DEBEMOS PEDIR LA GRACIA DEL LLANTO: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DE LA COMUNIDAD PASTORAL “NUESTRA SEÑORA DE LAS LÁGRIMAS” (23/04/2022)

Tenemos tanta necesidad de llorar, y no debemos avergonzarnos de hacerlo, porque las lágrimas son un don, a veces una gracia, una liberación del corazón. Llorar significa “abrirse”, abrirse al Amor que nos abraza. Así lo dijo el Papa Francisco pensando en las lágrimas derramadas por la Madre de Dios, al recibir a la Comunidad Pastoral de Nuestra Señora de las Lágrimas este 23 de abril en el Aula Pablo VI del Vaticano. “Las lágrimas de María son el signo del llanto de Dios por las víctimas de la guerra que lo destruye todo” dijo el Sumo Pontífice. Reproducimos a continuación, el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Agradezco al párroco por sus palabras y devuelvo de corazón el saludo de su Arzobispo. Gracias por haber venido en un número tan grande. Son muchos. Quizá en casa se quedó... ¿quién? ¡La Virgen!

Virgen de las Lágrimas. No es el único Santuario con este título. Viene a la mente de inmediato el de Siracusa; pero el de ustedes es mucho más antiguo, se celebran los 150 años. Luego es célebre el llanto de la Virgen en las apariciones en La Salette.

Las lágrimas de María son un reflejo de las lágrimas de Jesús. Jesús lloró, el Evangelio nos reporta dos episodios: en la tumba de su amigo Lázaro (cf. Jn 11, 35) y frente a Jerusalén (cf. Lc 19, 41). En ambos casos fueron lágrimas de dolor. Pero podemos imaginar que Jesús también haya llorado de alegría, por ejemplo cuando veía a los pequeños, a los humildes del pueblo acoger con entusiasmo el Evangelio.

María, la Madre, es la primera discípula. Es más discípula que Madre. Siguió a su Hijo en todo, también en la santidad de los sentimientos, de las emociones, incluso de la risa y el llanto. Seguramente de sus ojos salieron lágrimas de alegría cuando dio a luz a Jesús en el establo de Belén, y cuando vio a los pastores y a los Magos postrarse ante Él. Y lloro lágrimas amargas, al final, cuando lo seguía a lo largo de la vía dolorosa, y mientras estaba bajo la cruz. La Virgen que llora.

Las lágrimas de María han sido transformadas por la gracia de Cristo, como toda su vida, todo su ser, todo en María es transfigurado en la perfecta unión con el Hijo, con su misterio de salvación. Por ello cuando María llora, sus lágrimas son signos de la compasión de Dios. Dios tiene compasión de nosotros, siempre; y Dios quiere perdonarnos. Y les recuerdo una cosa: Dios perdona siempre. ¡Siempre! Somos nosotros quienes nos cansamos de pedir el perdón. Y por eso las lágrimas de la Virgen son un signo de la compasión de Dios, que con esta compasión nos perdona siempre; son un signo del dolor de Cristo por nuestros pecados, por el mal que aflige a la humanidad, especialmente a los pequeños y los inocentes, que son aquellos que sufren.

Como Ella, don Norberto, justamente dijo, las lágrimas de María son también signos del llanto de Dios por las víctimas de la guerra que está destruyendo no sólo a Ucrania; seamos valientes y digamos la verdad: está destruyendo a todos los pueblos involucrados en la guerra. A todos. Porque la guerra no sólo destruye al pueblo vencido, no, destruye también al vencedor; destruye también a aquellos que la miran con noticias superficiales para ver quién es el vencedor, quién es él vencido. La guerra destruye a todos. Cuidado con esto. A su Corazón Inmaculado hemos encomendado nuestra súplica, y estamos seguros de que la madre la ha acogido e intercede por la paz, porque ella es la Reina de la Paz. Es la Madre de la Paz. Y mañana será el Domingo de la Misericordia. Ella es la Madre de la Misericordia. Sabe qué significa misericordia, porque “la ha tomado” de Dios

Desde hace cinco siglos su tierra es irrigada por las lágrimas de María; de generación en generación su pueblo ha sido acompañado por su ternura materna. Ella, la Madre, les enseña a no tener vergüenza de las lágrimas. No, no debemos avergonzarnos de llorar, más aún, los Santos nos enseñan que las lágrimas son un don, a veces una gracia, un arrepentimiento, una liberación del corazón. Llorar quiere decir abrirse, romper la cáscara de un yo encerrado en sí mismo y abrirse al Amor que nos abraza, que siempre nos espera para perdonarnos. Así es el corazón de Dios. Dios está a la espera. ¿A la espera de qué? Del perdón, de perdonarnos. Es un inquieto, es un incorregible: quiere perdonar, perdonar... Solamente pide que nosotros le pidamos el perdón. Abrirse al Padre bueno es también abrirse a los hermanos. Dejarse enternecer, dejarse conmover por las heridas de quienes encontramos a lo largo del camino; saber compartir, saber acoger, saber alegrarse con quien se alegra y llorar con quien llora.

Creo que nosotros, nuestro tiempo – hablo en general –, hemos perdido la costumbre de llorar “bien”. Quizá lloramos cuando sucede algo que nos afecta o cuando cortamos la cebolla. Pero el llanto que viene del corazón, el llanto verdadero como el de Pedro cuando se arrepintió, como el de la Virgen... Nuestra civilización, nuestros tiempos, han perdido el sentido del llanto. Y nosotros debemos pedir la gracia de llorar ante las cosas que vemos, ante el uso que se hace de la humanidad, no sólo las guerras –ya hablé de ello – sino el descarte, los viejos descartados, los niños descartados incluso antes de nacer... Tantos dramas de descarte: aquel pobre que no tiene para vivir es descartado; las plazas, las calles llenas de personas sin una morada fija... Las miserias de nuestro tiempo deberían hacernos llorar y y nosotros necesitamos llorar. Hay una Misa en la Liturgia católica para pedir el don de las lágrimas. Pero ustedes, que tienen a la Virgen “a la mano”, pidan este don. Y la oración de esa Misa dice así: “Oh Señor, Tú que hiciste salir agua de la roca, haz que de la roca de mi corazón surjan lágrimas”. El corazón de piedra que ha olvidado cómo se llora. Por favor, pidamos la gracia de llorar. Todos.

Y para eso, que las lágrimas de María nos ayuden. Es importante que nuestro yo no esté cerrado, que esté abierto a los demás, sobre todo al Padre que perdona y a los hermanos. Debemos dejarnos enternecer, conmover por las heridas de quienes encontramos a lo largo del camino; saber compartir, saber acoger, saber alegrarse con quien se alegra y llorar con quien llora.

Su comunidad lleva precisamente este nombre: “Virgen de las Lágrimas”. Esto es hermoso. En este título hay toda una pastoral: una pastoral de la ternura, de la compasión, de la cercanía. Ternura, con pasión y cercanía. Este es el estilo de Dios. Hay un estilo pastoral que se refiere a todos: los sacerdotes, los diáconos, los fieles laicos, los consagrados... Todos cercanos, compasivos y tiernos. Y todas las edades, todas las etapas de la vida. Todos debemos aprender siempre de María a seguir a Jesús, a dejar que su Espíritu moldee nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestros proyectos y nuestras acciones según el corazón de Dios. Porque, como dice una bella oración litúrgica, «que no prevalezca en nosotros nuestro sentimiento, sino la acción de su Santo Espíritu».

Queridos amigos, les agradezco por esta visita. Gracias por habernos llevado a meditar sobre las lágrimas de nuestra madre. Lo necesitamos mucho. Necesitamos mucho llorar. Bendigo de corazón a todos ustedes, a sus familias y a su comunidad. Por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

Comentarios