CAMINEMOS EN LA ALEGRÍA DE LA FE, PARA SER TEMPLO SANTO DEL SEÑOR: REGINA COELI DEL 25/05/2025

El don del Espíritu Santo nos hace experimentar, incluso en la vida cotidiana, la presencia y la cercanía de Dios, haciéndonos morada suya. Así lo recordó el Papa León XIV en su reflexión previa a la oración del Regina Coeli, este 25 de mayo. Asomado desde la ventana del Palacio Apostólico, por primera vez desde su elección como Pontífice, el Santo Padre reflexionó sobre la lectura propuesta por la liturgia del día, que describe la despedida de Jesús de sus discípulos el día antes de su muerte y el anuncio del don del Espíritu Santo. Compartimos a continuación, el texto completo de su alocución, traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Estoy todavía al inicio de mi ministerio entre ustedes y deseo ante todo agradecerles por el afecto que me están manifestando, mientras que les pido que me sostengan con su oración y cercanía.

En todo aquello a lo que el Señor nos llama, en el curso de la vida, así como en el camino de la fe, nos sentimos a veces inadecuados. Sin embargo, precisamente el Evangelio de este domingo (cf. Jn 14, 23-29) nos dice que no debemos fijarnos en nuestras fuerzas, sino en la misericordia del Señor que nos ha elegido, seguros de que el Espíritu Santo nos guía y nos enseña todo.

A los Apóstoles que, en la víspera de la muerte del Maestro, están turbados y angustiados y se preguntan cómo podrán ser continuadores y testigos del Reino de Dios, Jesús les anuncia el don del Espíritu Santo, con esta maravillosa promesa: «Si uno me ama, observará mi palabra y mi Padre lo amará; vendremos a él y habitaremos en él» (v. 23).

Así, Jesús libera a los discípulos de toda angustia y preocupación y puede decirles: «¡Que no se turbe su corazón y que no tenga temor!» (v. 27). Si permanecemos en su amor, de hecho, Él mismo habita en nosotros, nuestra vida se convierte en templo de Dios y este amor nos ilumina, se hace espacio en nuestra forma de pensar y en nuestras decisiones, hasta expandirse también hacia los demás e irradiar todas las situaciones de nuestra existencia.

Entonces, hermanos y hermanas, este habitar de Dios en nosotros es precisamente el don del Espíritu Santo, que nos toma de la mano y nos hace experimentar, incluso en la vida cotidiana, la presencia y la cercanía de Dios, convirtiéndonos en su morada.

Es hermoso que, al mirar a nuestro llamado, a las realidades y personas que nos han sido confiadas, a los compromisos que llevamos adelante, a nuestro servicio en la Iglesia, cada uno de nosotros puede decir con confianza: aunque soy frágil, el Señor no se avergüenza de mi humanidad, al contrario, viene a habitar dentro de mí. Él me acompaña con su Espíritu, me ilumina y me hace instrumento de su amor para los demás, para la sociedad y para el mundo.

Muy queridos todos, sobre el fundamento de esta promesa, caminemos en la alegría de la fe, para ser templo santo del Señor. Comprometámonos a llevar su amor a todas partes, acordándonos que cada hermana y cada hermano es morada de Dios y que su presencia se revela especialmente en los pequeños, en los pobres y en quienes sufren, pidiéndonos ser cristianos atentos y compasivos.

Y encomendémonos todos a la intercesión de María Santísima. Por obra del Espíritu, ella se convirtió en “Morada consagrada a Dios”. Con ella, también nosotros podemos experimentar la alegría de acoger al Señor y ser signo e instrumento de su amor.

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