PAZ EN LA TIERRA DE JESÚS, DESGARRADA POR TERRIBLES SUFRIMIENTOS: PALABRAS DEL PAPA A MIEMBROS DE LA ORDEN ECUESTRE DEL SANTO SEPULCRO (09/11/2023)

El Papa Francisco recibió en la Sala del Consistorio, este 9 de noviembre por la mañana, a los participantes en el Consejo de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén y dirigió un pensamiento a Tierra Santa: “Han muerto muchos inocentes... Somos testigos de una tragedia en los lugares donde vivió el Señor, donde nos enseñó a amar y a perdonar”. El Santo Padre invitó a los miembros de la Orden a formar y formarse “para una caridad universal e inclusiva”, en su mensaje cuyo texto compartimos a continuación, traducido del italiano:

Señores Cardenales, queridos hermanos en el Episcopado, señores miembros del Gran Magisterio y Lugartenientes, hermanos y hermanas:

Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén. Dirijo un saludo particular al Cardenal Fernando Filoni, Gran Maestro de la Orden y extiendo mis sentimientos de gratitud y estima a todos los miembros de la Orden dispersos en el mundo.

Se han reunido en Roma para la Consulta, que prevé el encuentro de Lugartenientes, Delegados Magistrales y este año también de los Obispos Grandes Priores, para tratar el tema de la formación. Una formación necesaria para los candidatos aspirantes a ingresar en la Orden; una formación permanente para quienes ya participan en su vida y misión; y además la formación de aquellos que son llamados a desempeñar cargos de responsabilidad, con dos elementos: el espiritual, en la conciencia del alto compromiso moral asumido ante el Altar; y el relacionado con la organización de las actividades y la gestión administrativa de recursos, para compensar de manera continua y adecuada las necesidades de Tierra Santa.

Formación inicial y permanente, práctica y espiritual: son cuatro líneas directivas que podemos ver representadas en el signo de la Cruz, que destaca evidente en sus capas y que anima su espiritualidad. Ella con su brazo horizontal nos recuerda el compromiso de actuar para que la dedicación a Cristo crucificado y resucitado abrase toda su vida, y en la caridad los haga cercanos a todo hermano y hermana; mientras que con el vertical, bien plantado en tierra y dirigido al cielo, les recuerda la irrenunciable complementariedad, en su camino, entre vida de oración y servicio a los hermanos, atento, calificado, bien enraizado en las realidades en que trabajan, dirigido al bien total de la persona (cf. Ef 3, 17-19; S. Tomás de Aquino, Comm. in Ep. ad Eph., III, lect. 5).

En este sentido, los estatutos que he aprobado constituyen la vía maestra sobre la cual hay que moverse como Orden laical, con una finalidad ya bien intuida por el beato Pío IX y después confirmada por sus sucesores: asociar a hombres y mujeres que se comprometan en una más plena participación en la vida de la Iglesia, partiendo de esa Iglesia “Madre” de Jerusalén, según la enseñanza del apóstol Pablo (cf. 1 Cor 16, 3), y abriéndose a todo el mundo. Con este respiro universal, están llamados a ser Orden que, fuerte desde su propia identidad, participa en el misterio de la caridad de la manera más hermosa, abierta y disponible, lista para asumir aquellos servicios que el Señor requiere a través de las necesidades de los hermanos: desde la educación de la infancia en las escuelas hasta la solidaridad concreta con las categorías más frágiles, como los ancianos, los enfermos, los refugiados. Recordemos aquí, siempre, diría el “estribillo” que el Señor hace decir a todos los profetas en el Antiguo Testamento: la viuda, el huérfano y el extranjero; la viuda, el huérfano y el extranjero. Este cuidado que debemos tener.

El Sepulcro vacío, del cual por vocación desde hace siglos se comprometen en ser especiales Custodios, es En este sentido sobre todo signo del amor sin fronteras del Crucificado, que no tiene nada para sí y que por ello no puede ser retenido por los lazos de la muerte; es signo de la victoria del Resucitado en el que también nosotros encontramos la vida (cf. Rom 6, 8-9) y del poder del Misterio de su Cuerpo y de su Sangre que nos une a todos como sus miembros (cf. 1 Cor 10, 17).

Formar y formarse, al inicio del camino de Investidura y para toda la vida. La formación es para toda la vida. Formar y formarse para una caridad universal e inclusiva. Estudiar en esta óptica la historia de su orden y, en un contexto de escucha y oración, aplicarse para adquirir las competencias necesarias para responder a las necesidades del prójimo: ese es un gran servicio que pueden hacer hoy a la Iglesia y al mundo. En todas las épocas, también en la nuestra marcada por el paradigma tecnocrático, hay mucha necesidad de gente que practique la caridad con inteligencia y fantasía. Les exhorto entonces a continuar con este estilo su obra y a transmitirlo fielmente en las distintas fases de la formación.

Antes de concluir, deseo dirigir junto con ustedes el pensamiento a Tierra Santa. Somos desafortunadamente testigos de una tragedia que se consuma precisamente en los lugares en que el Señor vivió, en los que nos enseñó a través de su humanidad a amar, a perdonar y a hacer el bien a todos. Y en cambio los vemos destruidos por sufrimientos tremendos que impactan sobre todo a muchos inocentes, tantos inocentes muertos. Por eso estoy espiritualmente unido a ustedes, que ciertamente viven este encuentro de la Consulta compartiendo el gran dolor de la Iglesia Madre de Jerusalén e implorando el don de la paz.

Queridos hermanos y hermanas, que la Virgen María invocada por ustedes con el título de Reina de Palestina, los asista siempre en su misión. De corazón los bendigo, bendigo a todos los miembros de la orden con sus familias. Y les pido, no se olviden de orar por mí. Gracias.

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