CONCLUIR EL AÑO EN LA ESCUELA DE MARÍA, CON GRATITUD Y ESPERANZA: HOMILÍA DEL PAPA EN LAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS (31/12/2023)

No según el mundo, sino en la alabanza, en el asombro y el reconocimiento. Es así según el Papa Francisco que estamos llamados a vivir la gratitud y la esperanza en esta hora, en el año que llega a su término. El ejemplo y el modelo es ofrecido por María, Madre de Dios, cuya imagen de la lactans, la lactante, pintada al temple sobre una tabla en el siglo XII, custodiada en la Abadía de Montevergine, fue expuesta de manera excepcional en la Basílica de San Pedro donde el Pontífice celebró las Primeras Vísperas que culminaron con el canto del Himno del Te Deum en la conclusión del año civil, con la presencia de cerca de 6,500 fieles. Compartimos a continuación el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

La fe nos permite vivir este momento de manera distinta con respecto a una mentalidad mundana. La fe en Jesucristo, Dios encarnado, nacido de la Virgen María, nos da una forma nueva de sentir el tiempo y la vida. Lo resumiría en dos palabras: gratitud y esperanza.

Algunos podrían decir: “¿Pero no es eso lo que hacen todos en esta última noche del año? Todos agradecen, todos esperan, creyentes y no creyentes”. Quizá puede parecer que sea así, ¡y quizá lo sea! Pero, en realidad, la gratitud mundana, la esperanza mundana son aparentes; les falta la dimensión esencial que es la de la relación con el Otro y con los otros, con Dios y con los hermanos. Están aplanadas sobre el yo, sobre sus intereses, y así tienen una visión corta, no van más allá de la satisfacción y el optimismo.

En cambio, en esta Liturgia se respira toda una atmósfera distinta: la de la alabanza, la del asombro, la del reconocimiento. Y eso ocurre no por la majestuosidad de la Basílica, no por las luces y los cantos – estas cosas no son más que la consecuencia –, sino por el Misterio que la antífona al primer salmo expresó así: «¡Maravilloso intercambio! El creador tomó un alma y un cuerpo, nació de una virgen; [...] nos da su divinidad». ¡Ese maravilloso intercambio!

La liturgia nos hace entrar en los sentimientos de la Iglesia; y la Iglesia, por así decirlo, los aprende de la Virgen Madre.

Pensemos en cuál habrá sido la gratitud en el corazón de María mientras miraba a Jesús recién nacido. Es una experiencia que solo una madre puede tener, y que, sin embargo, en ella, en la Madre de Dios, tiene una profundidad única, incomparable. María sabe, ella sola junto a José, de dónde viene ese Niño. Sin embargo, está ahí, respira, llora, necesita comer, ser cubierto, cuidado. El Misterio da espacio a la gratitud, que aflora en la contemplación del don, en la gratuidad, mientras se sofoca en el ansia por tener y aparentar.

La Iglesia aprende de la Virgen Madre la gratitud. Y aprende también la esperanza. Se nos ocurre pensar que Dios la haya elegido a ella, a María de Nazaret, porque en su corazón vio reflejada su propia esperanza. La que Él mismo había infundido en ella con su Espíritu. María está desde siempre llena de amor, llena de gracia, y por ello también está llena de confianza y esperanza.

Lo de María y la Iglesia no es optimismo, es otra cosa: es fe en el Dios fiel a sus promesas (cf. Lc 1, 55); y esta fe asume la forma de la esperanza en la dimensión del tiempo, podríamos decir “en camino”. El cristiano, como María, es un peregrino de esperanza. Y precisamente este será el tema del Jubileo de 2025: “Peregrinos de esperanza”.

Queridos hermanos y hermanas, podemos preguntarnos: ¿Roma se está preparando para convertirse en el Año Santo en “ciudad de la esperanza”? Todos sabemos que desde hace tiempo está realizándose la organización del Jubileo. Pero comprendamos bien que, en la perspectiva que aquí asumimos, no se trata principalmente de esto; se trata más bien del testimonio de la comunidad eclesial y civil; testimonio que, más que en los eventos, consiste en el estilo de vida, en la calidad ética y espiritual de la convivencia. Y entonces la pregunta se puede formular así: ¿estamos trabajando, cada uno en su propio ámbito, para que esta ciudad sea signo de esperanza para quien vive en ella y para quienes la visitan?

Un ejemplo. Entrar en la Plaza de San Pedro y ver que, en el abrazo de la Columnata, se mueven libre y serenamente personas de toda nacionalidad, de toda cultura y religión, es una experiencia que infunde esperanza; pero es importante que ésta sea confirmada por una buena acogida en la visita a la Basílica, como también en los servicios de información. Otro ejemplo: la fascinación por el centro histórico de Roma es perenne y universal; pero requiere que puedan gozarlo también las personas ancianas o con alguna discapacidad motora; y es necesario que a la “gran belleza” correspondan el sencillo decoro y la normal funcionalidad en los lugares y situaciones de la vida ordinaria, diaria. Porque una ciudad más vivible para sus ciudadanos es también más acogedora para todos.

Queridos hermanos y hermanas, una peregrinación, especialmente si es exigente, requiere una buena preparación. Por eso el año próximo, que precede al Jubileo, está dedicado a la oración. Todo un año dedicado a la oración. ¿Y qué mejor maestra podríamos tener que nuestra Santa Madre? Pongámonos en su escuela: aprendamos de ella a vivir cada día, cada momento, cada ocupación con la mirada interior dirigida a Jesús. Alegrías y dolores, satisfacciones y problemas. Todo en la presencia y con la gracia de Jesús, el Señor. Todo con gratitud y esperanza.

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