LA CONFESIÓN ES RECONOCER LA MISERICORDIA DE DIOS: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN CURSO ORGANIZADO POR LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA (08/03/2024)

El Papa Francisco recibió este 8 de marzo en la Sala Clementina, a los participantes en el Curso sobre el Fuero Interno organizado por la Penitenciaría Apostólica y entregó el discurso que había preparado, en el que propone una reflexión sobre el Acto de Contrición. Vivir “cada confesión como un momento único e irrepetible de gracia” y dar “generosamente el perdón del Señor, con afabilidad, paternidad” y “ternura materna” son algunas de las indicaciones que el Papa entregó a los presentes, en el texto que reproducimos a continuación, traducido del italiano:

Queridos hermanos, buenos días y bienvenidos:

Me alegra encontrarlos en ocasión del anual Curso sobre el Fuero Interno, organizado por la Penitenciaría Apostólica. Dirijo un saludo cordial al Cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor, al Regente, Mons. Nykiel, a los Prelados, a los Oficiales y al personal de la penitenciaría, a los colegios de penitenciarios ordinarios y extraordinarios de las Basílicas Papales in Urbe, y a todos ustedes participantes en el Curso.

En el contexto de la Cuaresma y, en particular, del Año de la oración en preparación al Jubileo, quisiera proponerles reflexionar juntos sobre una oración sencilla y rica, que pertenece al patrimonio del Santo pueblo fiel de Dios y que recitamos durante el rito de la Reconciliación: el Acto de contrición.

No obstante el lenguaje un poco antiguo, que podría incluso ser malentendido en alguna de sus expresiones, esta oración conserva toda su validez, tanto pastoral como teológica. Por lo demás su autor es el gran San Alfonso María de Liguori, maestro de la teología moral, pastor cercano a la gente y hombre de gran equilibrio, alejado tanto del rigorismo como del laxismo.

Me detendré en tres actitudes expresadas en el acto de contrición y que pienso pueden ayudarnos a meditar sobre nuestra relación con la misericordia de Dios: arrepentimiento ante Dios, confianza en Él y propósito de enmienda.

Primero: el arrepentimiento. Éste no es el fruto de un autoanálisis ni de un sentido psíquico de culpa, sino que surge totalmente de la conciencia de nuestra miseria ante el amor infinito de Dios, ante su misericordia sin límites. Es esta experiencia, de hecho, la que mueve nuestro ánimo a pedirle perdón, confiados en su paternidad, como dice la oración: «Dios mío, me arrepiento y me lleno de dolor, con todo el corazón, por mis pecados», y más adelante agrega: «porque te he ofendido a Ti, infinitamente bueno». En realidad, en la persona, el sentido del pecado es proporcional precisamente a la percepción del infinito amor de Dios: entre más sentimos su ternura, más deseamos estar en plena comunión con Él y más se nos demuestra como evidente lo terrible del mal en nuestra vida. Y es precisamente esta conciencia, descrita como “arrepentimiento” y “dolor”, la que nos impulsa a reflexionar sobre nosotros mismos y nuestros actos y a convertirnos. Recordemos que Dios nunca se cansa de perdonarnos, y por nuestra parte, ¡nunca nos cansemos de pedirle perdón!

Segunda actitud: la confianza. En el Acto de contrición Dios es descrito como «infinitamente bueno y digno de ser amado sobre todas las cosas». Es hermoso escuchar, en los labios de un penitente, el reconocimiento de la infinita bondad de Dios y de la primacía, en la propia vida, del amor a Él. Amar «sobre todas las cosas», significa de hecho poner a Dios en el centro de todo, como luz en el camino y fundamento de todo orden de valores, confiándole todas las cosas. Y esta es una primacía que anima cualquier otro amor: hacia los hombres y hacia la creación, porque quien ama a Dios ama al hermano (cf. 1 Jn 4, 19-21) y busca su bien, siempre, en la justicia y la paz.

Tercer aspecto: el propósito. Este exprime la voluntad del penitente de ya no caer en el pecado cometido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1451), y permite el importante paso de la atrición a la contrición, del dolor imperfecto al perfecto (cf. ibid., 1452-453). Nosotros manifestamos esta actitud diciendo: «Me propongo, con tu santa ayuda, ya no ofenderte más». Estas palabras expresan un propósito, no una promesa. De hecho, ninguno de nosotros puede prometerle a Dios no pecar más, y lo que se pide para recibir el perdón no es una garantía de impecabilidad, sino un propósito real, hecho con recta intención en el momento de la confesión. Además, es un compromiso que asumimos siempre con humildad, como subrayan las palabras « con tu santa ayuda». San Juan María Vianney, el Cura de Ars, acostumbraba a repetir que «Dios nos perdona aunque sabe que pecaremos de nuevo». Y por lo demás, sin su gracia, ninguna conversión sería posible, contra toda tentación de pelagianismo viejo o nuevo.

Quisiera finalmente llamar su atención sobre la bellísima conclusión de la oración: «Señor, misericordia, perdóname». Aquí los términos “Señor” y “misericordia” aparecen como sinónimos y eso es decisivo. Dios es misericordia (cf. Jn 4, 8), la misericordia es su nombre, su rostro. Nos hace bien recordarlo, siempre: en todo acto de misericordia, en todo acto de amor, se transparenta el rostro de Dios.

Muy queridos todos, la tarea que se les confía en el confesionario es hermosa y crucial, porque les permite ayudar a muchos hermanos y hermanas a experimentar la dulzura del amor de Dios. Los animo, por tanto, a vivir cada confesión como un único e irrepetible momento de gracia y a entregar generosamente el perdón del Señor, con afabilidad, paternidad y me atrevería a decir también con ternura materna.

Los invito a orar y a comprometerse para que este año de preparación al Jubileo pueda ver florecer la misericordia del Padre en muchos corazones y en muchos lugares, y así Dios sea cada vez más amado, reconocido y alabado.

Les agradezco por el apostolado que realizan – o que a algunos de ustedes pronto les será encomendado –. Que la Virgen, Madre de la misericordia, los acompañe. También yo los llevo en mi oración y los bendigo de corazón. Por favor, no se olviden de orar por mí.

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