LA SANTIDAD NO ES INALCANZABLE, ES UN DON OFRECIDO PARA UNA VIDA FELIZ: ÁNGELUS DEL 01/11/2023

La santidad es un don y un camino: en esta idea se centró la reflexión del Papa Francisco, previamente a la oración del Ángelus de este 1º de noviembre, en el que la Iglesia celebra la Solemnidad de Todos los Santos. Asomado desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, el Santo Padre, ante miles de fieles y peregrinos reunidos en una Plaza de San Pedro algo nublada y lluviosa, recordó que la santidad es un don de Dios, “es un regalo que no se puede comprar”, lo hemos recibido en el Bautismo, y al dejarlo crecer en nosotros puede cambiar completamente nuestras vidas. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz fiesta!

Hoy celebramos la Solemnidad de Todos los Santos. A la luz de esta fiesta, detengámonos un poco a pensar acerca de la santidad, en particular sobre dos características de la verdadera santidad: es un don – es un regalo, no se puede comprar – y, al mismo tiempo, es un camino. Un don y un camino.

Ante todo un don. La santidad es un don de Dios que recibimos en el Bautismo: si lo dejamos crecer, puede cambiar completamente nuestra vida (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 15). Los santos no son héroes inalcanzables o lejanos, sino que son personas como nosotros, son nuestros amigos, cuyo punto de partida es el mismo don que nosotros hemos recibido: el Bautismo. Más aún, si lo pensamos bien, seguro nos hemos encontrado con alguno, algún santo cotidiano, alguna persona justa, alguna persona que vive la vida cristiana en serio, con sencillez… son aquellos que a mí me gusta llamar “los santos de la puerta de al lado”, que viven normalmente entre nosotros. La santidad es un don que se ofrece a todos para tener una vida feliz. Y, de hecho, cuando recibimos un don, ¿cuál es nuestra primera reacción? Precisamente que somos felices, porque quiere decir que alguien nos quiere; y el don de la santidad nos hace felices porque Dios nos quiere.

Todo don, sin embargo, debe ser acogido, y conlleva la responsabilidad de una respuesta, un “gracias”. Pero ¿cómo se dice este “gracias”? Es una invitación a esforzarse para que no sea desperdiciado. Todos los bautizados hemos recibido la misma llamada a «mantener y perfeccionar con su vida la santidad que hemos recibido» (Lumen gentium, 40). Y por eso – llegamos al segundo punto – la santidad es también un camino, un camino que hay que hacer juntos, ayudándonos mutuamente, unidos a esos excelentes compañeros de ruta que son los santos.

Son nuestros hermanos, nuestras hermanas mayores, con los que siempre podemos contar: los santos nos sostienen y, cuando en la ruta equivocamos el camino, con su presencia silenciosa no dejan de corregirnos; son amigos sinceros, en los que podemos confiar, porque ellos desean nuestro bien. En sus vidas encontramos un ejemplo, en sus oraciones recibimos ayuda y amistad, y con ellos nos estrechamos en un vínculo de amor fraterno.

La santidad es un camino, es un don. Entonces, podemos preguntarnos: ¿recuerdo haber recibido el Espíritu Santo como don, que me llama a la santidad y me ayuda a llegar a ella? ¿Le doy gracias al Espíritu Santo por esto, por el don de la santidad? ¿Siento cerca a los santos, hablo con ellos, me dirijo a ellos? ¿Conozco la historia de algunos de ellos? Nos hace bien conocer la vida de los santos y dejarnos mover por sus ejemplos. Y nos hace mucho bien dirigirnos a ellos en la oración.

Que María, Reina de todos los Santos, nos haga sentir la alegría del don recibido y aumente en nosotros el deseo de la meta eterna.

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