LOS NUEVOS SACERDOTES EN FRANCIA DAN ALEGRÍA Y ESPERANZA A LA IGLESIA: MENSAJE DEL PAPA A SEMINARISTAS FRANCESES (01/12/2023)

El Papa Francisco envió a través del Cardenal Pietro Parolin, un mensaje dirigido a los seminaristas de Francia, dado a conocer este 1º de diciembre. Los sacerdotes son célibes – y quieren serlo – sencillamente porque Jesús fue célibe, es una exigencia mística. Nadie tiene poder de cambiar la figura del sacerdote, no obstante los cambios en la sociedad actual y la grave crisis vocacional. Sólo amando a Jesús más que a nada – dice el texto – es que los sacerdotes podrán afrontar esta forma de vida tan exigente, esta perfección sacerdotal, y afrontarán los retos y tentaciones que encontrarán en el camino. Transcribimos a continuación el texto del mensaje, traducido del francés:

Me alegra, queridos seminaristas de Francia, poder dirigirme a ustedes con ocasión de su encuentro y transmitirles los fraternales pensamientos que Su Santidad el Papa Francisco tiene para cada uno de ustedes en la oración. El Papa da gracias por la llamada singular que el Señor les ha dirigido, habiéndolos elegido entre tantos otros, amados con un amor privilegiado y apartados; y también da gracias por la respuesta valiente que quieren dar a esta llamada. Es, en efecto, motivo de acción de gracias, de esperanza y de alegría constatar que muchos jóvenes — y no tan jóvenes — se atreven todavía, con la generosidad y la audacia de la fe, y a pesar de los tiempos difíciles que atraviesan nuestras Iglesias y nuestras sociedades occidentales secularizadas, a comprometerse a seguir al Señor en su servicio y en el de sus hermanos y hermanas.

Es por eso que les digo: ¡gracias! Gracias por dar alegría y esperanza a la Iglesia de Francia que les espera y los necesita. Y los necesita para que sean lo que el sacerdote debe ser, lo que siempre ha sido y lo que siempre será por voluntad divina: «Participar de la autoridad con la que Cristo edifica, santifica y gobierna su Cuerpo» (Presbyterorum ordinis, 2); y esto por una configuración inefable a Cristo, Cabeza de su Iglesia, que lo pone en relación con el Pueblo de Dios — aunque siempre forma parte de él — para enseñarle con autoridad, guiarlo con seguridad y transmitirle eficazmente la gracia mediante la celebración de los sacramentos (cf. ibid., 4, 5.6). En el punto más alto, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia y de su vida personal, el sacerdote celebra la Misa donde, haciendo presente el sacrificio de Cristo, él mismo se ofrece en unión con Él en el altar y coloca allí la ofrenda de todo el Pueblo de Dios y de cada uno de los fieles.

Los invito, queridos seminaristas, a arraigar firmemente en sus almas aquellas verdades fundamentales que serán la base de su vida y de su identidad misma. Y en el corazón de esta identidad, configurada con el Señor Jesús, está el celibato. El sacerdote es célibe – y quiere serlo – porque Jesús lo era, sencillamente. La exigencia del celibato no es principalmente teológica, sino mística: ¡quién puede hacerlo! (cf. Mt 19, 12). Hoy en día se habla mucho de los sacerdotes, pero la figura sacerdotal a menudo se distorsiona en algunos círculos, se relativiza, a veces se considera subordinada. No se asusten: nadie tiene el poder de cambiar la naturaleza del sacerdocio y nadie lo cambiará jamás, aunque las modalidades de su ejercicio deban necesariamente tener en cuenta la evolución de la sociedad actual y la condición de grave crisis vocacional que estamos viviendo.

Y una de estas evoluciones sociales, relativamente nueva en Francia, es que la institución eclesial, y con ella la figura del sacerdote, ya no es reconocida; ha perdido todo prestigio, toda autoridad natural, a los ojos de la mayoría, y desgraciadamente incluso está mancillada. Así que ya no podemos contar con ella para ser escuchados por las personas que conocemos. Es por eso, que el único camino posible para llevar adelante la nueva evangelización convocada por el Papa Francisco, para que todos puedan tener un encuentro personal con Cristo (cf. Evangelii gaudium, Introducción, III), es la adopción de un estilo pastoral de cercanía, compasión, humildad, gratuidad, paciencia, mansedumbre, entrega radical a los demás, sencillez y pobreza. Un sacerdote que conoce el «olor de sus ovejas» (Misa Crismal, 28 de marzo de 2013) y camina con ellas, a su ritmo. Es de este modo, que el sacerdote tocará el corazón de sus fieles, ganará su confianza y les hará encontrar a Cristo. Esto no es nuevo, por supuesto; innumerables sacerdotes santos han adoptado este estilo en el pasado, pero hoy en día se ha convertido en una necesidad ante el riesgo de no ser creíbles o escuchados.

Para vivir esta exigente, y a veces dura, perfección sacerdotal, y para afrontar los desafíos y las tentaciones que encontrarán en su camino, queridos seminaristas, no hay más que una solución: alimentar una relación personal, fuerte, viva y auténtica con Jesús. Amen a Jesús sobre todas las cosas, que les baste su amor, y saldrán victoriosos de todas las crisis, de todas las dificultades. Porque si Jesús me basta, no necesito grandes consuelos en el ministerio, ni grandes éxitos pastorales, ni sentirme en el centro de extensas redes de relaciones; si Jesús me basta, no tengo necesidad de afectos desordenados, ni de notoriedad, ni de tener grandes responsabilidades, ni de hacer carrera, ni de brillar a los ojos del mundo, ni de ser mejor que los demás; si Jesús me basta, no necesito grandes bienes materiales, ni disfrutar de las seducciones del mundo, ni seguridad para mi futuro. Si, por el contrario, sucumbo a una de estas tentaciones o debilidades, es porque Jesús no me basta y me falta amor.

Por eso, queridos seminaristas, «Dios es fiel, los ha llamado a vivir en comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor» (1 Cor 1, 3-9). Estén seguros de que su primera preocupación es responder a esta llamada y fortalecer su unión con Aquel que se digna hacerse su amigo (cf. Jn 15, 15). Él es fiel y será toda su alegría. Y no puedo hacer otra cosa que encomendarlos, como maestra de vida espiritual, a Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, en este 150º aniversario de su nacimiento, a la Doctora en Scientia Amoris, cuya admirable doctrina tienen el privilegio de poder leer en su lengua original. Ella, que “respiró” sin cesar el Nombre de Jesús, su “único amor” (cf. C’est la confiance, n. 8), ella los guiará por el camino de la confianza que los sostendrá cada día y los hará estar ante la mirada del Señor cuando los llame a Él (cf. ibid., 3).

El Papa Francisco los encomienda a su intercesión y a la protección de Nuestra Señora de la Asunción, Patrona de Francia, así como a todos los miembros de sus comunidades en los seminarios. Les imparte de corazón la Bendición Apostólica.

Cardenal Pietro Parolin
Secretario de Estado de Su Santidad

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