EL RASGO ESENCIAL DEL CORAZÓN DE CRISTO ES LA MISERICORDIA: PALABRAS DEL PAPA A COMBONIANOS (18/06/2022)

“La misión depende totalmente de la unión con Cristo y de la fuerza del Espíritu Santo”, dijo el Papa Francisco a los participantes del XIX Capítulo General de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús a quienes recibió este 18 de junio, en la Sala del Consistorio en el Vaticano. Reflexionó con ellos también sobre la “impostergable renovación eclesial” presente en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium. Transcribimos a continuación, el texto de su intervención, traducido del italiano:

Queridos hermanos, buenos días y bienvenidos:

Estoy contento de encontrarlos. Agradezco al superior general por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos ustedes, que participan en el 19º Capítulo General de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. Me han invitado a su casa a celebrar la fiesta del Sagrado Corazón, el próximo viernes. Les agradezco, estaré con la oración; pero ya hoy vivimos este encuentro nuestro en la perspectiva y el espíritu del misterio del corazón de Cristo, al que está ligado el carisma de San Daniel Comboni.

Nos orientan en esta dirección también el tema y el lema de su Capítulo: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. Enraizados en Cristo junto a Comboni”. En efecto la misión – su fuente, su dinamismo y sus frutos – depende totalmente de la Unión con Cristo y de la fuerza del Espíritu Santo. Jesús lo dijo claramente a los que había elegido como “apóstoles”, es decir “enviados”: «Sin mí no pueden hacer nada» (Jn 15, 5). No dijo: “pueden hacer poco”, no, dijo: “no pueden hacer nada”. ¿En qué sentido? Nosotros podemos hacer muchas cosas: iniciativas, programas, campañas... muchas cosas; pero si no estamos en Él, y si su Espíritu no pasa a través de nosotros, todo lo que hacemos es nada a sus ojos, es decir no vale nada para el Reino de Dios.

En cambio, si somos como sarmientos bien unidos a la vid, la savia del Espíritu pasa de Cristo a nosotros y cualquier cosa que hagamos da fruto, porque no es obra nuestra, sino que es el amor de Cristo el que actúa a través de nosotros. Este es el secreto de la vida cristiana, y en particular de la misión, donde sea, en Europa como en África y en los otros continentes. El misionero es el discípulo que está tan unido a su Maestro y Señor, que sus manos, su mente, su corazón son “canales” del amor de Cristo. El misionero es eso, no es alguien que hace proselitismo. Porque el “fruto” que Él quiere de sus amigos no es otro que el amor, su amor, el que viene del Padre y nos da con el Espíritu Santo. Es el Espíritu de Cristo el que nos saca adelante.

He aquí por qué algunos grandes misioneros, como Daniel Comboni, pero también, por ejemplo, como la Madre Cabrini, vivieron su misión sintiéndose animados e “impulsados” por el Corazón de Cristo, es decir por el amor de Cristo. Y este “impulso” les permitió salir e ir más allá: no solo más allá de los límites y fronteras geográficas, sino ante todo más allá de sus propios límites personales. Este es un lema que para ustedes debe “hacer ruido” en el corazón: ir más allá, ir más allá, ir más allá, siempre mirando el horizonte, porque siempre hay un horizonte, para ir más allá. El impulso del Espíritu Santo es el que nos hace salir de nosotros mismos, de nuestras cerrazones, de nuestra auto referencialidad, y nos hace ir hacia los demás, hacia las periferias, allá donde es mayor la sed del Evangelio. Es curioso que la tentación más terrible que nosotros los religiosos tenemos en la vida es la auto referencialidad; y eso nos impide ir más allá. “Pero para ir más allá debo pensarlo, ver...”. ¡Ve, ve, ve! Ve hacia el horizonte, y que te acompañe el Señor. Pero cuando comenzamos con esta psicología, esta espiritualidad “del espejo”, dejamos de ir más allá y volvemos siempre a nuestro corazón que está enfermo. Todos tenemos el corazón enfermo y la gracia de Dios nos salva, pero sin gracia de Dios, caput, ¡todos! Esto es importante: con el espíritu ir más allá.

El rasgo esencial del Corazón de Cristo es la misericordia, la compasión, la ternura. Esto no debe olvidarse: el estilo de Dios, ya en el Antiguo Testamento, es este. Cercanía, compasión y ternura. No está la organización, no, cercanía, compasión, ternura. Y entonces pienso que ustedes están llamados a llevar este testimonio del “estilo de Dios” – cercanía, compasión, ternura – en su misión, ahí donde estén y donde el Espíritu los guíe. La misericordia, la ternura es un lenguaje universal, que no conoce fronteras. Pero este mensaje ustedes lo llevan no solo como misioneros individuales, sino como comunidad, y eso implica que sea cuidado no solo el estilo personal, sino también el estilo comunitario. Jesús lo dijo a sus amigos: “por cómo se amen reconocerán que son mis discípulos” (cf. Jn 13, 35), y los Hechos de los Apóstoles lo confirman, cuando narran que la primera Comunidad de Jerusalén gozaba de la estima de todo el pueblo porque la gente veía cómo vivían (cf. 2, 47; 4, 33): en el amor. Y muchas veces, lo digo con amargura – hablo en general, no de ustedes porque no los conozco –, muchas veces encontramos que algunas comunidades religiosas son un verdadero infierno, un infierno de celos, de lucha por el poder... ¿Y el amor dónde está? Es curioso, estas comunidades religiosas tienen reglas, tienen un sistema de vida..., pero falta el amor. Hay tanta envidia, celos, lucha por el poder, y perdono lo mejor, que es el testimonio del amor, que es lo que atrae a la gente: el amor entre nosotros, que no nos atacamos uno al otro sino vamos siempre adelante.

A este respecto, para que el estilo de vida de la comunidad de buen testimonio, son importantes también los cuatro aspectos sobre los que han decidido trabajar en su Capítulo: la regla de vida, el camino formativo, la ministerialidad y la comunión de bienes. El discernimiento se refiere a la modalidad, la forma en la cual organizar y vivir estos elementos, para que puedan responder lo más posible a las exigencias de la misión, es decir del testimonio. Eso es muy importante: forma parte de la «improrrogable renovación eclesial» en clave misionera a la que está llamada toda la Iglesia (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 27-33). Es una conversión que parte de la conciencia de cada uno, involucra a cada comunidad y llega así a renovar a todo el Instituto.

Me importa remarcar que también aquí, también en el esfuerzo sobre estos cuatro aspectos – entre ellos interconectados – es necesario que todo se haga en la docilidad al Espíritu, de forma que las necesarias planificaciones, los proyectos, las iniciativas, todo responda a las exigencias de la evangelización, y me refiero también al estilo de evangelizar: que sea gozoso, manso, valiente, lleno de misericordia, hambriento y sediento de justicia, pacífico, en resumen: el estilo de las Bienaventuranzas. Esto cuenta. También la regla de vida, la formación, los ministerios, la administración de los bienes deben organizarse con base a este criterio fundamental. «La comunidad evangelizadora experimenta que el señor ha tomado la iniciativa, la ha precedido en el amor [...]. La comunidad evangelizadora se dispone a “acompañar”. Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, no importa cuán duros y prolongados puedan ser. Conoce las largas esperas y el soportar apostólico. La evangelización requiere mucha paciencia, […] El discípulo sabe ofrecer toda la vida y jugársela hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino sobre todo que la palabra sea acogida y manifieste su poder liberador y renovador. Finalmente, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe “festejar”. Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización» (Evangelii gaudium, 24).

Queridos hermanos, he querido recordar este pasaje de Evangelii gaudium, sabiendo que lo tienen muy presente, precisamente por el placer de compartir con ustedes la pasión por la evangelización. Que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide. Buena continuación de los trabajos capitulares. Los bendigo de corazón a ustedes y a todos sus hermanos. Y les pido por favor orar por mí. Gracias.

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