TAMBIÉN NUESTRO TIEMPO TIENE MUCHOS MÁRTIRES: PALABRAS DEL PAPA A PARTICIPANTES EN CONGRESO SOBRE LA SANTIDAD (16/11/2023)

Este 16 de noviembre, el Papa Francisco recibió en audiencia, en la Sala Clementina, a los participantes en el Congreso “La dimensión comunitaria de la santidad”, organizada por el Dicasterio para las Causas de los Santos. En su discurso puso en evidencia las tres dimensiones de la santidad, “comunitaria, familiar, de martirio” y recordó el ejemplo de parejas santas, como los Ulma, asesinados por los nazis y beatificados en septiembre en Polonia, o los 21 coptos asesinados por Daesh en 2015 en Libia. Compartimos a continuación las palabras de su discurso, traducidas del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, bienvenidos:

Los saludo con alegría al término del Congreso sobre el tema La dimensión comunitaria de la santidad, organizado por el Dicasterio para las Causas de los Santos. Agradezco al Cardenal Marcello Semeraro, a los demás Superiores, a los Oficiales, a los Postuladores, a Mons. Paglia y a todos ustedes, participantes en los trabajos de estos días.

Me regalaron el comentario a la Exhortación Apostólica Gaudete ex exsultate, publicado por el dicasterio en el 10º aniversario de mi pontificado. ¡Gracias de corazón! Espero que las reflexiones contenidas en dicho volumen ayuden a muchos a comprender cada vez mejor la llamada universal a la santidad.

Este tema de la vocación universal a la santidad, y en ella su dimensión comunitaria, es muy importante para el Concilio Vaticano II que habló de ella especialmente en la Lumen gentium (cf. cap. V). No por casualidad, en esta perspectiva, ha crecido en los años recientes el número de beatificaciones y canonizaciones de hombres y mujeres pertenecientes a distintos estados de vida: esposos, célibes, sacerdotes, consagradas, consagrados y laicos de todas las edades, orígenes y cultura, también familias, pienso en aquella familia mártir polaca. En particular, en Gaudete ex exsultate quise llamar la atención sobre la pertenencia de todos estos hermanos y hermanas al «santo pueblo fiel de Dios» (n. 6); así como también su cercanía a nosotros, como santos «de la puerta de junto» (n. 7), miembros de nuestras comunidades, que han vivido una gran caridad en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, aún con sus límites y defectos, siguiendo a Jesús hasta el final. Por ello ahora quisiera reflexionar con ustedes precisamente sobre este tema poniendo en evidencia, entre los muchos posibles, tres aspectos: la santidad que une, la santidad familiar y la santidad del martirio.

Primero: la santidad que une. Sabemos que la vocación a la que todos estamos llamados se realiza ante todo en la caridad (cf. Lumen gentium, 40), don del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5) que une en Cristo y a los hermanos: por tanto, ésta es un evento no sólo personal, sino también comunitario. Cuando Dios llama al individuo, es siempre para el bien de todos, como en los casos de Abraham y Moisés, de Pedro y Pablo. Llama al individuo para una misión. Y así como Jesús, Buen Pastor, llama por su nombre a cada una de sus ovejas (cf. Jn 10, 3) y busca a la que está perdida para llevarla al rebaño (cf. Lc 15, 4-7), así la respuesta a su amor no puede realizarse más que en una dinámica de involucramiento e intercesión. Nos lo muestra el Evangelio, por ejemplo para Mateo quien, apenas llamado por Jesús, invita a sus amigos al encuentro con el Mesías (cf. Mt 9, 9-13) o para Pablo que, una vez encontrado con el Resucitado, se vuelve el Apóstol de los gentiles. El encuentro con Jesús tiene esta dimensión comunitaria.

Esta realidad está expresada de manera particularmente conmovedora por Santa Teresa del Niño Jesús a quien, en el 150º aniversario de su nacimiento, dediqué la Exhortación Apostólica C’est la confiance. Ella, en sus escritos, con una imagen bíblica sugestiva contempla a la humanidad entera como el «jardín de Jesús», cuyo amor abraza a todas sus flores al mismo tiempo de forma inclusiva y exclusiva (cf. Manuscrito A, 2rv), y pide ser encendida hasta la incandescencia por el fuego de dicho amor, para conducir ella misma a todos los hermanos (cf. Manuscrito C, 34r-36v). Es la evangelización «por atracción» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 14),

el testimonio, fruto al mismo tiempo de la más alta experiencia mística de amor personal y de la «mística del nosotros» (Const. ap. Veritatis gaudium, 4a). En ella se compenetran las dos modalidades de presencia del Señor, ya sea en lo íntimo de la persona individual (cf. Jn 14, 23), o en medio de aquellos que están reunidos en su Nombre (cf. Mat 18, 20); en el “castillo del alma” y en el “castillo de la comunidad”, para usar una imagen muy querida por Teresa de Ávila (cf. El castillo interior). La santidad une y a través de la caridad de los santos podemos conocer el misterio de Dios que «unido […] a todo hombre» (Const. past. Gaudium et spes, 22) abraza en su misericordia a toda la humanidad, para que todos sean una sola cosa (cf. Jn 17, 22). ¡Cuánto necesita nuestro mundo reencontrar en tal abrazo unidad y paz!

Pasemos al segundo punto: la santidad familiar. Esta resplandece eminentemente en la Santa Familia de Nazaret (cf. Gaudete et exsultate, 143). Y sin embargo la Iglesia hoy nos propone muchos otros ejemplos: «parejas de esposos santos, en las que cada uno de los cónyuges es instrumento para la santificación del otro» (ibid. 141). Pensemos en los santos Luis y Celia Martin; en los Beatos Luis y María Beltrame Quattrocchi; en los Venerables tancredo y Julia di Barolo; en los Venerables Sergio y Domenica Bernardini. La santidad de los esposos, más allá de la santidad particular de dos personas distintas, es también santidad común en la vida conyugal: por tanto multiplicación – y no simple suma – del don personal de cada uno, que se comunica. Y un ejemplo luminoso de todo esto – como sugerí al principio – se nos ofreció recientemente en la beatificación de los esposos Jozef y Wiktoria Ulma y de sus siete hijos, todos mártires. También ellos nos recuerdan que «la santificación es un camino comunitario, que hay que hacer de dos en dos» (ibid.), y no solos. Siempre actuar con la comunidad.

Y llegamos hacia el tercer punto: la santidad del martirio. Es un modelo fuerte, del que tenemos muchos ejemplos a lo largo de la historia de la Iglesia, desde las comunidades de los orígenes hasta la época moderna, al paso de los siglos y en distintas partes del mundo. No existe un periodo que no haya tenido a sus mártires, hasta nuestros días. Y nosotros pensamos que estos mártires son cosas que no existen. Pero pensemos en un caso de vida cristiana vivida en un martirio continuo: el caso de Asia Bibi, que por muchos años estuvo en la cárcel y su hija le llevaba la Eucaristía. Muchos años hasta el momento en que los jueces dijeron que era inocente. ¡Casi nueve años de testimonio cristiano! Es una mujer que sigue viviendo, y son muchos, muchos así, que dan testimonio de la fe y la caridad. ¡Y no olvidemos que también en nuestro tiempo hay muchos mártires! A menudo se trata de «comunidades enteras que han vivido heroicamente el Evangelio y han ofrecido a Dios la vida de todos sus miembros» (ibid.). Y el discurso se amplía aún más si consideramos la dimensión ecuménica de su martirio, recordando a los que pertenecen a todas las confesiones cristianas (cf. ibid., 9). Pensemos por ejemplo en el grupo de 21 mártires coptos recientemente introducidos al Martirologio Romano. Morían diciendo: “Jesús, Jesús”, en la playa.

Queridos hermanos y hermanas, la santidad da vida a las comunidades y ustedes, con su trabajo, nos ayudan a entender y celebrar cada vez mejor la realidad y las dinámicas, en los numerosos y distintos caminos que valoran y proponen a nuestra veneración; distintos, pero todos dirigidos a la misma meta: la plenitud del amor. Este es el camino de la santidad.

Les agradezco mucho por eso y les animo a continuar con alegría su hermosa misión, para el bien de los individuos y el crecimiento de las comunidades. Los bendigo de corazón y, les pido, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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