DÉJENSE TRANSFORMAR POR EL SEÑOR: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS (22/06/2022)

Durante el Festival de las Familias, apertura del X Encuentro Mundial de las Familias que se celebra en Roma, el Papa Francisco exhortó a las familias a dejarse transformar por el Señor, a “vivir con la mirada puesta en el Cielo” afrontando los trabajos y las alegrías de la vida “mirando siempre desde el techo hacia arriba”, como decían a sus hijos los Beatos María y Luigi Beltrame Quattrocchi. El Pontífice se dirigió a las familias presentes en el Aula Pablo VI, entre ellas una de la atormentada Ucrania, y a las dispersas en todas las regiones del planeta. Roma es la sede principal, pero es el mundo entero el que está escuchando, compartiendo ansiedades y esperanzas. Reproducimos a continuación, el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridas familias:

Es para mí una alegría estar aquí con ustedes, después de eventos impactantes que, en los últimos tiempos, han marcado nuestras vidas: primero la pandemia y, ahora, la guerra en Europa, que se agrega a otras guerras que afligen a la familia humana.

Agradezco al Cardenal Farrell, al Cardenal De Donatis y a todos los colaboradores del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y de la Diócesis de Roma, que con su dedicación han hecho posible este Encuentro.

Deseo después agradecer a las familias presentes, venidas de muchas partes del mundo; y en particular a las que nos han regalado su testimonio: ¡gracias de corazón! No es fácil hablar ante un público tan grande de la propia vida, de las dificultades o los dones maravillosos, pero íntimos y personales, que han recibido del Señor. Sus testimonios han servido como “amplificadores”: han dado voz a la experiencia de muchas familias en el mundo, que, como ustedes, viven las mismas alegrías, inquietudes, los mismos sufrimientos y esperanzas.

Por eso ahora me dirijo tanto a ustedes aquí presentes como en los esposos y familias que nos escuchan en el mundo. Quisiera hacerles sentir mi cercanía precisamente ahí donde se encuentren, en su concreta condición de vida. Mi ánimo es ante todo precisamente este: partir de su situación real y desde ahí buscar caminar juntos: juntos como esposos, juntos en su familia, junto a las otras familias, juntos con la Iglesia. Pienso en la parábola del buen samaritano, que encuentren el camino a un hombre herido, se le acerca, se hace cargo de él y lo ayuda a retomar el camino. Quisiera que precisamente esto fuera para ustedes la Iglesia. Un buen samaritano que se acerca, que está cerca de ustedes y los ayuda a continuar su camino y a dar “un paso más” aunque sea pequeño. Y no olviden que la cercanía es el estilo de Dios: cercanía, con pasión y ternura. Ese es el estilo de Dios. Trato de mostrarles estos “pasos más” que dar juntos, retomando los testimonios que hemos escuchado.

1. “Un paso más” hacia el matrimonio. Les agradezco, Luigi y Serena, por haber contado con gran honestidad su experiencia, con sus dificultades y sus aspiraciones. Pienso que para todos es doloroso lo que han contado: “no encontramos una comunidad que nos apoyara con brazos abiertos por lo que somos”. Es duro esto. Eso debe hacernos reflexionar. Debemos convertirnos y caminar como Iglesia acogedora, para que nuestras diócesis y parroquias se conviertan cada vez más en “comunidades que apoyan a todos con brazos abiertos”. Hay mucha necesidad de esto, en esta cultura de la indiferencia. Y ustedes, providencialmente, encontraron apoyo en otras familias, que de hecho son pequeñas iglesias.

Me consoló mucho cuando explicaron el motivo que los impulsó a hacer bautizar a sus hijos. Dijeron una frase muy hermosa: “No obstante los esfuerzos humanos más nobles, nosotros no somos suficientes”. Es verdad, podemos tener los sueños más hermosos, los ideales más elevados, pero finalmente descubrimos también nuestros límites – es sabiduría conocer los propios límites –, estos límites que no superamos solos sino aprendiendo del Padre, de su amor, de su gracia. Éste es el significado de los Sacramentos del Bautismo y del Matrimonio: son la ayuda concreta que Dios nos da para no dejarnos solos, porque “nosotros no somos suficientes”. Esa frase, me ha hecho mucho bien escucharla: “Nosotros no somos suficientes”.

Podemos decir que cuando un hombre y una mujer se enamoran, Dios les ofrece un regalo: el matrimonio. Un don maravilloso, que tiene en sí mismo el poder del amor divino: fuerte, duradero, fiel, capaz de levantarse después de cualquier falla o fragilidad. El matrimonio no es una formalidad que hay que cumplir. No se casan para ser católicos “con la etiqueta”, para obedecer una regla o porque lo dice la Iglesia o para hacer una fiesta; no, se casan porque se quiere fundar el matrimonio en el amor de Cristo, que es sólido como una roca. En el matrimonio Cristo se da a ustedes, de manera que tengan la fuerza de darse mutuamente. Valentía, entonces, la vida familiar no es una misión imposible. Con la gracia del sacramento, Dios la hace un viaje maravilloso para hacer junto a Él, nunca solos. La familia no es un hermoso ideal, inalcanzable en la realidad. Dios garantiza su presencia en el matrimonio y en la familia, no solo el día de las bodas sino para toda la vida. Y Él los apoya cada día en su camino.

2. “Un paso más” para abrazar la cruz. Les agradezco, Roberto y María Anselma, porque nos contaron la historia conmovedora de su familia y en particular de Clara. Nos hablaron de la cruz, que forma parte de la vida de toda persona y toda familia. Y dieron testimonio de que la dura cruz de la enfermedad y de la muerte de Clara no destruyó a la familia y no eliminó la serenidad y la paz de sus corazones. Eso se ve también en sus miradas. No son personas abatidas, desesperadas y enojadas con la vida. Más aún. Se perciben en ustedes una gran serenidad y una gran fe. Dijeron: “La serenidad de Clara nos abrió una ventana a la eternidad”. Ver cómo ella vivió la prueba de la enfermedad los ayudó a levantar la mirada y a no quedarse prisioneros del dolor, sino a abrirse a algo más grande: los designios misteriosos de Dios, la eternidad, el Cielo. Les agradezco por este testimonio de fe. Citaron también esa frase que Clara decía: «Dios pone la verdad en cada uno de nosotros y no es posible malentenderla». En el corazón de Clara Dios puso la verdad de una vida santa, y por ello ella quiso preservar la vida de su hijo al costo de su propia vida. Y como esposa, junto a su marido, recorrió el camino del Evangelio de la familia de manera sencilla, espontanea. En el corazón de Clara entró también la verdad de la cruz como don de sí mismo: una vida entregada a su familia, a la Iglesia, a todo el mundo. Siempre necesitamos ejemplos grandes a los cuales mirar: que clara sea inspiración en nuestro camino de santidad, y que el Señor sostenga y haga fecunda cada cruz que las familias deben cargar.

3. “Un paso más” hacia el perdón. Paul y Germaine, ustedes tuvieron la valentía de contarnos la crisis que vivieron en su matrimonio. Les agradecemos por ello, porque en todo matrimonio hay crisis: debemos decirlo, debemos revelarlo e ir por el camino para resolverla. No quisieron endulzar la realidad con un poco de azúcar. Mencionaron por su nombre todas las causas de la crisis: la falta de sinceridad, la infidelidad, el mal uso del dinero, los ídolos del poder y la carrera, el rencor creciente y el endurecimiento del corazón. Mientras ustedes hablaban, pienso que todos nosotros hemos revivido la experiencia de dolor vivida ante situaciones similares de familias divididas. Ver a una familia que se disgrega es un drama que no puede dejarnos indiferentes. La sonrisa de los cónyuges desaparece, los hijos están perdidos, la serenidad de todos se desvanece. Y la mayoría de las veces no se sabe qué hacer.

Por eso su historia transmite esperanza. Paul dijo que, precisamente en el momento más oscuro de la crisis, el Señor respondió al deseo más profundo de su corazón y salvó su matrimonio. Es precisamente así. El deseo que está en el fondo del corazón de cada uno es que el amor no termine, que la historia construida junto con la persona amada no se interrumpa, que los frutos que han generado no se dispersen. Todos tienen este deseo. Nadie desea un amor “de caducidad corta” o “de tiempo determinado”. Y por eso se sufre mucho cuando las faltas, las negligencias y los pecados humanos hacen naufragar un matrimonio. Pero incluso en medio de la tempestad, Dios ve lo que hay en el corazón. Y providencialmente ustedes se encontraron un grupo de laicos que se dedica precisamente a las familias. Ahí comenzó un camino de nuevo acercamiento y de curación de su relación. Volvieron a hablarse, a abrirse con sinceridad, a reconocer las culpas, a orar junto con otras parejas, y todo eso los llevó a la reconciliación y al perdón.

El perdón, hermanos y hermanas, el perdón sana cualquier herida; el perdón es un don que brota de la gracia con la que Cristo llena a la pareja y a toda la familia cuando se le deja actuar, cuando nos dirigimos a Él. Es muy hermoso que hayan celebrado su “fiesta del perdón”, con sus hijos, renovando las promesas matrimoniales en la celebración eucarística. Me hizo pensar en la fiesta que el padre organiza para el hijo pródigo en la parábola de Jesús (cf. Lc 15, 20-24). Solo que esta vez los que estaban perdidos eran los padres, no el hijo. Los “padres pródigos”. Pero esto también es hermoso y puede ser un gran testimonio para los hijos. Los hijos, de hecho, al dejar la infancia, se dan cuenta que los padres no son “superhéroes”, no son omnipotentes, y sobre todo no son perfectos. Y sus hijos han visto en ustedes algo mucho más importante: vieron la humildad para pedirse perdón y la fuerza que recibieron del Señor para levantarse de la caída. De eso es de lo que realmente tenían necesidad. También ellos, de hecho, en el camino se equivocarán y descubrirán que no son perfectos, pero se acordarán de que el Señor nos levanta, que todos somos pecadores perdonados, que debemos pedir perdón a los demás y debemos también perdonarnos a nosotros mismos. Esta lección que recibieron de ustedes permanecerá en su corazón para siempre. Y también a nosotros nos ha hecho bien escucharlos: gracias por este testimonio de perdón. Muchas gracias.

4. “Un paso más” hacia la acogida. Les agradezco, Irina y Sofía, por su testimonio. Han dado voz a muchas personas cuya vida ha sido afectada por la guerra en Ucrania. Vemos en ustedes los rostros e historias de muchos hombres y mujeres que han tenido que huir de su tierra. Les agradecemos por qué no perdieron confianza en la Providencia, y vieron cómo Dios obra en su favor incluso a través de personas concretas que les hizo encontrar: familias hospitalarias, médicos que les ayudaron y muchos hombres de buen corazón. La guerra las puso de frente al cinismo y la brutalidad humana, pero encontraron también a personas de gran humanidad. Lo peor y lo mejor del hombre. Es importante para todos no quedarnos fijos en lo peor, sino valorar lo mejor, el mucho bien del que es capaz todo ser humano, y de ahí volver a empezar.

Agradezco también a ustedes, Pietro y Erika, por haber contado su historia y por la generosidad con que han acogido a Irina y Sofía en su ya numerosa familia. Nos confiaron que lo hicieron por gratitud a Dios y con un espíritu de fe, como una llamada del Señor. Erika dijo que la acogida fue una “bendición del cielo”. En efecto, la acogida es precisamente un “carisma” de las familias, y sobre todo de las numerosas. Se piensa que en una casa donde ya hay muchos es muy difícil acoger a otros; en cambio en la realidad no es así, porque las familias con muchos hijos están entrenadas para hacer espacio a los demás. Siempre encuentran un espacio para los demás.

Y esa, finalmente, es la dinámica propia de la familia. En familia se vive una dinámica de acogida, porque ante todos los cónyuges se acogen uno al otro, como se dicen mutuamente el día de las bodas: “Yo te acepto”. Y después, trayendo al mundo a los hijos, han acogido la vida de nuevas criaturas. Y mientras en los contextos anónimos quien es más débil es a menudo rechazado, en las familias, en cambio, es natural acogerlo: un hijo con discapacidad, una persona anciana necesitada de cuidados, un pariente en dificultad que no tiene a nadie... Y eso da esperanza. Las familias son lugares de acogida, y ay de nosotros si llegan a faltar. Ay de nosotros. Una sociedad se volvería fría e invivible sin familias acogedoras. Son un poco el calor de la sociedad, estas familias acogedoras y generosas.

5. “Un paso más” hacia la hermandad. Te agradezco, Zakia, por habernos contado tu historia. Es hermoso y consolador que lo que construyeron juntos, tú y Luca, permanece vivo. Su historia nació y está basada en él compartir ideales muy elevados, que describiste así: «Basamos nuestra familia en el amor auténtico, con respeto, solidaridad y diálogo entre nuestras culturas». Y nada de todo eso se ha perdido, mucho menos después de la trágica muerte de Luca. No solamente, de hecho, el ejemplo y la herencia espiritual de Luca permanecen vivos y hablan a las conciencias de muchos, sino también la organización que Zakia fundó, en un cierto sentido, lleva adelante su misión. Más aún, podemos decir que la misión diplomática de Luca se ha convertido ahora en una “misión de paz” de toda la familia. En su historia se ve bien cómo lo que es humano y lo que es religioso pueden entrelazarse y dar hermosísimos frutos. En Zakia y Luca encontramos la belleza del amor humano, la pasión por la vida, el altruismo y también la fidelidad al propio credo y la propia tradición religiosa, fuente de inspiración y de fuerza interior.

En su familia se expresa el ideal de la hermandad. Más allá de ser marido y mujer, ustedes vivieron como hermanos en la humanidad, como hermanos en las distintas experiencias religiosas, como hermanos en el compromiso social. También esta es una escuela que se aprende en familia. Viviendo junto a quien es distinto a mí, en familia se aprende a ser hermanos y hermanas. Se aprende a superar divisiones, prejuicios, cerrazones y a construir juntos algo grande y hermoso, partiendo de lo que nos une. Ejemplos vividos de hermandad, como el de Luca y Zakia, nos dan esperanza y nos hacen mirar con más confianza nuestro mundo lacerado por divisiones y enemistades. Gracias por este ejemplo de hermandad. Y no quisiera terminar este recuerdo de Luca y tú sin mencionar a tu mamá. Tu mamá que está aquí y te ha acompañado siempre en tu camino: éste es el bien que las suegras hacen en una familia, las buenas suegras, las buenas madres. Le agradezco por haber venido contigo, hoy.

Queridos amigos, cada una de sus familias tiene una misión que cumplir en el mundo, un testimonio que dar. Nosotros los bautizados, en particular, estamos llamados a ser «un mensaje que el Espíritu Santo trae de la riqueza de Jesucristo y da a su pueblo» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 21). Por eso les propongo hacerse esta pregunta: ¿Cuál es la palabra que el señor quiere decir con nuestra vida a las personas que encontramos? ¿Qué “otro paso” pide hoy a nuestra familia? A mi familia: cada uno debe decir esto. Pónganse a la escucha. Déjense transformar por Él, para que también ustedes puedan transformar el mundo y convertirlo en “casa” para quien necesita ser escuchado, para quien necesita encontrar a Cristo y sentirse amado. Debemos vivir con los ojos dirigidos al Cielo: como decían los Beatos María y Luigi Beltrame Quattrocchi a sus hijos, enfrentando las fatigas y las alegrías de la vida “mirando siempre desde el techo hacia arriba”.

Les agradezco por haber venido aquí. Les agradezco por el compromiso en sacar adelante a sus familias. Adelante, con valentía, con alegría. Y, por favor, no se olviden de orar por mí.

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