EL CHISMORREO ES UNA POLILLA QUE MATA LA VIDA DE UNA COMUNIDAD: PALABRAS DEL PAPA A LOS HIJOS DE LA DIVINA PROVIDENCIA Y LOS CARISMÁTICOS ORIONITAS (25/06/2022)

El Papa Francisco, al dirigirse a los miembros de la Familia Carismática de Orione y a los Hijos de la Divina Providencia, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico este 25 de junio, les dijo que, como discípulos misioneros, enviados por la Iglesia son ante todo una identidad apostólica alimentada en la vida fraterna de la comunidad o familia religiosa. Por tanto, es importante cuidar la calidad de vida de las relaciones, de la comunidad. Mirar al mundo de hoy como apóstoles, es decir, con discernimiento, pero con simpatía, sin miedo, sin prejuicios, con valentía; mirarlo como lo mira Dios, sintiendo como propias las penas, las alegrías, las esperanzas de la humanidad. Reproducimos a continuación las palabras del Papa, traducidas del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos:

Saludo a Don Tarcisio Gregorio Vieira, reconfirmado como Superior General de los Hijos de la Divina Providencia, y a todos ustedes, queridos miembros de la Familia Carismática Orionita. Es una “única planta con muchas ramas”, formada por religiosos, religiosas, consagradas seculares y laicos, todos alimentados por el mismo carisma de San Luigi Orione, de quien se celebra este año el 150º aniversario de su nacimiento, ocurrido en Pontecurone (Alejandría), el 23 de junio de 1872.

Bendigo con ustedes al Señor, que a partir de aquella semilla – como dice el Evangelio – ha hecho crecer una gran planta, queda acogida, refugio y consuelo a muchas personas, sobre todo a las más necesitadas e infelices. Y mientras agradecen y hacen fiesta, sientan viva la fuerza del carisma, sientan el compromiso que pide para ser seguidores y familiares de un gran testigo de la caridad de Cristo; el compromiso de hacer presente, con su vida y su acción, el fuego de esta caridad en el mundo de hoy, marcado por el individualismo y el consumismo, por la eficiencia y la apariencia.

Así escribía Don Orione a los inicios del siglo XX: «Vivimos en un siglo que está lleno de hielo y de muerte en la vida del espíritu; totalmente encerrado en sí mismo, no ve otra cosa que placeres, vanidades y pasiones y la vida de esta tierra, y nada más». Y se preguntaba: «¿Quién dará vida a esta generación muerta a la vida de Dios, sino es el soplo de la caridad de Jesucristo? […] debemos entonces pedir a Dios no un destello de caridad, [...] sino una hoguera de caridad que nos inflame y renueve el frío y gélido mundo, con la ayuda y por la gracia que nos dará el Señor» (Escritos 20, 76-77).

Ustedes, Hijos de la Divina Providencia, como tema de su Capítulo General que apenas concluyó, escogieron una expresión típica del ardor apostólico de Don Orione: «Hagamos sobre nosotros el signo de la cruz y lancémonos confiados en el fuego de los tiempos nuevos para el bien del pueblo» (Escritos 75, 242). ¡Se requiere valentía! Por favor, que el fuego no se quede solamente en su hogar y en sus comunidades, ni siquiera solo en sus obras, sino que puedan “lanzarse en el fuego de los tiempos nuevos para el bien del pueblo”.

Jesús dijo de sí mismo: «He venido a prender fuego en la tierra, y cuánto quisiera que ya estuviera encendido» (Lc 12, 49). El fuego de Cristo es fuego bueno, no es para destruir, como habrían deseado Santiago y Juan cuando pidieron: «Señor, ¿quieres que hagamos que baje fuego del cielo y los consuma?» (Lc 9, 54). No, no es ese fuego. Y Jesús llamó la atención a los dos hermanos. El suyo es un fuego de amor, un fuego que enciende el corazón de las personas, un fuego que da luz, da calor y vivifica.

En la medida en que arda en ustedes la caridad de Cristo, su presencia y su acción se vuelve útil a Dios y a los hombres, porque – escribía San Luigi – «a la causa de Cristo y de la Iglesia no se le sirve más que con una gran calidad de vida y de obras, la caridad Abre los ojos a la fe y calienta los corazones de amor hacia Dios. Se necesitan obras de corazón y de caridad cristiana. Y todos les creerán» (Cartas I, 181; Escritos 4, 280).

Justamente, en el Capítulo General, pusieron al centro de la renovación la relación con Dios, corazón de su identidad. El fuego se alimenta recibiéndolo de Dios con la vida de oración, la meditación de la Palabra, la gracia de los Sacramentos. Don Orione fue hombre de acción y de contemplación. Por eso exhortaba: «Arrojémonos a los pies del Tabernáculo», y también: «Arrojémonos a los pies de la cruz», porque «amar a Dios y amar a los hermanos son dos llamas de un solo fuego sagrado» (Cartas II, 397).

Queridos hermanos y hermanas de la Familia Orionita, hoy ser discípulos misioneros, enviados por la Iglesia, no es ante todo hacer algo, una actividad; es una identidad apostólica alimentada continuamente en la vida fraterna de la comunidad religiosa o de la familia. «Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Es importante cuidar la calidad de la vida comunitaria, las relaciones, la oración común: eso es ya apostolado, porque es testimonio. Si entre nosotros hay frialdad, o, peor, juicios y chismes, ¿qué apostolado podemos hacer? Por favor nada de habladurías. Las habladurías son una polilla, una polilla que corrompe, una polilla que mata a la vida de una comunidad, de una orden religiosa. Nada de habladurías. Sé que no es fácil, vencer las habladurías no es fácil y alguno me pregunta: “¿Pero cómo puede hacerse?”. Hay una medicina muy buena, muy buena: morderte la lengua. ¡Te hará bien!

El testimonio del amor en la comunidad religiosa y en la familia es la confirmación del anuncio evangélico, es la “prueba de fuego”. «Una comunidad bella, fuerte –Son palabras de don Orione – y donde vive plena concordia de los corazones y la paz, no puede dejar de ser querida, deseada e instrumento de edificación para todos» (Cartas I, 418). Y se vuelve atrayente también para nuevas vocaciones.

Finalmente, quisiera volver sobre aquella exhortación a “lanzarse en el fuego de los tiempos nuevos”. Eso requiere mirar al mundo de hoy como apóstoles, es decir con discernimiento, pero con simpatía, sin miedo, sin prejuicios, con valentía; mirar al mundo como lo mira Dios, sintiendo nuestros los dolores, las alegrías, las esperanzas de la humanidad. La Palabra guía sigue siendo la de Dios a Moisés: «He observado la miseria de mi pueblo [...]. He descendido a liberarlo» (Ex 3, 7-8). Debemos ver las miserias de este nuestro mundo como la razón de nuestro apostolado y no como un obstáculo. Su Fundador decía: «No basta con quejarse por la tristeza de los tiempos y los hombres, y no basta con decir: ¡Oh, Señor! ¡Oh, Señor! Nada de llorar por un tiempo pasado. Ningún espíritu triste, ningún espíritu cerrado. Adelante con Serena e imperturbable laboriosidad» (Escritos 79, 291). Y nada de habladurías, lo repito.

Nuestro tiempo pide abrirnos a nuevas fronteras, descubrir nuevas formas de misión. Miremos a María, Virgen del ingenio y el cuidado, que sale de prisa de su casa y se pone en camino para ir a ayudar a su prima Isabel. Y allí, en el servicio, María tuvo la confirmación del plan de la providencia de Dios. A mí me gusta rezarle como “Nuestra Señora con prisa”: no pierde tiempo, va y hace.

Queridos hermanos y hermanas, les agradezco por haber venido y sobre todo por lo que son y hacen. Bendigo de corazón a todos ustedes y a sus comunidades. Y por favor, les pido orar por mí. Gracias.

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