DIOS NOS AMA Y NOS LLAMA A RESPONDER CON FE: HOMILÍA DE LEÓN XIV EN LA BASÍLICA DE SAN PABLO EXTRAMUROS (20/05/2025)

Por la tarde de este 20 de mayo, el Papa León XIV visitó el Sepulcro de San Pablo, en la Basílica de San Pablo Extramuros. En su homilía, reflexionó sobre la Carta de San Pablo a los cristianos de Roma, una obra clave del Nuevo Testamento, dijo, que gira en torno a tres temas fundamentales: la gracia, la fe y la justicia. En el contexto del comienzo de su nuevo pontificado, el Papa invitó a reflexionar sobre este mensaje paulino tan rico en significado espiritual y teológico. Publicamos a continuación el texto de la homilía que pronunció el Santo Padre durante la celebración, traducido del italiano:

El pasaje bíblico que hemos escuchado es el inicio de una bellísima carta dirigida por San Pablo a los cristianos de Roma, cuyo mensaje gira en torno a tres grandes temas: la gracia, la fe y la justicia. Mientras encomendamos a la intercesión del Apóstol de los gentiles el inicio de este nuevo pontificado, reflexionemos juntos sobre su mensaje.

San Pablo dice, en primer lugar, haber recibido de Dios la gracia de la llamada (cf. Rom 1, 5). Es decir, reconoce que su encuentro con Cristo y su ministerio están vinculados al amor con el que Dios lo ha precedido, llamándolo a una existencia nueva mientras aún estaba lejos del Evangelio y perseguía a la Iglesia. San Agustín – también él un convertido –habla de la misma experiencia diciendo: «¿Qué podremos elegir, si antes no hemos sido elegidos nosotros mismos? De hecho, si no hemos sido amados primero, mucho menos podemos amar» (Sermón 34, 1.2). En la raíz de toda vocación está Dios: su misericordia, su bondad, generosa como la de una madre (cf. Is 66, 12-14), que naturalmente, a través de su mismo cuerpo, alimenta a su niño cuando todavía es incapaz de alimentarse por sí solo (cf. S. Agustín, Comentario al Salmo 130, 9).

Pablo, sin embargo, en el mismo pasaje, habla también de «obediencia de la fe» (Rom 1, 5), y también aquí comparte lo que ha vivido. El Señor, de hecho, apareciéndosele en el camino de Damasco (cf. Hch 9, 1-30), no lo privó de su libertad, sino que le dejó la posibilidad de una decisión, de una obediencia fruto de esfuerzo, de luchas interiores y exteriores, que él aceptó afrontar. La salvación no aparece por encanto, sino por un misterio de gracia y de fe, de amor que viene de Dios, y de adhesión confiada y libre por parte del hombre (cf. 2 Tim 1, 12).

Entonces, mientras agradecemos al Señor la llamada con la que transformó la vida de Saulo, le pedimos que también nosotros sepamos responder a sus invitaciones del mismo modo, haciéndonos testigos del amor «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5, 5). Le pedimos que sepamos cultivar y difundir su caridad, haciéndonos prójimos los unos de los otros (cf. Francisco, Homilía de las II Vísperas de la Solemnidad de la Conversión de san Pablo, 25 enero 2024), en la misma carrera de afectos que, desde el encuentro con Cristo, impulsó al antiguo perseguidor a hacerse «todo para todos» (1 Cor 9, 22), hasta el martirio. Así, para nosotros como para él, en la debilidad de la carne se revela el poder de la fe en Dios que justifica (cf. Rom 5, 1-5).

Esta Basílica desde hace siglos está encomendada al cuidado de una comunidad benedictina. ¿Cómo no recordar, entonces, hablando del amor como fuente y motor del anuncio del Evangelio, los insistentes llamados de San Benito, en su Regla, a la caridad fraterna en el cenobio y a la hospitalidad para con todos (cf. Regla, cap. LIII; LXIII)?

Pero quisiera concluir evocando las palabras que, más de mil años después, otro Benedicto, el Papa Benedicto XVI, dirigía a los jóvenes: «Queridos amigos – decía – Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás […]. En el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios», y la fe nos lleva a «abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se reconocen amadas por Dios» (Homilía en la Vigilia de oración con los jóvenes, Madrid, 20 agosto 2011).

Aquí está la raíz, simple y única, de toda misión, incluso de la mía, como sucesor de Pedro y heredero del celo apostólico de Pablo. Que el Señor me conceda la gracia de responder fielmente a su llamada.

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