HAY QUE SALIR Y ANUNCIAR: REGINA COELI DEL 18/04/2022

Este 18 de abril, después de la Pascua, conocido como “Lunes del Ángel” o Pasquetta, el Santo Padre encabezó la oración del Regina Coeli desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante la presencia de unos 25,000 fieles y peregrinos de todo el mundo congregados en la Plaza de San Pedro. Antes de la oración, el Papa Francisco recordó que los días de la Octava de Pascua son como una sola jornada en la que se prolonga la alegría de la Resurrección. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Los días de la Octava de Pascua son como un solo día en que se prolonga la alegría de la Resurrección. Así, el Evangelio de la Liturgia de hoy sigue hablándonos del Resucitado, de su aparición a las mujeres que habían ido al sepulcro (cf. Mt 28, 8-15). Jesús sale a su encuentro, las saluda; luego les dice dos cosas, que también a nosotros nos hará bien acoger, como regalo pascual. Son dos consejos del Señor, un regalo pascual.

En primer lugar, las tranquiliza con dos simples palabras: «No teman» (v. 10). No tengan miedo. El Señor sabe que los temores son nuestros enemigos cotidianos. También sabe que nuestros miedos nacen del gran miedo, el miedo a la muerte: miedo a desvanecerse, a perder a los seres queridos, a enfermar y a no poder más... Pero en la Pascua Jesús venció a la muerte. Nadie más, por tanto, puede decirnos de forma más convincente: “No temas”, “no tengas miedo”. El Señor lo dice precisamente allí, junto al sepulcro del que salió victorioso. Así nos invita a salir de las tumbas de nuestros miedos. Escuchemos bien: salir de las tumbas de nuestros miedos, porque nuestros miedos son como tumbas, nos entierran dentro. Él sabe que el temor está siempre agazapado a la puerta de nuestro corazón y que necesitamos escuchar que nos repitan no temas, no tengas miedo, no temas: en la mañana de Pascua como en la mañana de cada día escuchar: “No temas”. Ten valor. Hermano, hermana que crees en Cristo, ¡no tengas miedo! “Yo —te dice Jesús—he probado la muerte por ti, he cargado sobre mí tu mal. Ahora he resucitado para decirte: estoy aquí, contigo, para siempre. ¡No temas!”. No tengan miedo.

Pero, ¿qué hacer, podemos decir, para combatir el miedo? Nos ayuda la segunda cosa que Jesús dice a las mujeres: «Vayan a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea; allá me verán» (v. 10). Vayan a anunciar. El miedo siempre nos encierra en nosotros mismos; nos encierra en nosotros mismos. Jesús, en cambio, nos hace salir y nos envía a los demás. Aquí está el remedio. Pero yo —podemos decir— ¡no soy capaz!  Pero piensen, aquellas mujeres no eran ciertamente las más idóneas y preparadas para anunciar al Resucitado, pero al Señor no le importa. A Él le importa que se salga y se anuncie. Salir y anunciar. Salir y anunciar. Porque la alegría pascual no es para guardarla para uno mismo. La alegría de Cristo se fortalece entregándola, se multiplica compartiéndola. Si nos abrimos y llevamos el Evangelio, nuestro corazón se expande y supera el miedo. Este es el secreto: anunciar para vencer el miedo.

El texto de hoy, relata que el anuncio puede encontrar un obstáculo: la falsedad. El Evangelio narra, de hecho, “un contra-anuncio”. ¿Cuál es? El de los soldados que habían hecho guardia en el sepulcro de Jesús. Se les paga — dice el Evangelio — «con una buena suma de dinero» (v. 12), una buena propina, y reciben estas instrucciones: «Digan esto: “Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos”» (v. 13). ¿Ustedes dormían? ¿Vieron en el sueño cómo robaban el cuerpo? Hay una contradicción ahí, pero una contradicción que todos creen, porque hay dinero de por medio. Es el poder del dinero, ese otro señor al cual Jesús dice que nunca hay que servir. Son dos señores: Dios y el dinero. ¡No sirvan nunca al dinero! Aquí está la falsedad, la lógica del ocultar, que se opone al anuncio de la verdad. Es una advertencia también para nosotros: las falsedades —en las palabras y en la vida— contaminan el anuncio, corrompen por dentro, conducen de nuevo al sepulcro. Las falsedades nos llevan hacia atrás, nos llevan precisamente a la muerte, al sepulcro. El Resucitado, en cambio, quiere hacernos salir de los sepulcros de las falsedades y de las dependencias. Ante el Señor resucitado, está este otro “dios”: el dios dinero, que ensucia todo, arruina todo, cierra las puertas a la salvación. Y esto está en todas partes: en la vida cotidiana está la tentación de adorar a este dios dinero.

Queridos hermanos y hermanas, justamente nosotros nos escandalizamos cuando, a través de la información, descubrimos engaños y mentiras en la vida de las personas y en la sociedad. ¡Pero démosle un nombre a la falsedad que tenemos dentro! Y pongamos esta nuestra opacidad, nuestras falsedades, ante la luz de Jesús resucitado. Él quiere sacar a la luz las cosas ocultas, para hacernos testigos transparentes y luminosos de la alegría del Evangelio, de la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8, 32).

Que María, la Madre del Resucitado, nos ayude a vencer nuestros miedos y nos dé la pasión por la verdad.

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