NO PIERDAN EL OLFATO DE LA VERDAD: PALABRAS DEL PAPA A LA PEREGRINACIÓN DE ADOLESCENTES ITALIANOS (18/04/2022)

Con María, adolescente como ustedes cundo pronunció su “sí” a Dios, repitan su “¡Aquí estoy!”. Así dijo el Papa Francisco, improvisando ante miles de jóvenes presentes en la cita organizada por la Conferencia Episcopal Italiana, este 18 de abril, en la Plaza de San Pedro. Escuchó sus experiencias, hizo oración con ellos encomendando a la Virgen el futuro y los animó a no tener temor de la vida, sino a entregarla iluminando los miedos con la ayuda de quien está junto a nosotros. Compartimos a continuación las palabras del Papa, traducidas del italiano:

Muy queridos muchachos y muchachas, ¡bienvenidos!

Gracias por estar aquí. Esta plaza esperaba desde hace tiempo llenarse con su presencia, con sus rostros, y con su entusiasmo. Hace dos años, el 27 de marzo, vine aquí solo para presentar al Señor la súplica del mundo golpeado por la pandemia. Quizá esa noche también ustedes estaban en sus casas frente al televisor para orar junto a sus familias. Han pasado 2 años con la plaza vacía y a la plaza le ha sucedido como nos pasa a nosotros cuando hacemos ayuno: queremos comer, y cuando vamos a comer después del ayuno, comemos de más; por eso se ha llenado de más: también la plaza ha sufrido el ayuno y ahora está llena de ustedes. Hoy, todos ustedes, están juntos, venidos de Italia, en él abrazo de esta plaza y en la alegría de la Pascua que apenas hemos celebrado.

Jesús venció las tinieblas de la muerte. Desafortunadamente, aún son densas las nubes que oscurecen nuestro tiempo. Además de la pandemia, Europa está viviendo una guerra tremenda, mientras continúan en muchas regiones de la tierra injusticias y violencia que destruyen al hombre y al planeta. A menudo son precisamente sus contemporáneos quienes pagan el precio más alto: no sólo su existencia está comprometida y se hace insegura, sino que sus sueños para el futuro son pisoteados. Tantos hermanos y hermanas esperan aún la luz de la Pascua.

El relato del Evangelio que hemos escuchado inicia precisamente en la oscuridad de la noche. Pedro y los demás toman las barcas y van a pescar – y no pescan nada. ¡Qué desilusión! cuando ponemos tanta energía para realizar nuestros sueños, cuando invertimos tantas cosas, como los apóstoles, y no resulta nada... Pero sucede algo sorprendente: al despuntar el día, aparece a la orilla un hombre, que era Jesús. Los estaba esperando. Y Jesús les dice: “Allí, a la derecha hay peces”. Y ocurre el milagro de muchos peces: las redes se llenan de peces.

Esto puede ayudarnos a pensar en algunos momentos de nuestra vida. La vida a veces nos pone a dura prueba, nos hace tocar con la mano nuestras fragilidades, nos hace sentir desnudos, inermes, solos. ¿Cuántas veces en este periodo se han sentido solos, lejos de sus amigos? ¿Cuántas veces han tenido miedo? No hay que avergonzarse de decir: “¡Me da miedo la obscuridad!”. Todos nosotros tenemos miedo de la obscuridad. Los miedos deben decirse, los miedos deben expresarse para poderlos echar fuera. Recuerden esto: los miedos deben decirse. ¿A quién? Al papá, a la mamá, al amigo, a la amiga, a la persona que puede ayudarlos. Deben ponerse a la luz. Y cuando los miedos, que están en las tinieblas, salen a la luz, estalla la verdad. No se desanimen: si tienen miedo, sáquenlo a la luz y les hará bien.

La obscuridad nos pone en crisis; pero el problema es cómo manejo esta crisis: si la tengo sólo para mí, para mi corazón, y no hablo de ella con nadie, no funciona. En las crisis se debe hablar, hablar con el amigo que me puede ayudar, con papá, mamá, abuelo, abuela, con la persona que puede ayudarme. Las crisis deben iluminarse para vencerlas.

Queridos muchachos y muchachas, ustedes no tienen la experiencia de los grandes, pero tienen una cosa que nosotros los grandes a veces hemos perdido. Por ejemplo: con los años, nosotros los grandes necesitamos anteojos porque hemos perdido la vista o a veces nos volvemos un poco sordos, hemos perdido el oído... O, muchas veces, la costumbre de la vida nos hace perder “el olfato”; ustedes tienen “el olfato”. Y éste no lo pierdan, por favor. Ustedes tienen el olfato de la realidad, y es algo grande. El olfato que tenía Juan: apenas habiendo visto ahí a ese señor que decía: “Tiren las redes a la derecha”, el olfato le dijo: “¡Es el Señor!”. Era el más joven de los apóstoles. Ustedes tienen el olfato: no lo pierdan. El olfato de decir “esto es verdad – esto no es verdad – esto no está bien”; el olfato de encontrar al Señor, el olfato de la verdad. Les deseo que tengan el olfato de Juan, pero también el valor de Pedro. Pedro era un poco “especial”: negó tres veces a Jesús, pero apenas Juan, el más joven, dice: “¡Es el Señor!”, se tira al agua para encontrar a Jesús.

No se avergüencen de sus impulsos de generosidad: que el olfato los lleve a la generosidad. Láncense a la vida. “Pero, Padre, yo no sé nadar, tengo miedo de la vida”: tengan quien les acompañe, busquen a alguien que los acompañe. Pero no tengan miedo de la vida, por favor. Tengan miedo de la muerte, de la muerte del alma, de la muerte del futuro, de la cerrazón del corazón: tengan miedo de esto. Pero de la vida, no: la vida es hermosa, la vida es para vivirla y para darla a los demás, la vida es para compartirla con los demás, no para encerrarla en sí misma.

No quisiera alargarme mucho, solamente quisiera decirles que es importante que sigan adelante. ¿Los miedos? Iluminarlos, decirlos. ¿El desánimo? Vencerlo con la valentía, con alguien que les dé una mano. Y el olfato de la vida: no lo pierdan, porque es algo hermoso.

Y, en los momentos de dificultad, los niños llaman a la mamá. También nosotros llamamos a nuestra mamá, María. Ella – fíjense bien – tenía casi su edad cuando acogió su vocación extraordinaria de ser mamá de Jesús. Hermoso: su edad, más o menos... Que ella los ayude a responder con confianza con su “¡Aquí estoy!” al Señor: “Aquí estoy, Señor: ¿qué debo hacer? Estoy aquí para hacer el bien, para crecer bien, para ayudar con mi olfato a los demás”. Que la Virgen, la mamá que tenía casi su edad cuando recibió el anuncio del Ángel y quedó embarazada, que ella les enseñe a decir: “¡Aquí estoy!”. Y a no tener miedo. Valentía, y adelante.

Después de la bendición:

Que Jesús resucitado sea la fuerza de su vida: vayan en paz y sean felices, todos ustedes: ¡en paz y con alegría!

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