SUPEREN LAS PARÁLISIS, LEVÁNTENSE, CUIDEN, DEN TESTIMONIO: PALABRAS DEL PAPA A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO MISIONERO JUVENIL DE ITALIA (23/04/2022)

Levantarse del propio sedentarismo, cuidar de los hermanos y dar testimonio del Evangelio de la alegría. Tres recomendaciones, a partir de tres verbos tomados del Evangelio, que dio el Papa Francisco este 23 de abril, a los jóvenes llegados a Roma de distintos territorios de Italia para el Congreso Misionero Juvenil, con ocasión el 50 aniversario del nacimiento del Movimiento Juvenil Misionero de las Obras Misionales Pontificias, hoy conocido como “Missio Giovani”. La misión, les dijo el Papa, hay que vivirla cada día. Hay que vivir “no como muertos, sino como resucitados”, afirmó el Obispo de Roma. Compartimos a continuación el texto de su mensaje, traducido del italiano:

Excelencias, queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Agradezco al Secretario Nacional por las palabras que me ha dirigido a nombre de todos. Gracias.

Han venido de distintos territorios de Italia para el Congreso Misionero Juvenil, sobre el tema “Back to the COMIGI: La misión vuelve a iniciar desde el futuro”. Es una cita organizada en colaboración con los institutos misioneros, que califica su itinerario formativo, invitándoles a renovar juntos el compromiso en la misión universal de la Iglesia. Este año es también una ocasión valiosa para festejar el 50º aniversario del nacimiento del Movimiento Juvenil Misionero de las Obras Pontificias Misioneras, hoy “Misión Joven”.

Es un evento importante para ustedes los jóvenes misioneros: una oportunidad para hacer memoria de lo que se puso como cimiento del nacimiento de este Movimiento. Y desde la relectura de su historia y en la fidelidad a ella encontrarán el impulso para un nuevo lanzamiento misionero a vivirse día tras día. La misión es así: día tras día, no es una vez y para siempre, no, se debe vivir cada día.

Por eso quisiera entregarles tres verbos, muy fáciles de recordar, que consideró fundamentales para la misión hoy, sobre todo de los jóvenes. Los encuentro en tres pasajes del Nuevo Testamento, que ven en acción a Jesús y a sus discípulos. Estos verbos son: levántate, ten cuidado y da testimonio. Expresan tres movimientos muy precisos, que deseo puedan apoyar su camino para el futuro.

El primer verbo – levántate – está tomando del episodio del Evangelio de Lucas en el que Jesús vuelve a dar vida al hijo de la viuda de Naín (7, 11-17). Sólo Lucas, muy atento a los movimientos del ánimo humano y, en particular, de las mujeres, registra este episodio. Leyendo el texto nos quedamos impresionados de su dinámica: Jesús llega a esta pequeña ciudad y ve que hay un cortejo fúnebre que sale del caserío; una madre viuda acompaña el ataúd del hijo hacia la sepultura; el evangelista anota: «Viéndola, el Señor sintió gran compasión por ella y le dijo: “¡No llores!”» (v. 13). Se acercó a la madre y le dijo: “¡No llores!”. Esto lo decimos nosotros cuando vamos a los funerales: “no llores”. Pero Jesús lo dijo para comenzar una acción. Se interesa por el dolor de los últimos, Jesús se interesa por el dolor de quien sufre a menudo de forma tranquila y digna, de quien ha perdido la esperanza, de quien ya no ve un futuro. La muerte de un hijo, significaba la pérdida de todo. Jesús se aproxima al ataúd y lo toca. No le interesa si este contacto lo puede hacer impuro, como decía la Ley. Él ha venido para salvar a quien está en las tinieblas y en la sombra de muerte. Después dice: «Muchacho, yo te digo, ¡levántate!» (v. 14). Este es el verbo: “¡Yo te digo, ¡levántate!”. Volver a dar la vida a este joven significa restituir el futuro también a la madre y a toda la comunidad.

Esta palabra de Jesús resuena aún hoy en el corazón de muchos jóvenes y a cada uno dirige la invitación: “¡Yo te digo, ¡levántate!”. Este es un primer sentido de la misión sobre el que les invito a reflexionar: Jesús nos da la fuerza para levantarnos y nos pide sustraernos de la muerte de replegarnos en nosotros mismos, de la parálisis del egoísmo, de la pereza, de la superficialidad. Estas parálisis están por todos lados. Y son las que nos bloquean y nos hacen vivir una fe de museo, no una fe fuerte, una fe más muerta que viva. Jesús, por eso, para resolver esta terrible actitud, dice: “¡Levántate!”. “¡Levántate!”, para ser relanzados hacia un futuro de vida, cargado de esperanza y de caridad hacia los hermanos. La misión inició de nuevo cuando tomamos en serio la palabra del Señor Jesús: ¡Levántate!

Otro aspecto ligado al primero se encuentra en el célebre relato del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37). Una vez más el evangelista es Lucas. Un doctor de la Ley pregunta a Jesús: “¿Quién es mi prójimo?”, y Jesús responde con la parábola del Buen Samaritano: un hombre baja hacia Jerusalén desde Jericó y en el trayecto es asaltado y golpeado por maleantes, y queda medio muerto a la orilla del camino.

A diferencia de dos ministros del culto, que lo ven pero siguen de largo, un Samaritano, es decir un extranjero para los judíos de aquel tiempo, que no tenían mucha amistad con ellos, se detiene y cuida de él. Y lo hace además de manera inteligente: le da los primeros auxilios como puede, después lo lleva a una Posada y paga al dueño para que pueda ser asistido en los días siguientes. Pocas pinceladas para describir otro aspecto de la misión, es decir el segundo verbo: cuidar. Es decir vivir la caridad de manera dinámica e inteligente. Hoy necesitamos personas, en particular jóvenes, que tengan ojos para ver las necesidades de los más débiles y un corazón grande que los haga capaces de gastarse totalmente.

También ustedes están llamados a hacer fructificar sus competencias y poner al servicio su inteligencia, para organizar la caridad con proyectos de largo plazo. Hoy les toca a ustedes, pero no son los primeros. ¡Cuántos misioneros “buenos samaritanos” han vivido la misión cuidando a los hermanos y hermanas heridos a lo largo del camino! Sobre sus huellas, con el estilo y las modalidades adaptadas a nuestro tiempo, ahora les toca a ustedes llevar a cabo una caridad discreta y eficaz, una caridad fantasiosa e inteligente, no a episodios sino contínua en el tiempo, capaz de acompañar a las personas en su camino de curación y crecimiento. Este es el segundo verbo que les entrego: cuiden a los hermanos. Sin egoísmo, al servicio, para ayudar.

Finalmente, un tercer aspecto esencial de la misión se encuentra en un episodio de los Hechos de los Apóstoles, que se adapta bien al tiempo de Pascua que estamos viviendo. De hecho, después de su resurrección, durante cuarenta días Jesús se mostró a sus discípulos. Lo hizo para explicarles el misterio de su muerte, para perdonar su huida en el momento de la prueba, pero sobre todo para animarlos a ser sus testigos en el mundo entero. Jesús dice así: «Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda judea y samaria y hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8).

Todo cristiano, bautizado en el agua y el Espíritu Santo, está llamado a vivir como si estuviera sumergido en una Pascua perenne y por tanto a vivir como resucitado. No a vivir como un muerto, vivir como resucitado. Este don no es para nosotros únicamente, sino que está destinado a ser compartido con todos. La misión no puede dejar de estar motivada por el entusiasmo de poder finalmente compartir esta felicidad con los demás. Una experiencia de la fe hermosa y enriquecedora, que sabe incluso afrontar las inevitables resistencias de la vida, se convierte en casi naturalmente convincente. Cuando alguien relata el Evangelio con su propia vida, esto abre surcos en los corazones incluso más duros. Por eso les confío el último verbo del misionero cristiano: da testimonio con tu vida. Y el que no da testimonio con su vida, el que finge... Es como uno que tiene un cheque en la mano pero no lo firma. “Te regalo esto”: no sirve de nada. Dar testimonio es poner la firma en las propias riquezas, en las propias cualidades, en la propia vocación. Por favor, muchachos y muchachas, pongan la firma, siempre. Pongan su corazón allí.

No olviden estos tres verbos: levantarse de la propia sedentariedad, para cuidar de los hermanos y dar testimonio del Evangelio de la alegría. ¿Entendieron?. ¿Cómo eran los tres verbos? [Responden: levántate, cuida, da testimonio]. ¡Lo aprendieron! Muy bien.

Los saludo con una frase de San Óscar Romero: «Cuanto más feliz es un hombre, entre más se manifiesta en él la gloria de Cristo». Les deseo que sean misioneros de alegría, misioneros de amor. El anuncio se hace con la sonrisa, no con la tristeza. San Pablo VI, en la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, dice que algo terrible es ver evangelizadores tristes, melancólicos: lean eso. Hacia el final, las últimas dos páginas: la descripción del evangelizador fuerte, del misionero, y de aquellos que están tristes por dentro, que son incapaces de dar vida a los demás. Por eso les deseo que sean misioneros de alegría y amor. El anuncio se hace con la sonrisa: pero no con la sonrisa profesional, o el que está en la publicidad de las pastas de dientes, no, con eso no funciona. Eso no sirve. El anuncio se hace con la sonrisa, pero con la sonrisa de corazón, y no con la tristeza. Compartan siempre la Buena Noticia y se sentirán felices. Los acompaño con la oración y les bendigo. Y por favor, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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