UNA SOCIEDAD “AMIGA DE LA FAMILIA” ES POSIBLE CON APOYO DE LOS ESTADOS: PALABRAS DEL PAPA A LA PONTIFICIA ACADEMIA DE CIENCIAS SOCIALES (29/04/2022)

La realidad de la familia, entendida como un “bien relacional”, está en el centro de los trabajos de la Sesión Plenaria de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, una elección apreciada por el Papa Francisco, que en su discurso de este 29 de abril, destacó la importancia del vínculo familiar, hoy cuestionado, del que esboza las características: el don, la reciprocidad, la generatividad, la acogida, indispensables para la construcción “de una sociedad fraterna y capaz de cuidar la casa común”. Transcribimos a continuación el texto pronunciado por el Santo Padre, traducido del italiano:

Gentiles señoras y señores:

Les doy la bienvenida y les deseo un buen trabajo en esta Sesión Plenaria de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Y agradezco al Prof. Zamagni por sus corteses y agudas palabras.

Han centrado su atención en la realidad de la familia. Aprecio esta elección y también la perspectiva según la cual la consideran, es decir como “bien relacional”. Sabemos que los cambios sociales están modificando las condiciones de vida del matrimonio y de las familias en todo el mundo. Además, el actual contexto de crisis prolongada y múltiple pone en dura prueba los proyectos de familias estables y felices. A este estado de cosas se puede responder redescubriendo el valor de la familia como fuente y origen del orden social, como célula vital de una sociedad fraterna y capaz de cuidar la casa común.

La familia está casi siempre en el primer lugar en la escala de valores de los distintos pueblos, porque está inscrita en la naturaleza misma de la mujer y el hombre. En este sentido, el matrimonio y la familia no son instituciones puramente humanas, a pesar de los numerosos cambios que han vivido en el curso de los siglos y las diversidades culturales y espirituales entre los distintos pueblos. Más allá de todas las diferencias, emergen rasgos comunes y permanentes, que manifiestan la grandeza y el valor del matrimonio y la familia. Sin embargo, si este valor es vivido de manera individualista y privada, como en parte ocurre en Occidente, la familia puede ser aislada y fragmentada en el contexto de la sociedad. Se pierden así las funciones sociales que la familia ejerce entre los individuos y en la comunidad, especialmente ante los más débiles, como los niños, las personas con discapacidad y los ancianos no autosuficientes.

Se trata entonces de comprender que la familia es un bien para la sociedad, no sólo como simple agregación de individuos, sino porque es una relación fundada en un “vínculo de mutua perfección”, para usar una expresión de San Pablo (cf. Col 3, 12-14). De hecho, el ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios, qué es amor (cf. 1 Jn 4, 8.16). El amor recíproco entre el hombre y la mujer es reflejo del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al ser humano, destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del orden social y del cuidado de la creación.

El bien de la familia no es de tipo agregativo, es decir no consiste en agregar los recursos de los individuos para aumentar la utilidad de cada uno, sino que es un vínculo relacional de perfección, que consiste en compartir las relaciones de amor fiel, confianza, cooperación, reciprocidad, de las que derivan los bienes de cada miembro de la familia y, por tanto, su felicidad. Así entendida, la familia, que es un bien relacional en sí misma, se convierte también en la fuente de muchos bienes y relaciones para la comunidad, como por ejemplo una buena relación con el Estado y las otras asociaciones de la sociedad, la solidaridad entre las familias, la acogida de quien está en dificultades, la atención a los últimos, la lucha contra los procesos de empobrecimiento, etcétera.

Tal vínculo perfectivo, que podríamos llamar su específico “genoma social”, consiste en un actuar amoroso motivado por el don, por vivir según la regla de la reciprocidad generosa y de la generatividad. La familia humaniza a las personas a través de las relaciones del “nosotros” y al mismo tiempo promueve las legítimas diferencias de cada uno. Esto, cuidado, es precisamente importante para entender qué es una familia, que no es solamente una suma de personas.

El pensamiento social de la Iglesia ayuda a comprender este amor relacional propio de la familia, como buscó hacer la Exhortación Apostólica Amoris laetitia, insertándose en el surco de la gran tradición, pero con esa tradición, dar un paso adelante el punto

un aspecto que quisiera subrayar es que la familia es el lugar de la acogida. No se habla mucho de ello, pero es importante. Sus cualidades se manifiestan de manera particular en las familias donde están presentes miembros frágiles o con discapacidad. Estas familias desarrollan virtudes especiales, que potencian las capacidades de amor y de soportar pacientemente ante las dificultades de la vida. Pensemos en la rehabilitación de los enfermos, en la acogida de los migrantes, y en general enla inclusión social de quien es víctima de marginación, en todas las esferas sociales, especialmente en el mundo del trabajo. La asistencia domiciliaria integrada para las personas con discapacidad grave pone en movimiento en los miembros de la familia esa capacidad de cuidado que sabe responder a las necesidades específicas de cada uno. Que se piense también en las familias que generan beneficios para toda la sociedad, entre las cuales se encuentran las familias adoptivas y las familias de acogida. La familia – lo sabemos – es el principal antídoto contra la pobreza, material y espiritual, como también lo es contra el problema del invierno demográfico o contra la maternidad y paternidad irresponsables. Estas dos cosas deben ser subrayadas. El invierno demográfico es algo serio. Aquí en Italia es algo serio con respecto a otros países de Europa. No se puede dejar de lado, es algo serio. Y la irresponsabilidad en la maternidad y la paternidad es otra cosa seria que debe tenerse en cuenta para ayudar de manera que no suceda.

La familia se convierte en un vínculo de perfección y un bien relacional en cuanto más puede hacer florecer su propia naturaleza, ya sea por sí misma, o con la ayuda de otras personas e instituciones, incluidas las del Gobierno. Es necesario que en todos los países se promuevan políticas sociales, económicas y culturales “amigables con la familia”. Lo son, por ejemplo, las políticas que hacen posible una armonización entre familia y trabajo; políticas fiscales que reconocen las cargas familiares y apoyan las funciones educativas de la familia adoptando instrumentos apropiados de equidad fiscal; políticas de acogida de la vida; servicios sociales psicológicos y de salud centrados en el apoyo a las relaciones de pareja y parentales.

Una sociedad “amiga de la familia” es posible. Porque la sociedad nace y evoluciona con la familia. No todo se remonta al contrato, ni todo puede ser impuesto a través de una orden. En realidad, cuando una civilización erradica de su propia tierra el árbol del don como gratuidad, su declive se vuelve imparable. Y bien, la familia es la primera sembradora del árbol de la gratuidad. La relacionalidad que se practica en familia no se apoya en el eje D la conveniencia o de los intereses, sino en el del ser, que se conserva incluso cuando las relaciones fallan. Y quisiera subrayar esto de la gratuidad, porque no se piensa mucho en ello; es muy importante incluirlo en la reflexión sobre la familia. La gratuidad en la familia: el don, dar y recibir el don gratuitamente.

Considero que para redescubrir la belleza de la familia existen algunas condiciones. La primera es quitar de los ojos de la mente la “catarata” de las ideologías que nos impiden ver la realidad. Es la pedagogía del maestro interior – la de Sócrates y San Agustín – y no la que busca simplemente el consenso. La segunda condiciones el redescubrimiento de la correspondencia entre matrimonio natural y matrimonio sacramento. La separación entre las dos, de hecho, termina, por un lado por hacer pensar en la sacramentalidad como algo agregado, extrínseco, y por otro se corre el riesgo de abandonar la institución de la familia a la tiranía de lo artificial. La tercera condición es, como recuerda Amoris laetitia, la conciencia de que la gracia del sacramento del Matrimonio – que es el sacramento “social” por excelencia – sana y eleva a toda la sociedad humana y es levadura de fraternidad. «Toda la vida en común de los esposos, toda la red de relaciones que tejerán entre ellos, con sus hijos y con el mundo, será impregnada y robustecida por la gracia del sacramento que surge del misterio de la Encarnación y de la Pascua, en que Dios expresó todo su amor por la humanidad y se unió íntimamente a ella» (n. 74).

Queridos amigos, mientras les dejo estas reflexiones, una vez más les aseguro mi reconocimiento, mi aprecio por las actividades de esta Pontificia Academia y también mi oración por ustedes y sus familias. Les bendigo de corazón. Y también ustedes, por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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