CATEQUESIS DEL PAPA: LA MISIÓN NO ES UN MANUAL PARA APLICAR, SINO LA OBRA DEL ESPÍRITU (06/12/2023)

El Papa Francisco, como viene siendo habitual desde que fue afectado por la inflamación de sus pulmones, confió la lectura de la catequesis de la Audiencia General de este 6 de diciembre en el Aula Pablo VI, la primera del tiempo de Adviento, a Mons. Filippo Ciampanelli, funcionario de la Secretaría de Estado. En el texto, el Santo Padre se detuvo en el don del Espíritu Santo que debe animar todo celo apostólico. Completó así la serie de características del anuncio del Evangelio, que es alegre, universal y actual, pero, sobre todo, añadió, debe realizarse en el Espíritu. Este reconocimiento, sin embargo, no puede conciliarse con una actitud de pereza e indolencia por parte del hombre, estamos llamados, de hecho, a cooperar de manera consciente, adulta, valiente, dinámica. Compartimos a continuación el texto completo de su catequesis, traducido del italiano:

El anuncio es en el Espíritu Santo.

Queridos hermanos y hermanas,

En las catequesis pasadas hemos visto que el anuncio del Evangelio es alegría, es para todos y va dirigido al hoy. Descubrimos ahora una última característica esencial: es necesario que el anuncio suceda en el Espíritu Santo. De hecho, para “comunicar a Dios” no bastan la alegre credibilidad del testimonio, la universalidad del anuncio y la actualidad del mensaje. Sin el Espíritu Santo todo celo es vano y falsamente apostólico: sería sólo nuestro y no traería fruto.

En Evangelii gaudium recordé que «Jesús es el primero y el más grande evangelizador»; que «en cualquier forma de evangelización la primacía es siempre de Dios», el cual «ha querido llamarnos a colaborar con Él y estimularnos con la fuerza de su Espíritu» (n. 12). ¡Esta es la primacía del Espíritu Santo! Por eso el Señor compara el dinamismo del Reino de Dios con «un hombre que hecha la semilla en la tierra; duerma o vele, de noche o de día, la semilla germina y crece, sin que él sepa cómo» (Mc 4, 26-27). El Espíritu es el protagonista, precede siempre a los misionarios y hace germinar los frutos. ¡Esta conciencia nos consuela mucho! Y nos ayuda a precisar otra, igualmente decisiva: es decir que en su celo apostólico la Iglesia no se anuncia a sí misma, sino una gracia, un don, y el Espíritu Santo es precisamente el Don de Dios, como dijo Jesús a la mujer samaritana (cf. Jn 4, 10).

Pero la primacía del Espíritu no debe inducirnos a la indolencia. La confianza no justifica la falta de esfuerzo. La vitalidad de la semilla que crece por sí misma no autoriza a los campesinos al abandono del campo. Jesús, al dar las últimas recomendaciones antes de subir al cielo, dijo: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos […] hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). El Señor no nos ha dejado cuadernos de teología o un manual de pastoral para aplicar, sino al Espíritu Santo que suscita la misión. Y la inventiva valiente que el Espíritu Santo infunde nos lleva a imitar su estilo, que siempre tiene dos características: la creatividad y la sencillez.

Creatividad, para anunciar a Jesús con alegría, a todos y en el hoy. En esta nuestra época, que no ayuda a tener una mirada religiosa sobre la vida y en la que el anuncio se ha convertido en diversos lugares más difícil, difícil, aparentemente sin frutos, puede nacer la tentación de desistir del servicio pastoral. Quizá nos refugiamos en zonas de seguridad, como la repetición habitual de cosas que se hacen siempre, o en las tentadoras llamadas de una espiritualidad intimista, o incluso en un sentimiento mal comprendido de la centralidad de la liturgia. Son tentaciones que se disfrazan de fidelidad a la tradición, pero a menudo, más que respuestas al Espíritu, son reacciones a las insatisfacciones personales. En cambio, la creatividad pastoral, el ser audaces en el Espíritu, ardientes de su fuego misionero, es prueba de fidelidad a Él. Por eso escribí que «Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos aprisionarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (Evangelii gaudium, 11).

Creatividad, entonces; y después sencillez, precisamente porque el Espíritu nos lleva a la fuente, al “primer anuncio”. De hecho, es «el fuego del Espíritu el que […] nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la infinita misericordia del Padre» (ibid., 164). Este es el primer anuncio, que «debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial»; para repetir: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (ibid.).

Hermanos y hermanas, dejémonos cautivar por el Espíritu Santo e invoquémoslo cada día: que sea Él el principio de nuestro ser y de nuestro obrar; que sea el inicio de toda actividad, encuentro, reunión y anuncio. Él vivifica y rejuvenece a la Iglesia: con Él no debemos temer, porque Él, que es la armonía, mantiene siempre juntas la creatividad y la sencillez, suscita la comunión y envía en misión, abre a la diversidad y reconduce a la unidad. Él es nuestra fuerza, el aliento de nuestro anuncio, la fuente del celo apostólico. ¡Ven, Espíritu Santo!

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