SEAN BUSCADORES Y TESTIGOS DE LA VERDAD: PALABRAS DEL PAPA EN EL ENCUENTRO CON ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS (28/09/2024)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Gracias, señora Rectora, por sus corteses palabras. Queridos estudiantes, estoy contento de encontrarlos y escuchar sus reflexiones. En estas palabras siento pasión y esperanza, deseo de justicia, búsqueda de verdad.
Entre las cuestiones que enfrentan, me impactó la que es sobre el futuro y la angustia. Vemos bien lo violento y arrogante que es el mal que destruye el medio ambiente y a los pueblos. Parece no conocer freno. La guerra es su expresión más brutal – ustedes saben que en un país, que no nombro, las inversiones que dan más rendimientos hoy son las fábricas de armas, es terrible – y esto no parece conocer freno: la guerra es una expresión brutal; como lo son también la corrupción y las nuevas formas de esclavitud. A veces estos males contaminan la misma religión, que se vuelve un instrumento de dominio. ¡Tengan cuidado! Pero esto es una blasfemia. La unión del hombre con Dios, que es Amor salvífico, así se vuelve esclavitud. Incluso el nombre del padre, que es revelación de cuidado, se vuelve expresión de prepotencia. Dios es Padre, no dueño; es Hijo y Hermano, no dictador; es Espíritu de amor y no de dominio.
Nosotros los cristianos sabemos que el mal no tiene la última palabra – y sobre esto debemos ser fuertes: el mal no tiene la última palabra – que tiene, como se dice, los días contados. Esto no quita nuestro compromiso, más aún lo aumenta: la esperanza es nuestra responsabilidad. Una responsabilidad que hay que tomar porque la esperanza nunca defrauda, nunca defrauda. Y esta certeza vence a esa conciencia pesimista, al estilo de Turandot… ¡La esperanza nunca defrauda!
Y ahora, tres palabras: reconocimiento, misión, fidelidad.
La primera actitud es el reconocimiento, porque esta casa nos es estregada: no somos dueños, somos huéspedes y peregrinos en la tierra. El primero en cuidarnos es Dios: ante todos somos cuidados por Dios, que creó la tierra – dice Isaías – “no como horrible región, sino para que fuera habitada” (cf. Is 45, 18). Y lleno de asombrado reconocimiento está el Salmo 8: «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, / la luna y las estrellas que tu fijaste, /¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, / el hijo del hombre, para que de él te ocupes?» (Sal 8, 4-5). La oración del corazón que me viene es: ¡Gracias, oh Padre, por el cielo estrellado y por la vida en este universo!
La segunda actitud es la misión: estamos en el mundo para custodiar su belleza y cultivarla para el bien de todos, sobre todo de los que vendrán después, del prójimo en el futuro. Este es el “programa ecológico” de la Iglesia. Pero ningún plano de desarrollo podrá funcionar si permanecen la arrogancia, la violencia, la rivalidad en nuestras conciencias, también en nuestra sociedad. Es necesario ir a la fuente de la cuestión, que es el corazón del hombre. Del corazón del hombre viene también la dramática urgencia del tema ecológico: de la arrogante indiferencia de los poderosos, que pone siempre por delante el interés económico. Interés económico: el dinero. Recuerdo algo que mi abuela me decía siempre: “Ten cuidado en la vida porque el diablo entra por los bolsillos”. El interés económico. Mientras sea así, cualquier llamado será hecho callar o será acogido sólo en la medida en que sea conveniente para el mercado. Esta “espiritualidad”, así, del mercado. Y mientras que el mercado esté en primer lugar, nuestra casa común sufrirá injusticias. La belleza del don pide nuestra responsabilidad: seamos huéspedes, no déspotas. A este respecto, queridos estudiantes, consideren la cultura como cultivo del mundo, no sólo de ideas.
Aquí está el desafío del desarrollo integral, que requiere la tercera actitud: la fidelidad. Fidelidad a Dios y fidelidad al hombre. Este desarrollo, de hecho, se refiere a todas las personas en todos los aspectos de su vida: física, moral, cultural, sociopolítica; y a ello se opone cualquier forma de opresión y de descarte. La Iglesia denuncia estos abusos, comprometiéndose ante todo en la conversión de cualquiera de su miembros, de nosotros mismos, hacia la justicia y la verdad. En este sentido, el desarrollo integral hace un llamado a nuestra santidad: es vocación a la vida justa y feliz, para todos.
Y ahora, la opción que hay que tomar es entonces entre manipular la naturaleza y cultivar la naturaleza. Una opción así: a manipulo la naturaleza o cultivo la naturaleza. A partir de nuestra naturaleza humana – pensemos en la eugenesia, en los organismos cibernéticos, en la inteligencia artificial. La opción entre manipular o cultivar se refiere también a nuestro mundo interior.
Pensar en la ecología humana nos lleva a tocar un tema que es importante para ustedes y aún antes para mí y mis predecesores: el papel de la mujer en la Iglesia. Me gusta lo que dijiste. Pesan aquí violencia e injusticia, junto con los prejuicios ideológicos. Por ello es necesario reencontrar el punto de partida: quién es la mujer y quién es la Iglesia. La Iglesia es mujer, no es “el” Iglesia, es “la” Iglesia, es la esposa. La Iglesia es el pueblo de Dios, no una empresa multinacional. La mujer, en el pueblo de Dios, es hija, hermana, madre. Como yo soy hijo, hermano, padre. Estas son las relaciones, que expresan nuestro ser a imagen de Dios, hombre y mujer, juntos, no de forma separada. De hecho, las mujeres y los hombres son personas, no individuos; están llamados desde el “principio” a amar y ser amados. Una vocación que es misión. Y a partir de aquí viene el papel en la sociedad y la Iglesia (cf. S. Juan Paolo II, Carta. ap. Mulieris dignitatem, 1).
Lo que es característico de la mujer, lo que es femenino, no es instaurado por el consenso o las ideologías. Y la dignidad es asegurada por una ley original, no escrita en papel, sino en la carne. La dignidad es un bien inestimable, una cualidad original, que ninguna ley humana puede dar o quitar. A partir de esta dignidad, común y compartida, la cultura cristiana elabora siempre de forma nueva, en los distintos contextos, la misión y la vida del hombre y la mujer y su recíproco ser para el otro, en la comunión. No el uno contra el otro, esto sería feminismo o machismo, y no en opuestas reivindicaciones, sino el hombre para la mujer y la mujer para el hombre, juntos.
Recordemos que la mujer se encuentra en el corazón del evento salvífico. Y desde el “sí” de María es que Dios en persona viene al mundo. Mujer y acogida fecunda, cuidado, dedicación vital. Por eso es más importante la mujer que el hombre, pero es terrible cuando la mujer quiere hacerla de hombre: no, es mujer, y esto es “pesado”, e importante. Abramos los ojos ante tantos ejemplos cotidianos de amor, desde la amistad hasta el trabajo, desde el estudio hasta la responsabilidad social y eclesial, desde el carácter esponsal hasta la maternidad, hasta la virginidad por el Reino de Dios y el servicio. No olvidemos, lo repito: la Iglesia es mujer, no es hombre, es mujer.
Ustedes mismos están aquí para crecer como mujeres y hombres. Están en camino, en formación como personas. Por ello su camino académico comprende distintos ámbitos: investigación, amistad, servicio social, responsabilidad civil y política, expresiones artísticas…
Pienso en la experiencia que viven todos los días, en esta Universidad Católica de Lovaina, y comparto tres aspectos, sencillos y decisivos, de la formación: ¿cómo estudiar? ¿Para qué estudiar? y ¿para quién estudiar?
Cómo estudiar: no hay un solo método, como en todas las ciencias, pero también un estilo. Cada persona puede cultivar el propio. En efecto, el estudio siempre es un camino al conocimiento de sí mismo y de los demás. Pero también hay un estilo común, que se puede compartir en la comunidad universitaria. Se estudia juntos: gracias a quien ha estudiado antes que yo – docentes, compañeros más avanzados –, con quien estudia a mi lado, en el aula. La cultura como cuidado de sí mismo implica un cuidado mutuo. No hay guerra entre estudiantes y profesores, hay diálogo, a veces es un diálogo un poco intenso, pero hay diálogo, y el diálogo hace crecer a la comunidad universitaria.
Segundo: para qué estudiar. Hay un motivo que nos impulsa y un objetivo que nos atrae. Es necesario que sean buenos, porque a partir de ellos depende el sentido del estudio, depende la dirección de nuestra vida. A veces estudio para encontrar ese tipo de trabajo, pero acabo por vivir en función de ello. Nos convertimos en la “mercancía”, vivimos en función del trabajo. No se vive para trabajar, pero se trabaja para vivir; es fácil decirlo, pero implica esfuerzo ponerlo en práctica con coherencia. Y esta palabra coherencia es muy importante para todos, pero especialmente para ustedes, estudiantes. Ustedes deben aprender esta actitud de la coherencia, ser coherentes.
Tercero: para quién estudiar. ¿Para sí mismos? ¿Para darle cuenta a otros? Estudiamos para ser capaces de educar y servir a otros, ante todo con servicio de competencia y autoridad. Antes de preguntarnos si estudiar sirve para algo, preocupémonos por servir a alguien. Una buena pregunta que un estudiante universitario puede hacerse: ¿a quién le sirvo, a mí mismo? ¿O tengo el corazón abierto para otro servicio? Entonces el título universitario testifica una capacidad para el bien común. Estudio para mí, para trabajar, para ser útil, para el bien común. Y esto debe estar muy balanceado, muy balanceado.
Queridos estudiantes, es una alegría para mí compartir con ustedes estas reflexiones. Y mientras lo hacemos percibamos que hay una realidad más grande que nos ilumina y nos supera: la verdad. ¿Qué es la verdad? Pilato había hecho esta pregunta. Sin la verdad, nuestra vida pierde sentido. El estudio tiene sentido cuando busca la verdad, cuando busca encontrarla, pero con ánimo crítico. Pero la verdad, para encontrarla, necesito esta actitud crítica, así podemos avanzar. El estudio tiene sentido cuando busca la verdad, no lo olviden. Y buscándola se entiende que estamos hechos para encontrarla. La verdad se hace encontrar: es acogedora, es disponible, es generosa. Si renunciamos a buscar la verdad, el estudio se vuelve instrumento de poder, de control sobre los demás. Y les confieso que me entristece cuando encuentro, en cualquier parte del mundo, universidades solamente para preparar a los estudiantes para ganar dinero o tener poder. Es muy individualista, sin comunidad. El alma mater es la comunidad universitaria, la universidad, lo que nos ayuda a construir sociedad, a construir fraternidad. No sirve el estudio sin buscar la verdad juntos, no sirve, pero domina. En cambio, la verdad no hace libres (cf. Jn 8, 32). Queridos estudiantes, ¿quieren la libertad? ¡Sean buscadores y testigos de verdad! Buscando ser creíbles y coherentes a través de las más sencillas decisiones cotidianas. Así ésta se convierte, cada día, en lo que quiere ser, ¡una Universidad católica! Y sigan adelante, sigan adelante, y no entren en las luchas con las dicotomías ideológicas, no. No lo olviden: la Iglesia en mujer y eso nos ayudará mucho.
Gracias por este encuentro. ¡Gracias a ti que fuiste excelente! ¡Gracias! Los bendigo de corazón, a ustedes y a su camino de formación. Y por favor les pido orar por mí. Y si alguno no hace oración y no sabe orar o no quiere orar, por lo menos mándeme buenas ondas, que lo necesito. ¡Gracias!
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