EL DIÁLOGO CONSTRUYE LA PAZ, NO LA VENGANZA NI EL ODIO: PALABRAS DEL PAPA A LA CONFERENCIA EUROPEA DE RABINOS (06/11/2023)

Tierra Santa, devastada por el odio y el ruido de las armas, pero también la preocupación por los actos antisemitas, volvió al pensamiento del Papa Francisco al recibir la mañana de este 6 de noviembre, en la Sala del Consistorio, a una delegación de la Conferencia de Rabinos Europeos, la principal alianza rabínica ortodoxa de Europa, la “voz de los rabinos en Europa”, como la definió el Santo Padre, que no pronunció el discurso que había preparado debido a una ligera indisposición, como dijo a los presentes. Reproducimos a continuación el texto del discurso que entregó por escrito a los asistentes al encuentro, traducido del italiano:

Buenos días:

Saludo a todos ustedes y les doy la bienvenida. Gracias por esta visita que me agrada mucho. Pero sucede que no estoy bien de salud y por eso prefiero no leer el discurso, sino entregárselos y que ustedes lo lleven consigo. Hagamos todo lo posible para mantener este clima de diálogo fraterno que el Cardenal Koch y sus colaboradores buscan promover continuamente. Y ahora me gustaría saludar a cada uno de ustedes.

Discurso entregado por el Santo Padre

Queridos hermanos:

Los saludo, dándoles una cordial bienvenida y agradeciéndoles por la agradable visita. En el pasado ya me he encontrado en el Vaticano con su organización, voz de los rabinos en Europa. Me alegra que hemos logrado intensificar nuestras relaciones con el paso del tiempo y en particular en los últimos años.

El primer pensamiento y la oración se dirigen, sin embargo, sobre todo a lo que ha ocurrido en las últimas semanas. Una vez más la violencia y la guerra han estallado en esa Tierra que, bendecida por el Altísimo, parece continuamente devastada por las bajezas del odio y el ruido funesto de las armas. Y preocupa la difusión de manifestaciones antisemitas, que condenó firmemente.

Queridos hermanos, en la noche de los conflictos nosotros, creyentes en el único Dios, miramos a Aquél a quien el profeta Isaías llama «juez entre los gentiles y árbitro entre muchos pueblos», agregando, casi como consecuencia de su juicio, una maravillosa profecía de paz: «romperán sus espadas y harán con ellas arados, de sus lanzas harán podaderas; una nación ya no alzará la espada contra otra, ya no aprenderán el arte de la guerra» (Is 2, 4). En este tiempo de destrucción nosotros los creyentes estamos llamados, por todos y antes que todos, a construir la fraternidad y a abrir vías de reconciliación, en nombre del Omnipotente que, como dice otro profeta, tiene «proyectos de paz y no de desventura» (Jer 29, 11). No las armas, no el terrorismo, no la guerra, sino la compasión, la justicia y el diálogo son los medios adecuados para edificar la paz.

Me detengo precisamente en el arte del diálogo. El ser humano, que tiene una naturaleza social y se encuentra a sí mismo en contacto con los demás, se realiza en el tejido de las relaciones sociales. En tal sentido no es solamente capaz de diálogo, sino que él mismo es diálogo. Suspendido entre el Cielo y la tierra, solo en diálogo con el Otro que lo trasciende, y con el otro que acompaña sus pasos, puede comprenderse y madurar. La palabra “diálogo” etimológicamente significa “a través de la palabra”. La Palabra del Altísimo es la lámpara que ilumina los senderos de la vida (cf. Sal 119, 105): ella orienta nuestros pasos precisamente hacia la búsqueda del prójimo, hacia la acogida, hacia la paciencia; ciertamente no al brusco ímpetu de la venganza y a la locura del odio bélico. ¡Qué importante es entonces, para nosotros los creyentes, ser testigos de diálogo!

Si aplicamos estas constataciones al diálogo judío-cristiano, podemos decir que nos acercamos unos a otros a través del encuentro, la escucha y el intercambio fraterno, reconociéndonos siervos y discípulos de esa Palabra divina, cauce vital del río en el que germinan nuestras palabras. De manera que, para convertirnos en constructores de paz, estamos llamados a ser constructores de diálogo. No sólo con nuestras fuerzas y capacidades, sino con la ayuda del Omnipotente. De hecho, «si el Señor no construye la casa, en vano se fatigan los constructores» (Sal 127, 1).

El diálogo con el judaísmo es de particular importancia para nosotros los cristianos, porque tenemos raíces judías. Jesús nació y vivió como judío; Él mismo es el primer garante de la herencia judía dentro del cristianismo y nosotros, que somos de Cristo, necesitamos de ustedes, queridos hermanos, necesitamos del judaísmo para comprendernos mejor a nosotros mismos. Por ello es importante que el diálogo judío-cristiano mantenga viva la dimensión teológica, mientras sigue enfrentando cuestiones sociales, culturales y políticas.

Nuestras tradiciones religiosas están estrechamente conectadas: no son dos credos extraños entre sí, desarrollados independientemente en espacios separados y sin influenciarse mutuamente. El Papa Juan Pablo II, durante su visita a la Sinagoga de Roma, observó que la religión judía no es extrínseca, «sino en un cierto modo, es “intrínseca” a nuestra religión». Los llamó «nuestros hermanos predilectos», «nuestros hermanos mayores» (Discurso, 13 de abril 1986). Se podría entonces decir que el nuestro, más que un diálogo interreligioso, es un diálogo familiar. Cuando fui a la Sinagoga de Roma, dije, se hecho, que «pertenecemos a una única familia, la familia de Dios, el cual nos acompaña y nos protege como pueblo suyo» (Discurso, 17 de enero 2016).

Queridos hermanos, estamos unidos unos a otros ante el único Dios; juntos estamos llamados a dar testimonio con nuestro diálogo de su palabra y con nuestra conducta de su paz. Que el Señor de la historia y de la vida nos dé la valentía y la paciencia para hacerlo. ¡Shalom!

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