DECIR “SÍ” AL PRÍNCIPE DE LA PAZ SIGNIFICA DECIR “NO” A LA GUERRA: MENSAJE NAVIDEÑO DEL PAPA (25/12/2023)

El Santo Padre inició su mensaje navideño en la Solemnidad de la Natividad del Señor, antes de impartir la Bendición “Urbi et Orbi” este 25 de diciembre desde la logia central de la Basílica de San Pedro, con las palabras del ángel en el cielo de Belén, que hoy se dirigen también a nosotros: “Ha nacido para ustedes un Salvador, que es Cristo Señor” (Lc 2,11). El Papa Francisco afirmó que “el anuncio de Belén es una gran alegría” y aclaró que “no es la felicidad pasajera del mundo, ni la alegría de la diversión, sino una gran alegría, porque nos hace grandes”. Compartimos a continuación el texto completo de su mensaje, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!

La mirada y el corazón de los cristianos de todo el mundo se dirigen hacia Belén; allí, donde en estos días reinan dolor y silencio, resonó el anuncio esperado durante siglos: «Ha nacido para ustedes un Salvador, que es Cristo Señor» (Lc 2,11). Son las palabras del ángel en el cielo de Belén y se dirigen también a nosotros. Nos llena de confianza y esperanza saber que el Señor nació para nosotros; que la Palabra eterna del Padre, el Dios infinito, puso su morada entre nosotros. Se hizo carne, vino «a habitar en medio de nosotros» (Jn 1, 14): ¡esta es la noticia que cambia el curso de la historia!

El de Belén es el anuncio de «una gran alegría» (Lc 2, 10). ¿Qué alegría? No la felicidad pasajera del mundo, no la alegría de la diversión, sino una “gran” alegría, porque nos hace “grandes”. Hoy, en efecto, nosotros los seres humanos, con nuestros límites, abrazamos la certeza de una esperanza inaudita, la de haber nacido para el cielo. Sí, Jesús nuestro hermano vino a hacer del Padre, de su Padre, nuestro Padre: Niño frágil, nos revela la ternura de Dios; y mucho más: Él, el Unigénito del Padre, nos da el «poder de convertirnos en hijos de Dios» (Jn 1, 12). Esta es la alegría que consuela el corazón, que renueva la esperanza y da la paz: es la alegría del Espíritu Santo, la alegría de ser hijos amados.

Hermanos y hermanas, hoy en Belén en medio de las tinieblas de la tierra se ha encendido esta llama inextinguible; hoy en medio de la oscuridad del mundo prevalece la luz de Dios, «que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). Hermanos y hermanas, ¡alegrémonos por esta gracia! Alégrate tú, que has perdido la confianza y las certezas, porque no estás solo, no estás sola: ¡Cristo ha nacido para ti! Alégrate tú, que has abandonado la esperanza, porque Dios te tiende la mano; no te señala con el dedo, sino que te ofrece su manita de Niño para liberarte de los miedos, para aliviarte de las fatigas y mostrarte que a sus ojos eres valioso como ningún otro. Alégrate tú, que en el corazón no encuentras la paz, porque se ha cumplido para ti la antigua profecía de Isaías: «Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado […] y su nombre será: […] Príncipe de la paz» (9, 5). La Escritura revela que su paz, su reino «no tendrá fin» (9, 6).

En la Escritura, al Príncipe de la paz se le opone «el príncipe de este mundo» (Jn 12, 31) que, sembrando muerte, actúa en contra del Señor, «amante de la vida» (Sab 11, 26). Lo vemos en acción en Belén cuando, después del nacimiento del Salvador, sucede la matanza de los inocentes. Cuántas matanzas de inocentes en el mundo: en el vientre materno, en las rutas de los desesperados en busca de esperanza, en las vidas de tantos niños cuya infancia es devastada por la guerra. Son los pequeños Jesús de hoy, estos niños cuya infancia es devastada por la guerra, por las guerras.

Entonces, decir “sí” al Príncipe de la paz significa decir “no” a la guerra, y esto con valentía, decir “no” a la guerra, a toda guerra, a la lógica misma de la guerra, viaje sin meta, derrota sin vencedores, locura sin excusas. Esto es la guerra: viaje sin meta, derrota sin vencedores, locura sin excusas. Pero para decir “no” a la guerra es necesario decir “no” a las armas. Porque, si el hombre, cuyo corazón es inestable y está herido, encuentra instrumentos de muerte entre sus manos, antes o después los usará. ¿Y cómo se puede hablar de paz si aumentan la producción, la venta y el comercio de armas? Hoy, como en el tiempo de Herodes, las intrigas del mal, que se oponen a la luz divina, se mueven a la sombra de la hipocresía y del ocultamiento: ¡cuántas masacres debidas a las armas ocurren en un silencio ensordecedor, con el desconocimiento de tantos! La gente, que no quiere armas sino pan, que le cuesta trabajo seguir adelante y pide paz, ignora cuánto dinero público se destina a los armamentos. ¡Y, sin embargo, deberían saberlo! Que se hable de ello, que se escriba sobre esto, para que se conozcan los intereses y las ganancias que mueven los hilos de las guerras.

Isaías, que profetizaba al Príncipe de la paz, escribió acerca de un día en el que «una nación ya no levantará la espada contra otra nación»; de un día en el que los hombres «ya no aprenderán el arte de la guerra», sino que «romperán sus espadas y las volverán arados, de sus lanzas harán azadones» (2, 4). Con la ayuda de Dios, ¡pongamos manos a la obra para que ese día se acerque!

Que se acerque en Israel y Palestina, donde la guerra sacude la vida de esas poblaciones. Las abrazo a ambas, en particular a las comunidades cristianas de Gaza, la parroquia de Gaza, y de toda Tierra Santa. Llevo en el corazón el dolor por las víctimas del execrable ataque del pasado 7 de octubre y renuevo un apremiante llamado para la liberación de quienes aún están retenidos como rehenes. Suplico que cesen las operaciones militares, con su aterradora secuela de víctimas civiles inocentes, y que se ponga remedio a la desesperada situación humanitaria abriéndose a la llegada de ayuda. Que no se siga alimentando la violencia y el odio, sino que se encuentre una solución a la cuestión palestina, a través de un diálogo sincero y perseverante entre las partes, sostenido por una fuerte voluntad política y el apoyo de la comunidad internacional. Hermanos y hermanas, oremos por la paz en Palestina y en Israel.

Mi pensamiento se dirige además a la población de la martirizada Siria, como también a la de Yemen aún en el sufrimiento. Pienso en el querido pueblo libanés y ruego para que pueda recuperar pronto la estabilidad política y social.

Con los ojos fijos en el Niño Jesús imploro la paz para Ucrania. Renovemos nuestra cercanía espiritual y humana a su martirizado pueblo, para que a través del apoyo de cada uno de nosotros sienta la concreción del amor de Dios.

Que se acerque el día de la paz definitiva entre Armenia y Azerbaiyán. Que la favorezcan la prosecución de las iniciativas humanitarias, el regreso de los desplazados a sus hogares con legalidad y seguridad, y el respeto mutuo de las tradiciones religiosas y de los lugares de culto de cada comunidad.

No olvidemos las tensiones y conflictos que perturban a la región del Sahel, al Cuerno de África, a Sudán, como también a Camerún, a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur.

Que se acerque el día en el que se fortalezcan los vínculos fraternos en la península coreana, abriendo vías de diálogo y reconciliación que puedan crear las condiciones para una paz duradera.

Que el Hijo de Dios, que se hizo Niño humilde, inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad del continente americano, para que se encuentren soluciones idóneas para superar los desacuerdos sociales y políticos, para luchar contra las formas de pobreza que ofenden la dignidad de las personas, para nivelar las desigualdades y para afrontar el doloroso fenómeno de las migraciones.

Desde el pesebre, el Niño nos pide que seamos voz de los que no tienen voz: voz de los inocentes, muertos por falta de agua y de pan; voz de los que no logran encontrar un trabajo o lo han perdido; voz de los que son obligados a huir de la propia patria en busca de un futuro mejor, arriesgando la vida en viajes extenuantes y a merced de traficantes sin escrúpulos.

Hermanos y hermanas, se acerca el tiempo de gracia y esperanza del Jubileo, que comenzará dentro de un año. Que este periodo de preparación sea ocasión para convertir el corazón; para decir “no” a la guerra y “sí” a la paz; para responder con alegría a la invitación del Señor que nos llama, como había profetizado Isaías, «a llevar la buena noticia a los pobres, / a vendar las llagas de los corazones destrozados, / a proclamar la libertad a los esclavos, / la liberación a los prisioneros» (Is 61, 1).

Estas palabras se cumplieron en Jesús (cf. Lc 4, 18), nacido hoy en Belén. ¡Acojámoslo, abrámosle el corazón a Él, el Salvador! ¡Abrámosle el corazón a Él, el Salvador, que es el Príncipe de la paz!

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