LA FAMILIA ES EL PRIMER LUGAR DONDE SE APRENDE A AMAR: HOMILÍA DEL PAPA EN LA MISA DEL X ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS (25/06/2022)

Después de los tres días de testimonios fuertes, esperanzadores y reconfortantes en el Congreso Teológico-Pastoral, cerca de 25,000 fieles de los diferentes países participantes en el X Encuentro Mundial de las Familias asistieron, en la tarde de este 25 de junio, a la celebración eucarística en la Plaza de San Pedro. Presidida por el Card. Kevin Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, la homilía fue pronunciada por el Santo Padre Francisco, quien dijo que “este es el momento de la acción de gracias”. Compartimos a continuación el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

En el ámbito del X Encuentro Mundial de las Familias, este es el momento de la acción de gracias. Con gratitud hoy ponemos delante de Dios – como en un gran ofertorio – todo lo que el Espíritu Santo ha sembrado en ustedes, queridas familias. Algunas de ustedes participaron en los momentos de reflexión y para compartir aquí en el Vaticano; otras las han animado y vivido en sus respectivas diócesis, en una especie de inmensa constelación. Imagino la riqueza de experiencias, de propósitos, de sueños, y no faltan también las preocupaciones y las incertidumbres. Ahora presentamos todo al Señor, y le pedimos que nos sostenga con su fuerza y su amor. Son padres, madres, hijos, abuelos, tíos; son adultos, niños, jóvenes, ancianos; cada uno con una experiencia distinta de familia, pero todos con la misma esperanza hecha oración: que Dios bendiga y cuide a sus familias y a todas las familias del mundo.

San Pablo, en la segunda lectura, nos habló de libertad. La libertad es uno de los bienes más apreciados y buscados por el hombre moderno y contemporáneo. Todos desean ser libres, no tener condicionamientos, no ser limitados, y por ello aspiran a liberarse de todo tipo de “prisión”: cultural, social, económica. Sin embargo, cuántas personas carecen de la libertad más grande: la interior. La más grande libertad es la libertad interior. El apóstol nos recuerda a los cristianos que ésta es ante todo un don, cuando exclama: «Cristo nos ha liberado para la libertad» (Gal 5, 1). La libertad nos ha sido dada. Todos nosotros nacemos con muchos condicionamientos, interiores y exteriores, y sobre todo con la tendencia al egoísmo, es decir aponernos nosotros mismos al centro y a realizar nuestros propios intereses. Pero de esta esclavitud Cristo nos liberó. Sin lugar a equivocarnos, San Pablo nos advierte que la libertad que nos dio Dios no es la falsa y vacía libertad del mundo, que en realidad es «un pretexto para la carne» (Gal 5, 13). No, la libertad que Cristo adquirió para nosotros a precio de su sangre está totalmente orientada hacia el amor, para que – como nos decía y decía hoy el Apóstol – «mediante el amor están en cambio al servicio unos de otros» (ibid.).

Todos ustedes cónyuges, formando su familia, con la gracia de Cristo hicieron esta elección valiente: no usar la libertad para ustedes mismos, sino para amar a las personas que Dios ha puesto a su lado. En lugar de vivir como “islas”, se han puesto “al servicio unos de otros”. Así se vive la libertad en familia. No son “planetas” o “satélites” que viajan cada uno en su propia órbita. La familia es el lugar del encuentro, del compartir, del salir de sí mismos para acoger al otro y estar cerca de él. Es el primer lugar donde se aprende a amar. No olviden esto nunca: la familia es el primer lugar donde se aprende a amar.

Hermanos y hermanas, mientras que con gran convicción reiteramos esto, sabemos bien que en los hechos no es siempre así, por muchos motivos y tantas diferentes situaciones. Y entonces, precisamente mientras afirmamos la belleza de la familia, sentimos más que nunca que debemos defenderla. No dejemos que sea contaminada por los venenos del egoísmo, del individualismo, de la cultura de la indiferencia y la cultura del descarte, y pierda así su “ADN” que es la acogida y el espíritu de servicio. El rasgo propio de la familia: la acogida, el espíritu de servicio dentro de la familia.

La relación entre los profetas Elías y Eliseo, presentada en la primera lectura, nos hace pensar en la relación entre las generaciones, en el “paso de la estafeta” entre padres e hijos. Esta relación en el mundo de hoy no es sencilla y es a menudo motivo de preocupaciones. Los padres temen que los hijos no sean capaces de orientarse en la complejidad y la confusión de nuestras sociedades, donde todo parece caótico, precario, y que finalmente equivoqué en su camino. Este miedo hace que algunos padres sean ansiosos, otros sobreprotectores, y a veces terminan incluso por bloquear el deseo de traer al mundo nuevas vidas.

Nos hace bien reflexionar sobre la relación entre Elías y Eliseo. Elías, en un momento de crisis y de miedo por el futuro, recibe de Dios la orden de ungir a Elíseo como su sucesor. Dios hace entender a el día que el mundo no termina con él y le ordena transmitir a otro su misión. Este es el sentido del gesto descrito en el texto: Elías coloca sobre la espalda de Eliseo su propio manto, Y desde aquel momento el discípulo tomará el puesto del maestro para continuar el Ministerio profético en Israel. Dios muestra así tener confianza en el joven Eliseo. El viejo Elías pasa la función, la vocación profética a Eliseo. Confía en un joven, confía en el futuro. En ese gesto hay toda una esperanza, y con esperanza pasa la estafeta.

Qué importante es para los padres contemplar el modo de actuar de Dios. Dios ama a los jóvenes, pero no por eso los preserva de todo riesgo, de todo desafío y todo sufrimiento. Dios no es ansioso y sobreprotector. Piensa bien esto: Dios no es ansioso y sobreprotector; al contrario, tiene confianza en ellos y llama a cada uno a la medida de la vida y la misión. Pensemos en el niño Samuel, en el adolescente David, en el joven Jeremías; pensemos sobre todo en aquella muchacha, de 16 o 17 años que concibió a Jesús, la Virgen María. Confía en una muchacha. Queridos padres, la Palabra de Dios nos muestra el camino: no aparten a sus hijos de cualquier mínimo malestar y sufrimiento, más bien busquen transmitirles la pasión por la vida, encender en ellos el deseo de buscar su vocación y abrazar la misión grande que Dios ha pensado para ellos. Es precisamente este descubrimiento el que vuelve valiente a Eliseo, determinado y lo hace volverse adulto. La separación de los padres y el sacrificio del buey son precisamente el signo de que Eliseo ha comprendido que ahora “le toca a él”, que es hora de acoger la llamada de Dios y llevar adelante cuánto había visto hacer a su maestro. Y lo hará con valentía hasta el fin de su vida. Queridos padres, si ayudan a sus hijos a descubrir y a acoger su vocación, verán que ellos estarán “aferrados” por esta misión y tendrán la fuerza de afrontar y superar las dificultades de la vida.

Quisiera agregar también que, para un educador, la mejor forma de ayudar a otro a seguir su vocación es abrazar con amor fiel la propia. Es eso lo que los discípulos vieron hacer a Jesús, y el Evangelio de hoy nos muestra un momento emblemático, cuando Jesús toma «la firme decisión de ponerse en camino hacia Jerusalén» (Lc 9, 51), sabiendo bien que allá será condenado y asesinado. Y en el camino hacia Jerusalén, Jesús sufre el rechazo por parte de los habitantes de Samaria, un rechazo que suscita la reacción indignada de Santiago y Juan, pero que Él acepta porque forma parte de su vocación: al inicio había sido rechazado en Nazaret – pensemos en aquel día en la sinagoga de Nazaret (cf. Mat 13, 53-58) –, ahora en Samaria, y al final será rechazado en Jerusalén. Jesús acepta todo esto porque ha venido para tomar sobre sí nuestros pecados. Del mismo modo, no hay nada que anime más a los hijos que ver a sus propios padres vivir el matrimonio y la familia como una misión, con fidelidad y paciencia, no obstante las dificultades, los momentos tristes y las pruebas. Y lo que le ocurre a Jesús en samaria le ocurre a toda vocación cristiana, también a la familiar. Lo sabemos todos: vienen los momentos en que es necesario tomar sobre sí las resistencias, las cerrazones, las incomprensiones que provienen del corazón humano y, con la gracia de Cristo, transformarlas en la acogida del otro, en amor gratuito.

Y en el camino a Jerusalén, inmediatamente después de este episodio, que nos describe en un cierto sentido la “vocación de Jesús”, el Evangelio nos presenta otras tres llamadas, tres vocaciones de otros tantos aspirantes a discípulos de Jesús. El primero es invitado a no buscar una morada estable, una organización segura siguiendo al Maestro. Él en efecto «no tiene donde posar la cabeza» (Lc 9, 58). Seguir a Jesús significa ponerse en movimiento y permanecer siempre en movimiento, siempre “en viaje” con Él a través de los acontecimientos de la vida. Cuánta verdad hay en esto para ustedes esposos. También ustedes, acogiendo la llamada al matrimonio y la familia, dejaron su “nido” e iniciaron un viaje, del cual no podían conocer anticipadamente todas las etapas, y que los mantiene en constante movimiento, con situaciones siempre nuevas, eventos inesperados, sorpresas, algunas dolorosas. Así es el camino con el Señor. Es dinámico, es imprevisible, y es siempre un descubrimiento maravilloso. Recordémonos que el descanso de todo discípulo de Jesús es precisamente el hacer cada día la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea.

El segundo discípulo es invitado a no “volver a enterrar a sus muertos” (vv. 59-60). No se trata de ignorar el cuarto mandamiento, que permanece siempre válido y es un mandamiento que nos santifica mucho; es en cambio una invitación a obedecer ante todo el primer mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas. Así ocurre también para el tercer discípulo, llamado a seguir a Cristo decididamente y con todo el corazón, sin “volver hacia atrás”, ni siquiera para despedirse de sus familiares (cf. vv. 61-62).

Queridas familias, también ustedes están invitadas a no tener otras prioridades, a “no volver hacia atrás”, es decir a no añorar la vida anterior, la libertad de antes, con sus engañosas ilusiones: la vida se fosiliza cuando no acoge la novedad de la llamada de Dios, añorando el pasado. Y este camino de añorar el pasado y no acoger las novedades que Dios nos manda, nos fosiliza, siempre; nos hace duros, no nos hace humanos. Cuando Jesús llama, también al matrimonio y la familia, pide mirar hacia adelante y siempre nos precede en el camino, siempre nos precede en el amor y el servicio. Quien lo sigue no será desilusionado.

Queridos hermanos y hermanas, las lecturas de la liturgia de hoy, todas, providencialmente hablan de vocación, que es precisamente el tema de este X Encuentro Mundial de las Familias: “El amor familiar: vocación y camino de santidad”. Con la fuerza de esta Palabra de vida, los animo a retomar con decisión el camino del amor familiar, compartiendo con todos los miembros de la familia la alegría de esta llamada. Y no es un camino fácil, no es un camino fácil: habrá momentos obscuros, momentos de dificultad donde pensaremos que todo ha terminado. Que el amor que viven entre ustedes sea siempre abierto, extrovertido, capaz de “tocar” a los más débiles y a los heridos que encuentren a lo largo del camino: frágiles en el cuerpo y frágiles en el alma. El amor, de hecho, también el familiar, se purifica y se refuerza cuando es entregado.

La apuesta sobre el amor familiar es valiente: se necesita valor para casarse. Vemos a muchos jóvenes que no tienen el valor de casarse, y muchas veces alguna mamá me dice: “Haga algo, hable con mi hijo, que no se casa, tiene 37 años” – “Pero señora, no le planche las camisas, comience usted a correrlo un poco, que salga del nido”. Porque el amor familiar impulsa a los hijos a volar, les enseña a volar y los impulsa a volar. No es posesivo: es de libertad, siempre. Y luego, en los momentos difíciles, en las crisis – todas las familias los tienen, de crisis – por favor no tomen el camino fácil: “me regreso con mi mamá”. No. Sigan adelante, con esta apuesta valiente. Habrá momentos difíciles, habrá momentos duros, pero adelante, siempre. Tu marido, tu mujer tiene esa chispa de amor qué sintieron al principio: déjala salir de dentro, redescubran el amor. Y eso ayudará mucho en los momentos de crisis.

La Iglesia está con ustedes, más aún, la Iglesia está en ustedes. La Iglesia, de hecho, nació de una Familia, la de Nazaret, y está hecha principalmente de familias. Que el Señor los ayude cada día a permanecer en la unidad, en la alegría y también la perseverancia en los momentos difíciles, esa perseverancia fiel que nos hace vivir mejor y muestra a todos que Dios es amor y comunión de vida.

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