QUE SEA ELEGIDO EL PAPA DE LA COMUNIÓN Y LA UNIDAD: HOMILÍA DEL CARD. GIOVANNI BATTISTA RE EN LA MISA PRO ELIGENDO PONTIFICE (07/05/2025)
En los Hechos de los Apóstoles se lee que, después de la ascensión de Cristo al cielo y en espera de Pentecostés, todos eran perseverantes y estaban unidos en la oración junto con María, la Madre de Jesús (cf. Hch 1, 14).
Es precisamente lo que también nosotros estamos haciendo a pocas horas del inicio del Cónclave, bajo la mirada de la Virgen colocada al lado del altar, en esta Basílica que se eleva sobre la tumba del Apóstol Pedro.
Percibimos unido a nosotros a todo el Pueblo de Dios con su sentido de fe, de amor al Papa y de confiada espera.
Estamos aquí para invocar la ayuda del Espíritu Santo, para implorar su luz y su fuerza, para que sea elegido el Papa que la Iglesia y la humanidad necesitan en este punto de inflexión de la historia tan difícil y complejo.
Orar, invocando al Espíritu Santo, es la única actitud justa y necesaria, mientras los Cardenales electores se preparan a un acto de máxima responsabilidad humana y eclesial, y a una decisión de excepcional importancia; un acto humano por el cual se debe dejar caer cualquier consideración personal, y tener en la mente y en el corazón sólo al Dios de Jesucristo y el bien de la Iglesia y de la humanidad.
En el Evangelio que ha sido proclamado han resonado palabras que nos conducen al corazón del supremo mensaje-testamento de Jesús, entregado a sus Apóstoles en la tarde de la Cena del Adiós en el Cenáculo: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12). Casi para precisar ese “como yo los he amado” e indicar hasta dónde debe llegar nuestro amor, Jesús a continuación afirma: “Nadie tiene un amor más grande que este: dar la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
Es el mensaje del amor, que Jesús define mandamiento “nuevo”. Nuevo porque transforma en positivo y amplía en gran medida la advertencia del Antiguo Testamento, que decía: “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti”.
El amor, que Jesús revela, no conoce límites y debe caracterizar los pensamientos y la acción de todos sus discípulos, los cuales en su conducta siempre deben mostrar un amor auténtico y comprometerse en la construcción de una nueva civilización, que Pablo VI llamó “civilización del amor”. El amor es la única fuerza capaz de cambiar el mundo.
Jesús nos dio ejemplo de este amor al comienzo de la última cena con un gesto sorprendente: se abajó al servicio de los demás, lavando los pies a los Apóstoles, sin discriminaciones, sin excluir a Judas que lo iba a traicionar.
Este mensaje de Jesús se enlaza con lo que hemos escuchado en la primera lectura de la Misa, en la que el Profeta Isaías nos ha recordado que la cualidad fundamental de los Pastores es el amor hasta el don completo de sí mismos.
De los textos litúrgicos de esta celebración eucarística nos llega, por tanto, una invitación al amor fraterno, a la ayuda mutua y al compromiso por la comunión eclesial y la fraternidad humana universal. Entre las tareas de todo sucesor de Pedro está la de hacer crecer la comunión: comunión de todos los cristianos con Cristo; comunión de los Obispos con el Papa; comunión de los Obispos entre sí. No una comunión autorreferencial, sino dirigida totalmente a la comunión entre las personas, los pueblos y las culturas, considerando importante que la Iglesia sea siempre “casa y escuela de comunión”.
Es fuerte, además, la llamada a mantener la unidad de la Iglesia en la senda trazada por Cristo a los Apóstoles. La unidad de la Iglesia es deseada por Cristo; una unidad que no significa uniformidad, sino firme y profunda comunión en la diversidad, siempre que se mantenga en la plena fidelidad al Evangelio.
Todo Papa sigue encarnando a Pedro y su misión, y así representa a Cristo en la tierra; él es la roca sobre la cual está edificada la Iglesia (cf. Mt 16, 18).
La elección del nuevo Papa no es una simple sucesión de personas, sino que es siempre el Apóstol Pedro que regresa.
Los Cardenales electores expresarán su voto en la Capilla Sixtina, donde – como dice la Constitución Apostólica Universi dominici gregis – “todo contribuye a alimentar la conciencia de la presencia de Dios, ante el cual cada uno deberá presentarse un día para ser juzgado”.
En el Tríptico Romano, el Papa Juan Pablo II deseaba que, en las horas de la gran decisión mediante el voto, la majestuosa imagen de Miguel Ángel de Jesús Juez recordase a cada uno la grandeza de la responsabilidad de poner las “soberanas llaves” (Dante) en las manos adecuadas.
Oremos, por tanto, para que el Espíritu Santo, que en los últimos cien años nos ha dado una serie de Pontífices verdaderamente santos y grandes, nos regale un nuevo Papa según el corazón de Dios para el bien de la Iglesia y de la humanidad.
Oremos para que Dios conceda a la Iglesia el Papa que mejor sepa despertar las conciencias de todos y las energías morales y espirituales en la sociedad actual, caracterizada por un gran progreso tecnológico, pero que tiende a olvidar a Dios.
El mundo de hoy espera mucho de la Iglesia para la salvaguarda de esos valores fundamentales, humanos y espirituales, sin los cuales la convivencia humana no será mejor ni portadora de bien para las generaciones futuras.
Que la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, intervenga con su maternal intercesión, para que el Espíritu Santo ilumine las mentes de los Cardenales electores y los haga concordes en la elección del Papa que necesita nuestro tiempo.
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