CATEQUESIS DE LEÓN XIV: JESUCRISTO, EL SEMBRADOR DE ESPERANZA (21/05/2025)
Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. 6. «El sembrador. Él les habló de muchas cosas con parábolas» (Mt 13).
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra recibirlos en mi primera Audiencia General. Hoy retomo el ciclo de catequesis jubilares sobre el tema «Jesucristo, nuestra esperanza», iniciadas por el Papa Francisco.
Hoy continuamos meditando sobre las parábolas de Jesús, que nos ayudan a reencontrar la esperanza, porque nos muestran cómo obra Dios en la historia. Hoy me gustaría detenerme en una parábola un poco particular, porque se trata de una especie de introducción a todas las parábolas. Me refiero a la del sembrador (cf. Mt 13, 1-17). En cierto sentido, en este relato podemos reconocer la forma de comunicarse de Jesús, que tiene mucho que enseñarnos para el anuncio del Evangelio hoy.
Cada parábola cuenta una historia que está tomada de la vida de todos los días, pero quiere decirnos algo más, nos remite a un significado más profundo. La parábola hace nacer en nosotros interrogantes, nos invita a no quedarnos en las apariencias. Ante la historia que se cuenta o la imagen que se me entrega, puedo preguntarme: ¿dónde estoy yo en esta historia? ¿Qué dice esta imagen a mi vida? El término parábola viene, de hecho, del verbo griego paraballein, que significa lanzar hacia delante. La parábola me lanza delante una palabra que me provoca y me impulsa a interrogarme.
La parábola del sembrador habla precisamente de la dinámica de la palabra de Dios y de los efectos que ésta produce. De hecho, cada palabra del Evangelio es como una semilla que se arroja al terreno de nuestra vida. Muchas veces Jesús utiliza la imagen de la semilla, con diferentes significados. En el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, la parábola del sembrador introduce una serie de otras pequeñas parábolas, algunas de las cuales hablan precisamente de lo que ocurre en el terreno: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza, el tesoro escondido en el campo. ¿Qué es, entonces, este terreno? Es nuestro corazón, pero también es el mundo, la comunidad, la Iglesia. La palabra de Dios, de hecho, fecunda y provoca toda realidad.
Al principio, vemos a Jesús que sale de casa y a su alrededor se reúne una gran multitud (cf. Mt 13, 1). Su palabra fascina y despierta la curiosidad. Entre la gente hay, obviamente, muchas situaciones diferentes. La palabra de Jesús es para todos, pero obra en cada uno de manera diferente. Este contexto nos permite entender mejor el sentido de la parábola.
Un sembrador, bastante original, sale a sembrar, pero no se preocupa de dónde cae la semilla. Lanza las semillas incluso ahí donde es improbable que den fruto: en el camino, entre las piedras, entre los espinos. Esta actitud asombra a quien escucha e induce a preguntarse: pero ¿cómo?
Nosotros estamos acostumbrados a calcular las cosas – y a veces es necesario –, ¡pero esto no vale en el amor! La forma en que este sembrador “derrochador” arroja la semilla es una imagen de la forma en que Dios nos ama. Es cierto, en efecto, que el destino de la semilla depende también de la forma en que el terreno la acoge y de la situación en que se encuentra, pero ante todo, en esta parábola, Jesús nos dice que Dios lanza la semilla de su palabra sobre todo tipo de terreno, es decir, en cualquiera de nuestras situaciones: a veces somos más superficiales y distraídos, a veces nos dejamos llevar por el entusiasmo, a veces estamos oprimidos por las preocupaciones de la vida, pero también hay momentos en los que estamos disponibles y receptivos. Dios confía y espera que tarde o temprano la semilla florezca. Él nos ama así: no espera a que seamos el mejor terreno, nos da siempre generosamente su Palabra. Quizás precisamente al ver que Él confía en nosotros, nacerá en nosotros el deseo de ser un terreno mejor. Esta es la esperanza, fundada sobre la roca de la generosidad y la misericordia de Dios.
Al contar la forma en que la semilla da fruto, Jesús está hablando también de su vida. Jesús es la Palabra, es la Semilla. Y la semilla, para dar fruto, debe morir. Entonces, esta parábola nos dice que Dios está dispuesto a “desperdiciarse” por nosotros y que Jesús está dispuesto a morir para transformar nuestra vida.
Tengo en mente esa bellísima pintura de Van Gogh: El sembrador al atardecer. Esa imagen del sembrador bajo el sol abrasador me habla también del esfuerzo del campesino. Y me impacta que, a las espaldas del sembrador, Van Gogh representó el trigo ya maduro. Me parece precisamente una imagen de esperanza: de una forma u otra, la semilla ha dado fruto. No sabemos bien cómo, pero es así. En el centro de la escena, sin embargo, no está el sembrador, que está de lado, sino que toda la pintura está dominada por la imagen del sol, tal vez para recordarnos que es Dios quien mueve la historia, aunque a veces nos parezca ausente o lejano. Es el sol el que calienta la tierra y hace madurar la semilla.
Queridos hermanos y hermanas, ¿en qué situación de la vida hoy la Palabra de Dios nos está alcanzando? Pidamos al Señor la gracia de acoger siempre esta semilla que es su Palabra. Y si nos diéramos cuenta de que no somos un terreno fértil, no nos desanimemos, sino pidámosle a Él que siga trabajando en nosotros para convertirnos en un terreno mejor.
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