COMPARTAMOS ALEGRÍAS Y DOLORES: MENSAJE POR EL RAMADÁN DEL PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO (08/04/2022)

Una vez más la emergencia sanitaria se convierte en la ocasión para reflexionar sobre cómo la pandemia ha cambiado nuestra vida. El Mensaje por el Ramadán, fechado el pasado 18 de febrero y firmado por el Presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, el Card. Miguel Ángel Ayuso Guixot, y por el Secretario, Mons. Indunil Kodithuwakku Janakaratne Kankanamalage, está centrado sobre el tema “Cristianos y musulmanes: compartamos alegrías y dolores”. Es un texto en el que se hace evidente la importancia de vivir juntos los momentos oscuros pero también los luminosos, porque “el amor de Dios abraza a toda persona y al universo entero”. Reproducimos a continuación, el texto del mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas musulmanes:

Como todos sabemos, la pandemia causada por el COVID-19 le ha quitado la vida a millones de personas en todo el mundo, incluidos miembros de nuestras familias. Otros se han enfermado y se han curado, pasando sin embargo por mucho dolor y sufriendo largamente por las consecuencias del virus. Mientras celebran el mes de Ramadán que concluye con‘Id al-Fitr, nuestro pensamiento es de gratitud a Dios omnipotente que nos ha protegido a todos nosotros en Su Providencia. Llevamos también en la oración a los muertos y los enfermos con dolor y esperanza.

La pandemia con sus trágicos efectos sobre todo aspecto de nuestro estilo de vida ha atraído nuevamente nuestra atención sobre un aspecto importante: compartir. Por eso hemos considerado oportuno enfrentar este tema en el Mensaje que estamos contentos de enviarles a todos y cada uno de ustedes.

Todos compartimos los dones de Dios: aire, agua, vida, alimento, descanso, los frutos del progreso en el campo médico y farmacéutico, los resultados del progreso científico y tecnológico en distintos campos y su aplicación, el continuo descubrimiento de los misterios del universo... La conciencia de la bondad y generosidad de Dios llena nuestros corazones de gratitud hacia Él y, al mismo tiempo, nos anima a compartir sus dones con nuestros hermanos y hermanas que se encuentran en todo tipo de necesidad. La pobreza y la situación de precariedad en que se encuentran muchas personas a causa de la pérdida de puestos de trabajo y por problemas económicos y sociales ligados ala pandemia hacen cada vez más urgente nuestro deber de compartir.

El compartir encuentra su motivación más profunda en la conciencia de que todo lo que somos y todo lo que tenemos es don de Dios y que, por consecuencia, debemos poner nuestros talentos al servicio de todos nuestros hermanos y hermanas, compartiendo con ellos lo que tenemos.

La mejor forma de compartir tiene su fuente en una genuina empatía y en una eficaz compasión hacia los demás. A este respecto, encontramos un desafío significativo en el Nuevo Testamento: “Si uno tiene riquezas en este mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra el propio corazón, ¿cómo permanece en él el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabras y con la lengua, sino con los hechos y en la verdad” (1 Jn 3, 17-18).

Sin embargo, el compartir no se limita a los bienes materiales, sino que es sobre todo compartir alegrías y dolores recíprocos, que forman parte de toda vida humana. San Pablo recomendaba a los cristianos de Roma alegrarse con los que están en la alegría; y llorar con los que están en el llanto (cf. Rom 12, 15). El Papa Francisco, por su parte, ha afirmado que un dolor compartido disminuye y una alegría compartida se multiplica (cf. Encuentro con los alumnos de Scholas Ocurrentes, 11 de mayo 2018).

De la empatía nace el compartir de actitudes y sentimientos de nuestros parientes, amigos y vecinos, también de aquellos que pertenecen a otras religiones, en ocasión de eventos importantes, alegres y tristes de su vida: sus alegrías y Dolores se convierten en nuestros.

Entre las alegrías compartidas están el nacimiento de un niño, la curación de una enfermedad, el éxito en los estudios, en el trabajo o los negocios, el hecho de volver sanos y salvos de un viaje y seguramente otras circunstancias. Hay también una alegría particular para los creyentes: la celebración de las principales fiestas religiosas. Cuando visitamos a nuestros amigos y vecinos de otras religiones y nos congratulamos con ellos en estas ocasiones, compartimos su alegría por la celebración de su fiesta sin tener que hacer nuestra la dimensión religiosa de la ocasión celebrada.

Entre los dolores compartidos, in primis, está la muerte de una persona querida, la enfermedad de un familiar, la pérdida de un trabajo, el fracaso de un proyecto o de una empresa, una crisis en familia, que a veces provoca su división. Es obvio que necesitamos la cercanía y solidaridad de nuestros amigos aún más en los momentos de crisis y de dolor que en los de alegría y paz.

Nuestra esperanza, queridos hermanos y hermanas musulmanes, es que continuemos compartiendo alegrías y dolores de nuestros vecinos y amigos, porque el amor de Dios abraza a toda persona y al universo entero.

Como signo de nuestra común humanidad y de la fraternidad que de ella surge, les deseamos un Pacífico y fructífero Ramadán y una alegre celebración del ‘Id al-Fitr.

Desde el Vaticano, 18 de febrero 2022

Miguel Ángel Cardenal Ayuso Guixot, MCCJ
Presidente

Mons. Indunil Kodithuwakku Janakaratne Kankanamalage
Secretario

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