CATEQUESIS DEL PAPA: SE DESPRECIA LA VEJEZ, OLVIDANDO QUE LA VIDA TERRENAL ES UN INICIO (08/06/2022)

Este 8 de junio por la mañana, la Plaza de San Pedro fue el escenario de la Audiencia General del Santo Padre a la que asistieron varios miles de fieles y peregrinos de los cinco continentes. En su 13ª catequesis sobre la vejez el Papa Francisco centró su reflexión en el episodio que relata el evangelista San Juan que refiere la pregunta de Nicodemo al Señor acerca de la imposibilidad de los ancianos de regresar al seno materno: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo?”. El Obispo de Roma explicó el valor de la importante figura de este anciano del Nuevo Testamento, Nicodemo, a quien Jesús le dice que para “ver el Reino de Dios” hay que “renacer de lo alto”. Compartimos a continuación, el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

Nicodemo. «¿Cómo puede un hombre nacer cuando es viejo?» (Jn 3, 4)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Entre las figuras de ancianos más relevantes en los Evangelios está Nicodemo —uno de los jefes de los judíos—, el cual, queriendo conocer a Jesús, pero a escondidas, fue va con él por la noche (cf. Jn 3, 1-21). En la conversación de Jesús con Nicodemo emerge el corazón de la revelación de Jesús y de su misión redentora, cuando dice: «Dios, de hecho, amó tanto al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (v. 16).

Jesús dice a Nicodemo que para “ver el reino de Dios” es necesario “renacer de lo alto” (cf. v. 3). No se trata de empezar de nuevo a nacer, de repetir nuestra venida al mundo, esperando que una nueva reencarnación abra de nuevo nuestra posibilidad de una vida mejor. Esta repetición no tiene sentido. Es más, vaciaría de todo significado la vida vivida, borrándola como si fuera un experimento fallido, un valor caducado, un vacío perdido. No, no es esto, este nacer de nuevo del que habla Jesús: es otra cosa. Esta vida es valiosa a los ojos de Dios: nos identifica como criaturas amadas por Él con ternura. El “nacimiento de lo alto”, que nos permite “entrar” en el reino de Dios, es una generación en el Espíritu, un paso entre las aguas hacia la tierra prometida de una creación reconciliada con el amor de Dios. Es un renacimiento de lo alto, con la gracia de Dios. No es un renacer físicamente otra vez.

Nicodemo malinterpreta este nacimiento y hace referencia a la vejez como evidencia de su imposibilidad: el ser humano envejece inevitablemente, el sueño de una eterna juventud se aleja definitivamente, la consumación es el puerto de llegada de cualquier nacimiento en el tiempo. ¿Cómo puede imaginarse un destino que tiene forma de nacimiento? Nicodemo piensa así y no encuentra la forma de entender las palabras de Jesús. Este renacimiento, ¿qué es?

La objeción de Nicodemo es muy instructiva para nosotros. Podemos, en efecto, invertirla, a la luz de la palabra de Jesús, en el descubrimiento de una misión propia de la vejez. De hecho, ser viejos no sólo no es un obstáculo para el nacimiento de lo alto del que habla Jesús, sino que se convierte en el tiempo oportuno para iluminarlo, deshaciéndolo del equívoco de una esperanza perdida. Nuestra época y nuestra cultura, que muestran una preocupante tendencia a considerar el nacimiento de un hijo como una simple cuestión de producción y de reproducción biológica del ser humano, cultivan luego el mito de la eterna juventud como la obsesión —desesperada— de una carne incorruptible. ¿Por qué la vejez es – de tantas maneras – despreciada? Porque lleva la evidencia irrefutable de la destitución de este mito, que quisiera hacernos volver al vientre de la madre, para volver siempre jóvenes en el cuerpo.

La técnica se deja atraer por este mito en todos los sentidos: en espera de vencer a la muerte, podemos mantener vivo el cuerpo con la medicina y los cosméticos, que hacen más lenta, esconden, remueven la vejez. Naturalmente, una cosa es el bienestar, otra cosa es la alimentación del mito. No se puede negar, sin embargo, que la confusión entre los dos aspectos nos está creando cierta confusión mental. Confundir el bienestar con la alimentación del mito de la eterna juventud. Se hace mucho para tener de nuevo siempre esta juventud: tantos maquillajes, tantas operaciones quirúrgicas para parecer jóvenes. Me vienen a la mente las palabras de una sabia actriz italiana, la Magnani, cuando le dijeron que iban a quitarle las arrugas, y ella dijo: “¡No, no las toquen! Muchos años me he tardado en conseguirlas: ¡no las toquen!”. Es esto: las arrugas son un símbolo de la experiencia, un símbolo de la vida, un símbolo de la madurez, un símbolo de haber hecho un camino. No tocarlas para resultar jóvenes, pero jóvenes de aspecto: lo que interesa es toda la personalidad, lo que interesa es el corazón, y el corazón permanece con esa juventud del vino bueno, que cuanto más envejece es mejor.

La vida en la carne mortal es una bellísima “obra incompleta”: como ciertas obras de arte que precisamente por estar inacabadas tienen una fascinación única. Porque la vida aquí abajo es “iniciación”, no cumplimiento: venimos al mundo precisamente así, como personas reales, como personas que progresan con la edad, pero son para siempre reales. Pero la vida en la carne mortal es un espacio y un tiempo demasiado pequeño para custodiar intacta y llevar a cumplimiento la parte más valiosa de nuestra existencia en el tiempo del mundo. La fe, que acoge el anuncio evangélico del reino de Dios al cual estamos destinados, tiene un primer efecto extraordinario, dice Jesús. La fe nos permite “ver” el reino de Dios. Nos volvemos capaces de ver realmente los muchos signos de aproximación de nuestra esperanza de cumplimiento por aquello que, en nuestra vida, lleva el signo del destino para la eternidad de Dios.

Los signos son los del amor evangélico, de muchas maneras iluminados por Jesús. Y si los podemos “ver”, podemos también “entrar” en el reino, con el paso del Espíritu a través del agua que regenera.

La vejez es la condición, concedida a muchos de nosotros, en la cual el milagro de este nacimiento de lo alto puede ser asimilado íntimamente y hecho creíble para la comunidad humana: no comunica nostalgia del nacimiento en el tiempo, sino amor por el destino final. En esta perspectiva la vejez tiene una belleza única: caminamos hacia el Eterno. Nadie puede volver a entrar en el vientre de la madre, ni siquiera en su sustituto tecnológico y consumista. Esto no da sabiduría, esto no da un camino cumplido, esto es artificial. Sería triste, incluso si fuera posible. El viejo camina hacia adelante, el viejo camina hacia el destino, hacia el cielo de Dios, el viejo camina con su sabiduría vivida durante la vida. La vejez, por ello, es un tiempo especial para desatar el futuro de la ilusión tecnocrática de una supervivencia biológica y robótica, pero sobre todo porque abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios. Aquí, yo quisiera subrayar esta palabra: la ternura de los viejos. Observen a un abuelo o una abuela cómo miran a los nietos, cómo acarician a los nietos: esa ternura, libre de toda prueba humana, que ha vencido las pruebas humanas y capaz de dar gratuitamente el amor, la cercanía amorosa del uno por los otros. Esta ternura abre la puerta a entender la ternura de Dios. No olvidemos que el Espíritu de Dios es cercanía, compasión y ternura. Dios es así, sabe acariciar. Y la vejez nos ayuda a entender esta dimensión de Dios que es la ternura. La vejez es el tiempo especial para desatar el futuro de la ilusión tecnocrática, es el tiempo de la ternura de Dios que crea, crea un camino para todos nosotros. Que el Espíritu nos conceda la reapertura de esta misión espiritual — y cultural — de la vejez, que nos reconcilia con el nacimiento de lo alto. Cuando pensamos en la vejez así, después decimos: ¿cómo es posible que esta cultura del descarte decide desechar a los viejos, considerándoles no útiles? Los viejos son los mensajeros del futuro, los viejos son los mensajeros de la ternura, los viejos son los mensajeros de la sabiduría de una vida vivida. Sigamos adelante y miremos a los viejos. Gracias.

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