares en los que el Señor vivió, murió y resucitó: no sólo la historia, ni tampoco la geografía de la salvación existirían sin la Tierra que ustedes habitan desde hace siglos, en la que quieren permanecer y donde es un bien que puedan quedarse. Gracias por su testimonio de fe, gracias por la caridad que existe entre ustedes, gracias porque saben esperar contra toda esperanza.

Deseo que cada uno de ustedes sienta mi afecto de padre, que conoce sus sufrimientos y sus fatigas, en particular las de estos últimos meses. Junto a mi afecto, espero que puedan percibir el de todos los católicos del mundo. Que el Señor Jesús, nuestra Vida, como Buen Samaritano derrame sobre las heridas de su cuerpo y de su alma el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.

Pensando en ustedes, vuelve a la memoria la peregrinación que realicé entre ustedes hace diez años; y hago mías las palabras que San Pablo VI, primer sucesor de Pedro peregrino en Tierra Santa, dirigió a todos los creyentes hace cincuenta años: «La prolongación del estado de tensión en Medio Oriente, sin que se den pasos conclusivos hacia la paz, constituye un grave y constante peligro, que amenaza no sólo la tranquilidad y la seguridad de aquellas poblaciones — y la paz del mundo entero —, sino también ciertos valores sumamente queridos, por distintos motivos, para gran parte de la humanidad» (Exhort. ap. Nobis in Animo).

Queridos hermanos y hermanas, la comunidad cristiana de Tierra Santa no sólo ha sido, a lo largo de los siglos, custodia de los lugares de la salvación, sino que constantemente ha dado testimonio, a través de sus propios sufrimientos, del misterio de la Pasión del Señor. Y, con su capacidad de levantarse de nuevo y seguir adelante, ha anunciado y sigue anunciando que el Crucificado resucitó, que con los signos de su Pasión se apareció a sus discípulos y ascendió al cielo, llevando al Padre nuestra humanidad atormentada pero redimida. En estos tiempos oscuros, en los que parece que las tinieblas del Viernes Santo recubren su Tierra y demasiadas partes del mundo son desfiguradas por la inútil locura de la guerra, que es siempre y para todos una sangrienta derrota, ustedes son antorchas encendidas en la noche; son semillas de bien en una tierra desgarrada por los conflictos.

Por ustedes y con ustedes hago oración: “Señor, tú que eres nuestra paz (cf. Ef 2, 14-22), tú que has proclamado bienaventurados a los que trabajan por la paz (cf. Mt 5, 9), libera el corazón del hombre del odio, de la violencia y de la venganza. Nosotros te contemplamos y te seguimos a ti, que perdonas, que eres manso y humilde de corazón (cf. Mt 11, 29). Haz que nadie nos robe del corazón la esperanza de levantarnos de nuevo y de resucitar contigo, haz que no nos cansemos de afirmar la dignidad de todo hombre, sin distinción de religión, etnia o nacionalidad, empezando por los más frágiles: por las mujeres, los ancianos, los pequeños y los pobres”.

Hermanos, hermanas, quiero decirles: no están solos y no los dejaremos solos, sino que permaneceremos solidarios con ustedes a través de la oración y la caridad activa, esperando poder volver pronto con ustedes como peregrinos, para mirarlos a los ojos y abrazarlos, para partir el pan de la fraternidad y contemplar aquellos brotes de esperanza nacidos de sus semillas, esparcidas en el dolor y cultivadas con paciencia.

Sé que sus Pastores, los religiosos y las religiosas están cerca de ustedes: les agradezco de corazón todo lo que han hecho y continúan haciendo. Que crezca y resplandezca, en el crisol del sufrimiento, el oro de la unidad, también con los hermanos y las hermanas de las otras confesiones cristianas, a quienes también deseo manifestarles mi cercanía espiritual y expresar mi aliento. A todos los llevo en la oración.

Los bendigo e invoco sobre ustedes la protección de la Bienaventurada Virgen María, hija de su Tierra. Renuevo la invitación a todos los cristianos del mundo a hacerles sentir su apoyo concreto y a orar sin cansarse, para que toda la población de su querida Tierra esté por fin en paz.

Fraternalmente,

Roma, San Juan de Letrán, Semana Santa 2024

FRANCISCO

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